"Tras el bogotazo, todo cambió": Corradine

El arquitecto Alberto Corradine Angulo tenía 15 años y no sabía muy bien quién era el Gaitán al que muchos lloraban el 9 de abril de 1948. Así fue su viaje desde el colegio León XIII, en la carrera 5 con calle 8, hasta su casa en la calle 18 con Caracas.

Estefanía Avella Bermúdez
08 de abril de 2014 - 08:14 p. m.

“Ese día, de causalidad un poco antes de la una, me dijeron en el colegio que tenía salida. Me arreglé y salí. A media cuadra me encontré con un condiscípulo, que venía asustado y llorando y que me dijo ¡Mataron a Gaitán!”. Son las mismas tres palabras que titulan el libro de Herbert Braun, quien escribió: “esas tres palabras que fueron una afirmación para muchos, un dolor, una expresión espontánea, con la cual buscaban con desespero llegarles a otros, tocarlos, decirles que ¡Mataron a Gaitán!”.

Así comienza a recodar su 9 de abril de 1948 el Arquitecto Alberto Corradine Angulo. Tenía no más de 15 años y cuando supo la noticia recuerda no tener claridad de quién era Gaitán, pero sabía que significaba algo grave. Asustado y de prisa debía llegar desde el colegio León XIII en la carrera 5 con calle 8, hasta su casa en la calle 18 con Caracas.
En el trayecto, a pesar de que asegura haber corrido por la carrera quinta, había sido inevitable ver ese cruce de la séptima que le puso los pelos de punta, “venía una horda con tipos agarrados brazo con brazo barriendo la calle. Pensé que no podía meterme ahí porque acabarían conmigo y esa fue la última vez que vi la capilla de La Inclusa al lado del edificio donde funcionaban los correos y a donde llevaban los niños huérfanos. Todo lo que había en esa esquina fue completamente quemado, todos esos almacenes fueron destruidos”.
Sin saber cómo, logró llegar a su casa, en donde se dio cuenta que entre los revoltosos estaba participando el hijo de la muchacha, que era un poco mayor que él. “Yo no salí de mi casa porque no me atrevía, no sabía vivir en esas condiciones de pelea. El otro sí sabía; me impresionó que ese día a las 10 de la noche llegó con una maleta llena de perfumes y estilógrafos nuevos”.
Fueron tres días en los que el centro de Bogotá duró incendiado, con francotiradores encima de los edificios que, según él, se divertían dando tiros a quien vieran. “Al día siguiente bajaban frente a mi casa las vendedoras de la plaza de mercado con abrigos de piel lujosos encima del delantal y muchos tipos rastrillando sus machetes por todas las ventanas de las casas”. Corradine volvió a salir de su casa casi 20 días después, cuando el hijo de la muchacha aseguraba que todo estaba mejor.
La Bogotá que volvió a ver era completamente diferente, recuerda Corradine. Las edificaciones habían quedado quemadas y destruidas, pero además la ciudad que conoció había dejado de tener unas calles transitadas y llenas de actividad.
“Tras el bogotazo todo cambió. Una de las cosas que más me sorprendió después del 9 de abril fue que llegué como de costumbre al frente a la Iglesia San Francisco para que me embolaran los zapatos. Quienes lo hacían habían dejado de saludar con la amabilidad que tanto los caracterizaba, percibí un cambio absolutamente radical en su manera de ser que ahora era tosca y seca”. Fue así que el centro de la ciudad se transformó, quienes vivían en la zona, decidieron alejarse, se fueron para el norte y así prosperó Chapinero y luego los demás barrios que van hasta la calle 100. Ahí comenzó la transformación urbana de Bogotá.
Ese 9 de abril dio paso también a la transformación de la plaza de Bolívar. Las cuatro fuentes que la adornaban terminaron arrasadas y años más tardes se decidió aplanarla y borrar elementos históricos, como el círculo en el piso en la esquina suroccidental de la plaza que señalaba el lugar donde había estado el cadalso en el que, en la época de colonia, Morillo había ahorcado a una gran cantidad de mártires que lucharon por la independencia.
Pero por sobre todo hubo un cambio en la mentalidad de la gente humilde y trabajadora de Bogotá. “Cuando esta gente se emborracha, como tiene muchas cosas refrenadas, desemboca sus iras contra lo que haya por delante sin importar si es bueno o malo. Esa puede ser una de las causas de la violencia diaria que vivimos”.
“Es mi vivencia del 9 de abril, que la tengo muy clara y fuerte por todo lo que me impactó y por todo lo que significó para la ciudad”.


Por Estefanía Avella Bermúdez

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