El Magazín Cultural

Adiós a un Profesor

Guillermo Hoyos fue un doctor en filosofía, un educador, un sacerdote y, para muchos, un maestro. Murió este sábado, a los 77 años, dejando todo un legado de discípulos que hoy lo lloran y agradecen haber tenido la oportunidad de aprender de él; ya sea desde sus cátedras, de sus textos o de sus mismas acciones.

Adriana Marín Urrego
06 de enero de 2013 - 09:00 p. m.
Adiós a un Profesor

Hoyos se dedicó a la academia por mucho tiempo pero, a diferencia de lo que ocurre con muchos académicos cuyas ideas permanecen en las aulas y en el cerrado círculo de las ponencias, los ensayos y los congresos, él pudo emplear todo lo que iba aprendiendo en temas que no sólo son reales, sino que tienen un gran impacto —por no decir todo— en el desarrollo de un país: la educación y la política. En sus entrevistas se evidencia una manera de pensar crítica, construida a partir de unas lecturas por medio de las que realizaba radiografías de la sociedad, casi siempre en estos dos aspectos. Porque, para él, la filosofía “cuánto más útil, tanto más filosofía es. Pero su utilidad sí consiste en abogar en todo momento por pensar críticamente las diversas situaciones humanas en una perspectiva utópica”.

Con esta convicción, veía el ideal de la educación desde la comunicación. Por eso fue un fiel seguidor de Jürgen Habermas y propuso desarrollar la pedagogía alrededor de la teoría del actuar comunicacional del filósofo alemán: “Para mí la educación es comunicación y puesto que la competencia ciudadana por excelencia es la competencia comunicacional, lo primordial en la educación es la formación ciudadana”. Lo importante es la persona, decía. Por ello “antes de pretender formar especialistas, debemos formar personas, ciudadanos y ciudadanas en el sentido más pleno de la palabra”.

Mientras que Habermas le permitió proponer el ideal de la pedagogía colombiana, con Martin Heidegger, otro alemán, pudo entender lo que ocurría actualmente con la educación en el país. “El pensar está en lo seco” —afirmación de Heidegger— aparece, según Hoyos, en la obsesión creciente de la educación colombiana con ser ciencia, empeñándose en evaluar resultados y en acreditar indicadores. Dice que, tal como la capacidad del pez a permanecer vivo en lo seco, la educación “se ha olvidado de las cosas mismas” y está sometida a ser evaluada fuera de su elemento.

Fue, tal vez, la misma idea de ver con un poco de utopía lo que ocurre en el mundo, lo que lo llevó a pensar que la paz en Colombia sí era (es) posible. Participó en el proceso de paz que se llevó a cabo durante el gobierno de Belisario Betancur en 1984. Allí, en Uribe, conoció a Marulanda, a Alfonso Cano, a Raúl Reyes y a Jojoy. Fue testigo de la fundación de la Unión Patriótica, una guerrilla que quiso entrar a la democracia, y de ese acontecimiento sacó una visión crítica del asunto, que lo acompañó hasta el fin de sus días: “Los colombianos toleramos que masacraran a la Unión Patriótica. Nosotros no tenemos autoridad para pedirles, sin más, sin mostrar un cambio de actitud con respecto a la paz y a la política, que se integren a la democracia, después de lo que dejamos hacer desde una democracia fetiche”.

Sobre educación y política tenía tema para largo. Hablaba y emitía opiniones sobre la actualidad y sobre el pasado, sobre el individuo y la sociedad, soportando sus argumentos en un filósofo o en otro. En las últimas entrevistas que aparecen en los medios hablaba sobre lo que podría suceder con los gobiernos venideros, no solo desde la perspectiva de las acciones que deben tomar los gobernantes, sino también sobre lo que han hecho y lo que deberían hacer los votantes. Pero iba más allá. Hablaba sobre cómo se deberían educar los votantes venideros, para que lo hagan con conciencia real de democracia.

Guillermo Hoyos murió como director del Instituto de Bioética de la Pontificia Universidad Javeriana y en su vida desempeñó numerosos cargos alrededor de instituciones educativas. Fue decano de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, coordinador de la Comisión Nacional de Doctorados y Maestrías y del Consejo Nacional de Educación Superior, miembro del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología y también director del Instituto de Estudios Sociales y Culturales (Pensar). En cada una de estas instituciones —y seguramente en la Universidad de Fráncfort, donde estudió teología, y en la Universidad de Colonia, donde se convirtió en doctor en Filosofía— dejó personas que lo conocieron y que lo admiraron por quién era, cómo pensaba y cómo enseñaba eso que sabía. Era un inspirador de paz y de justicia. Buscaba convencer, a quienes estudiaron y trabajaron con él, que pensar —en un país que lo hace poco— es un acto de responsabilidad pública. Este, entonces, es un adiós de todos sus colegas y sus discípulos. Es un adiós no a Guillermo Hoyos, es un adiós a “El Profesor”.

 

Por Adriana Marín Urrego

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