Toros: Tarde para recordar

La del domingo fue una buena corrida. Para muchos, una gran corrida. Salvo la figura de Paquito Perlaza, Rafaelillo y Garrido eran desconocidos en Bogotá. 

ALFREDO MOLANO BRAVO
06 de febrero de 2017 - 11:41 p. m.
Mauricio Alvarado - El Espectador
Mauricio Alvarado - El Espectador

La del domingo fue una buena corrida. Para muchos, una gran corrida. Salvo la figura de Paquito Perlaza, Rafaelillo y Garrido eran desconocidos en Bogotá. Por esa razón la plaza tuvo tres cuartos de entrada y no como alega el petrismo, sólo un cuarto. Las fotos tomadas a las 4 –y no a las 2 y media– lo prueban. Los españoles confirmaban alternativa y el honor le correspondió a la Santamaría, una plaza que el domingo volvió a estar esplendorosa: arena dorada, limpia y peinada; banda de música acompasada, con 10 trompetas sonoras y templadas; los monosabios activos y atentos.

Rafaelillo, que tiene fama de torear bravos y grandes toros, poco pudo hacer en su primero, que fue recibido con silbos y que se mostró desconcertado al pisar la arena y así se fue. Cabeceaba, derrotaba, tiraba la cabeza alta –casi alcanza al picado en las costillas–. Rafaelillo tiene lo que dicen "plaza" y es un gran lidiador. Buscó de mil maneras meter el toro en su muleta, pero poco logró. Era un toro caminador que miraba con cautela y a ratos con desgano. El público entendió y aplaudió.

En cambio, con su segundo, un gran toro de 518 kilos, hizo una gran faena que no coronó con oreja al fallar con la espada. Fue el castaño que le correspondió un toro grande, pero no tuvo la presencia de sus hermanos. Humilló desde los primeros lances tanto que Rafaelillo al verlo venir para recibirlo con una larga cambiada, se puso de pie. Tumbó al picador y dio pelea de bravo. El público aplaudió y coreó un "¡Mondoñedo, Mondoñedo!" memorables las banderillas de Jiame Devia retirándose dándole la cara hasta las tablas. Merecido aplauso. Con la muleta de rodillas untó de arena los belfos del toro; toreó profundo con la derecha. Por naturales mostró temple a pesar de que por ahí el castaño se mostró reservón. Desafió con la cadera y con la muleta guardada y sacó aplausos con el desplante. Rafaelillo es valiente, buen torero. Puso la espada en sitio, pero el toro, como sus hermanos, no se venció. Una oreja a ley. 

Garrido no convenció en Manizales a pesar del gran toro de Ernesto Gutiérrez que le correspondió. Pero en Bogotá fue otra cosa. Le tocó, sin duda, lo mejor del gran encierro de Mondoñedo. Todos salían a la luz mirándola un tanto distraídos, aunque, se podía decir, estudiando. Su primero pesaba 468 kilos y humilló desde el primer capotazo. Peleó con el caballo de Viloria, que lo hizo desde el sitio que toca: a contraquerencia, como se pide en la Santamaría. Tres derechazos y un forzado son suficientes para meter el toro en la muleta. Repitió hasta la música y después la fiesta: naturales templados y largos y ligados. Un par de forzados escalofriantes, una estocada sembrada, pero, tampoco cayó el toro. Toreó a gusto y dio gusto verlo torear. Pidieron dos orejas y vuelta al toro. La presidencia otorgó una y punto.

Garrido fue a más con su segundo –457–, el mejor toro. A mitad de la faena el público comenzó a batir pañuelos pidiendo indulto. Es un animal bello de hechuras, rápido fijo noble. Humilló de entrada, sin condiciones y así, oliendo la arena, se mantuvo. Gran pica de Clovis. Dedicado al ganadero, con la muleta, Garrido. Una serie de seis pases clavado en la arena fue deslumbrante. Naturales largos, cargando toda la suerte con la de salida. Indultado como merecía el toro, salió con nobleza hacia el corral. Dos orejas.

Paco Perlaza es, como lo mostró, un torero hecho. Su primero fue un astracanado de 450 kilos recibido con una tanda de verónicas de mano baja. Dio pelea con el caballo como todo el encierro. Humillaba y se repetía. De lejos no quiso saber nada, pero de cerca mostró la casta. Templados los derechazos hasta un achuchón que destempló la faena. Valiente, con un codo casi roto, terminó su faena con pundonor y una serie de manoletinas muy aplaudidas. El público le agradeció su valor, pero también su limpieza con la muleta. Su segundo fue un despabilado de 500 kilos. Logró verónicas de mano baja y quites a la navarra ceñidos. Al inicio la muleta fue un poco brumosa, pero la despejó. Hizo una faena en los medios de clase que fue celebrada con música. Izquierda templada y la oreja rondaba las graderías. La espada la malogró. Gran faena.

Tarde para recordar.

Por ALFREDO MOLANO BRAVO

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