Pánico por el tránsito de Bogotá

El corresponsal de la BBC, Natalio Cosoy, describió su recorrido por Bogotá y lo que más pánico le causó: el tránsito en la ciudad. La mirada de un extranjero en Colombia.

Redacción Bogotá
08 de mayo de 2015 - 02:07 a. m.

Lo que para aquellos que viven en Bogotá ya es paisaje, para los extranjeros es lo más cercano al pánico: el tránsito, incluso más allá del propio conflicto que ha azotado al país. Al menos, así lo describe el corresponsal de la BBC, quien relata cómo fue su experiencia de transitar por las calles de la capital en su primer viaje a Colombia. La falta de cultura de algunos conductores, el irrespeto por las señales de tránsito y la congestión fueron algunas de las cosas que más llamaron su atención.

“Antes de viajar a Colombia a iniciar mi tarea de corresponsal, me habían advertido del peligro del conflicto interno que enfrenta a guerrillas de izquierda, paramilitares y las fuerzas de seguridad; de la presencia de minas antipersonales; de la delincuencia común en las grandes ciudades, y de enfermedades como la malaria y el chikungunya”. Así inicia el corresponsal Natalio Cosoy su relato frente al primer viaje al país.

“Antes del comienzo de Semana Santa, por recomendación de toda persona con la que hablé, alquilé un auto y me fui a visitar el pueblo colonial de Villa de Leyva, que efectivamente es muy bonito. A la ida me impresionó el problema del estado del asfalto (cuando lo hay). No faltan baches y ondulaciones y las marcas en la calzada brillan por su ausencia. Más tarde llegó la niebla. Eso es un fenómeno natural, no hay nada que hacer. Pero sí se podría haber hecho algo con el puesto de control del Ejército tan mal señalizado que tuve miedo de atropellar a uno de los soldados que firmes saludaban con el pulgar en alto a los paseantes (una política para hacer más amigable la imagen castrense), sin darle importancia a la niebla o al riesgo de perder la vida”, relata.

Cosoy cuenta cómo a su regreso de Villa de Leyva, que fue el jueves santo, se convirtió en toda una odisea. El riesgo en la carretera y la irresponsabilidad de muchos conductores lo llenaron de pánico. “En algún momento llegué a pensar que tenían predilección por adelantarse justo en curvas cerradas sin visibilidad, sobre todo los camiones. Más de uno me obligó a frenar y salir de un volantazo de la carretera. Y no eran sólo los camiones, también autos y motos (el 61% de los accidentes en Colombia tienen como protagonista a un motociclista, según datos oficiales). Las motos parecían emerger de la misma nada y apuntarle con saña al centro del carro”.

Ya una vez en la entrada a Bogotá, vio como en medio del trancón de carros que buscaba salir de la ciudad y la larga fila de carros sin fin, evidenció la falta de cultura de algunos conductores que hacían maniobras para tratar de avanzar un poco. “Por fortuna, yo iba al revés de todos… Ante el estrés de no avanzar, muchos conductores decidían, inútilmente, hacer sobrepasos que probablemente les ahorraban apenas 5 segundos de viaje”.

Pero la falta de cultura que evidenció no fue solo de los conductores. Para él, los ciclistas tuvieron un capítulo especial. “También estaban las bicicletas. Cientos, no, quizás miles. O decenas de miles. Los grupos de ciclistas se habían tomado la carretera. Lo tuiteé con sorpresa al llegar a Bogotá y alguien me regañó diciendo que ese era el medio de transporte tradicional del campesinado de Boyacá (el departamento donde está Villa de Leyva). A mí me pareció que no todos los ciclistas eran campesinos trasladándose por cuestiones de trabajo o a visitar familia. Y en cualquier caso, creo que es siempre sano cuidar de uno mismo y no lanzarse hacia el centro de la calzada con la bici justo cuando un carro te está pasando y de frente viene un camión cargado hasta el caño de escape”.

Uno de los temores del corresponsal, como para muchos conductores locales, fue el de ser estrellado por alguien o terminar arrollando a un ciclista. “Tuve miedo, de verdad. Y no porque no esté acostumbrado a conducir, lo hago desde hace más de 20 años. Comencé a hacerlo en Argentina, un país donde el respeto por las normas de tránsito es un valor escaso”.

“En cualquier caso, hay algo en la forma de conducir en Colombia que a mí me hizo tener más miedo que en Argentina; es como si al volante todos fueran más temerarios. Están los sobrepasos kamikaze en las carreteras. Están los buses y busetas (que aunque son más pequeñas, son tanto o más peligrosas que sus ‘hermanos mayores’, que aceleran y frenan con pasión, cambian de carril con impunidad y ante su mirada los ciclistas y los peatones son invisibles. Está la costumbre de no reducir la velocidad ni darle espacio al otro en un paso estrecho, o en el caso de las motos querer hacer experimentos para ver si sus máquinas son capaces de atravesar sólidos o de mover coches con el aire que desplazan a su paso”.

Finalmente, guardó un capítulo para los taxis, que califica autos amarillos de F1. “Está el hábito de acelerar hasta estar a cinco o diez metros de un auto parado en un semáforo, para después pisar con furia los frenos. Esta práctica parece muy arraigada entre los taxistas. En esos bólidos amarillos es otro de los lugares donde el miedo se apodera de mí. Muchos de ellos aman la velocidad y creo que sienten que de verdad están en una pista de carreras”.

Concluye como el truco que le enseñaron algunos amigos para que los taxistas bajen la velocidad de sus bólidos amarillos…: "Señor, disculpe, me estoy descomponiendo, ¿podría ir más despacio por favor?. Proteger el tapizado de su auto se vuelve, entonces, una prioridad por encima de ganar el Gran Premio de Bogotá. Y el miedo pasa. Al menos por un rato”.

 

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Por Redacción Bogotá

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