San Benito, corazón de cuero

La identidad de un barrio popular está en peligro por el incumplimiento de la normatividad ambiental.

Camilo Segura Álvarez
20 de enero de 2013 - 02:58 p. m.
Cerca de 2.000 empleos dependen del cuero.  /Gustavo Torrijos
Cerca de 2.000 empleos dependen del cuero. /Gustavo Torrijos

Más de 240 industrias del cuero están a punto de desaparecer del barrio San Benito, en la localidad de Tunjuelito, pues, para subsistir, han desobedecido las normas ambientales sobre el tratamiento de residuos y vertimientos en los cuerpos de agua. Las sanciones están a la orden del día. Mientras tanto, los empresarios y el Distrito avanzan en una negociación para evitar que la identidad del barrio desaparezca y más de 2.000 personas se queden sin empleo.

Durante los años 30 y 40 del siglo pasado, campesinos establecieron las primeras colonias rurales alrededor del río Tunjuelito, cerca de lo que por ese entonces se conocía como la ciudad. La mayoría de ellos, que provenía de la parte norte de Cundinamarca, especialmente de Villapinzón, fundó curtiembres artesanales. Era más rentable trabajar el cuero en el río, a pocos kilómetros de Bogotá.

Esas colonias rurales fueron absorbidas por la capital y, así, San Benito llegó a formarse como barrio. Las familias se fueron urbanizando. Con la ciudad, la demanda de cuero se hizo más grande y para la década de los 70 ya se empezaban a ver las primeras curtiembres tecnificadas.

La industrialización y el crecimiento demográfico fueron, poco a poco, generando un problema ambiental y social. El cromo y otros sedimentos estaban siendo vertidos en el río Tunjuelito.

El barrio, en su totalidad, fue identificado por las autoridades ambientales como un generador de externalidades ambientales negativas sobre los cuerpos de agua y de un volumen significativo de residuos sólidos orgánicos, según cuenta Milton Rengifo, subsecretario distrital de Ambiente.

Cuando en 1974 el Código de Recursos Naturales se refirió por primera vez a los vertimientos y cuidados de los ríos, en el barrio no había mucha conciencia ambiental, ni existían controles sobre las industrias, que, casi en su totalidad, estaban en la informalidad. Formalmente, las autoridades inspeccionarion casi 20 años después, cuando ya estaban en vigor la Ley 99 de 1993, que organiza el Sistema Nacional Ambiental, y la Ley 142 de 1994, de servicios públicos.

Desde hace 20 años, los vecinos de San Benito vieron que lo de la legalidad iba en serio y, para darle cumplimiento a las normas y evitar el sellamiento de sus negocios, quisieron cumplir con la normatividad ambiental a través de dos opciones diferentes. Primero trataron de formar uniones entre empresas para centralizar los procesos más contaminantes (pelambre y curtición) y bajar los costos de montaje y operación de las plantas de tratamiento de aguas residuales.

“Pero fue imposible: el empresario que más tenía imponía sus condiciones, y el que tenía poco casi no aportaba, así que comenzaron las peleas. Ese plan se disolvió”, cuenta Gustavo Camelo, quien hoy ejerce la intermediación entre los empresarios del cuero y el Distrito.

Las preocupaciones para los industriales se incrementaron desde que se conoció la reglamentación sobre los usos del agua en los tramos y afluentes del río Bogotá, definidos por la Corporación Autónoma Regional (CAR) en 2006, además del tipo y cantidades de vertimientos a la red de alcantarillado público establecidos por la Secretaría de Ambiente (SDA) tres años después. Pero también aumentaron los niveles de producción y contaminación. Actualmente se están curtiendo casi 1’200.000 pieles al año, vertiendo la misma cantidad de metros cúbicos en el alcantarillado y produciendo 19.834 toneladas de residuos sólidos.

Entonces surgió la segunda opción. La solución provisional fue instalar en cada una de las industrias una planta de tratamiento. Pero casi ninguna de las 240 empresas tiene la capacidad técnica y económica para instalar una planta que trate el agua al punto que lo está exigiendo la norma, y las advertencias, multas y cierres impuestos por la SDA han aumentado.

Eso ha provocado que “muchas de las empresas que no cumplen la norma se cambien el nombre, funcionen de forma clandestina o dejen de pagar las multas. Otras quieren cumplir la ley, pero sólo logran hacer la sedimentación, la primera parte del tratamiento del agua. Y unas, muy pocas, siendo las únicas que pueden cumplir todo el tratamiento, terminan concentrando todo el negocio porque, además de producir en grandes cantidades con mejor calidad, terminan prestándoles servicios a las curtiembres más pequeñas”, dice Rengifo.

La ley actual les pide que el agua que se utiliza en la producción del cuero pase, primero, por un proceso de sedimentación que retire los metales pesados y los residuos, como carne y sebo. Y el segundo, la etapa biológica, que consiste en pasar el líquido por un proceso de oxigenación y cultivo de bacterias, que es muy costoso.

Dada esa dificultad para cumplir la norma, desde enero del año pasado, la Alcaldía Local de Tunjuelito se puso en el centro de una negociación entre el Acueducto, la SDA y los empresarios, de la que han salido dos alternativas para evitar que la industria se vaya a pique.

La primera propuesta, y la que prefieren el Acueducto, la SDA y la Alcaldía Local, consiste en que se establezca una planta de tratamiento de aguas residuales en la que el proceso secundario y el primario estén centralizados. La planta quedaría en el barrio y contaría con la financiación del Distrito y el aporte, de acuerdo a su volumen de producción, de cada uno de los curtidores. Pero esta opción, que costaría unos $10.000 millones, según cálculos de la mesa de negociación, podría significar la desaparición de gran parte de los empresarios. “Muchas familias viven de curtir uno o dos cueros a la semana, no tienen los permisos, y si les toca contribuir se quedan sin sustento”, aclara Camelo.

La otra opción, que costaría $4.000 millones menos, es que sólo la sedimentación, la primera etapa, se haga centralizada y el agua salga de San Benito por los tubos actuales que van a dar al mismo río en la localidad de Bosa, luego de lo cual se pagaría para que el Acueducto, en una planta ubicada cerca a la desembocadura en el río Bogotá, haga la segunda parte. Esta posibilidad es la que más les suena a los empresarios en términos económicos. Uno de los argumentos es que cuando el agua sale del proceso primario es muy similar a las aguas residuales domésticas. Pero la norma exige que el agua se vierta en el alcantarillado con los dos procesos cumplidos.

Por ahora, la Alcaldía Local ha prometido que legalizará el predio para la planta y que brindará garantías de asesoría y educación para la formalización del oficio. Una vez se resuelva lo relativo al agua, el siguiente dilema será la calidad que, por ahora, es el factor competitivo que más preocupa a las pequeñas y medianas curtiembres, que no saben si saldrán del tema del agua.

Libre mercado, el otro problema

Colombia es el cuarto productor ganadero en América Latina y el número 15 a nivel mundial, según cifras de la FAO. Asimismo, de acuerdo con cifras presentadas por el DANE en 2011, 3’900.000 reses son sacrificadas anualmente en el país. Según cuentan los curtidores de San Benito, en los últimos dos años las pieles saldas (las recién extraídas) incrementaron su valor en un 20%. Esa subida en los precios estaría influenciada por la exportación de pieles “crudas” a China. Según calcula Eduardo Camelo, a diario salen tres contenedores de San Benito, con lo cual se puede suplir la producción semanal de una de las fábricas que producen en serie. Además, muchas marroquinerías prestigiosas han reducido las compras a las curtiembres locales, pues, en países de la región, o incluso en Europa y EE.UU., consiguen producciones en masa, de mejor calidad, a un precio muy similar al que las pieles tienen en Bogotá.

'Esta fábrica está al nivel de las italianas'

Jesús Bohórquez, director de producción de la fábrica Procpieles, ha tecnificado la producción importando maquinaria por más de mil millones de pesos. En temporada alta le da trabajo a más de 45 personas y, de manera indirecta, mediante la compra de materias primas, a cerca de una decena de curtidores. Procpieles es una de las tres empresas de San Benito que se pueden considerar grandes. Tiene una demanda considerable de cueros trabajados, principalmente de parte de grandes cadenas de marroquinerías, y participa en ferias internacionales en las que, según ha constatado Bohórquez, “el cuero bogotano está muy cerca del nivel italiano y español, que son los de mejor calidad”. Sin embargo, esta fábrica, que puede producir cerca de 600 m² diarios, es la excepción en cantidad de producción y, aun así, no tiene la planta necesaria para hacer el tratamiento de aguas completo.

 

Por Camilo Segura Álvarez

 

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