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Ahí les dejamos su casa pintada...

El proyecto de demolición de un edificio de interés social en París se convierte en la exposición de arte callejero más grande de la historia.

Ricardo Abdahllah, París / Especial para El Espectador
29 de octubre de 2013 - 10:21 p. m.
Los apartamentos que serán demolidos fueron objetos de arte durante un mes. / Fotos: cortesía
Los apartamentos que serán demolidos fueron objetos de arte durante un mes. / Fotos: cortesía

Son las cinco de la mañana y, a pesar de que llueve, en la fila ya se acumulan las personas que esperan para visitar la tan famosa torre parisina. Algunas han venido en bicicleta (el metro empieza a funcionar a las cinco y media); otras, que viven más lejos, han tomado un bus nocturno. “Es la tercera vez que lo intentamos”, dice una mujer que viene con tres de sus nietos. “Hoy sí vamos a entrar”, dicen los niños, los únicos capaces de entusiasmo a esta hora. Más adelante, en la fila, cuatro jóvenes se refugian en sus sacos de dormir. La torre abrirá a las diez. Quienes lleguen a las siete entrarán a mediodía; quienes lleguen hacia las nueve, pasarán a eso de las tres o cuatro de la tarde. “Llegando a las once puede que pasen a las seis o que ya no entren”, dice uno de los encargados de la seguridad, mirando la fila que da la vuelta a la manzana. “Llevo un mes aquí y siempre hago el deber de decirles a los que van llegando después que ni para qué, pero todos quieren ver la torre”.

En realidad no lleva un mes, porque apenas hace tres semanas comenzaron las visitas a la torre París 13, que apenas el año pasado era un banal edificio de ladrillo ocupado por apartamentos de interés social, más o menos idéntico al que queda enfrente, atravesando un parque con juegos para niños. Ahora los diferencia el color naranja fosforescente de uno de los costados de la fachada y los caracteres en alfabetos árabe, cirílico y latino que cubren el costado opuesto. Y claro, el hecho de que todos quieren ver la torre, y como por esas cuestiones de “evacuación en caso de emergencia” sólo pueden entrar en grupos de cincuenta, hacen fila todo el día para verla.

El conjunto residencial, en el número 5 de la rue Fulton, fue construido durante la década de los cincuenta por el arquitecto Daniel Michelin. En 2008, la sociedad La Sablière, que depende de la compañía ferroviaria nacional y lo administra como vivienda para trabajadores de bajos recursos, concluyó a partir de un estudio que era imposible adaptar los edificios a las reglamentaciones vigentes de seguridad, consumo de energía y acceso para los discapacitados. Ubicado junto al Sena y a dos pasos de la Biblioteca Nacional, en el distrito 13, una de las pocas zonas de la capital francesa donde aún existen terrenos urbanizables, el conjunto era además tentador para un nuevo desarrollo inmobiliario. Cuando las dos torres sean demolidas, se construirá en el lugar una unidad residencial con casi el doble de apartamentos. Todas las viviendas del proyecto, cuyo diseño inicial está a cargo de la firma Brenac & Gonzales seguirán siendo destinadas a la vivienda de interés social. La nueva construcción empezará en el primer semestre de 2014.

De un acuerdo entre la sociedad La Sablière, la Alcaldía Local y Mehdi Ben Cheikh, director de la casi vecina galería Itinerrance, nació el proyecto de convertir los apartamentos que se iban desocupando en talleres de arte callejero. Si la expresión puede parecer contradictoria, lo es menos al comprender que es en los muros y habitaciones de esos mismos apartamentos que las obras serán expuestas. Itinerrance seleccionó cien artistas originarios de una veintena de países, que trabajaron durante ocho meses hasta cubrir con su trabajo cada rincón de la mayoría de los 36 apartamentos de la torre oeste del conjunto residencial. En términos de cifras, 4.500 metros cuadrados, sólo en pisos. Si la idea de “exposición de arte callejero” parece tan irónica como la de “taller” (en París, el museo de correo realizó una el año pasado, por supuesto a partir de fotografías), la rebautizada torre 13, lo era: las obras eran originales, efímeras, gratuitas y visibles para el público. Ben Cheikh tiene experiencia en el asunto, gran parte de su fama como galerista la ha conseguido obteniendo muros enteros en París no sólo para los artistas que representa sino también para figuras como Shepard Fairey, quien es sin duda la más grande figura del street art junto a Banksy. Una exposición de arte callejero, entonces, y según se promocionó, “la más grande hasta ahora realizada”, con ese eslogan de feria popular, de carnaval.

Que las dimensiones de la exposición eran impresionantes se sabía desde antes de la apertura al público, el pasado 1º de octubre, pero los comentarios sobre la calidad de lo que podía verse en el interior hicieron que se destaparan todas las expectativas. Si durante los primeros días bastaba hacer fila durante media hora o una hora antes de visitar el edificio, el primer fin de semana la espera se alargó a las cinco horas. La fama llamó a la fama y en las redes sociales la etiqueta #tourParis13 se hizo popular refiriéndose tanto al contenido de la exposición como a las horas de espera que con frecuencia no se saldaban con el ingreso sino con un “mañana, más temprano, intentaremos de nuevo”.

Al pasar la entrada, el visitante es invitado a subir directamente hasta el décimo piso, desde el que podrá bajar a su ritmo recorriendo los 36 apartamentos invadidos de arte callejero. Una camaradería se ha instalado durante las cinco horas pasadas en la fila, y como todo el mundo está armado de cámaras fotográficas o al menos de teléfonos con esa función, se intercambian desplazamientos para no quedar en la foto ajena por ofrecimientos para tomar un retrato con alguno de los trabajos favoritos. Como se trata de arte callejero y no de un museo, los letreros de “No tocar” o “Prohibidas las fotografías” no aparecen por ninguna parte.

Los trabajos no sólo cubren muros y techos, a veces prolongándose de una superficie a otra, como prefirió hacerlo el chileno Inti Castro; con la libertad total y los recursos para modificar cada apartamento, algunos artistas aprovecharon los elementos ya presentes. Así, el francés +-, sacó los sanitarios para instalarlos junto a una bandera francesa con la leyenda “Inmigrantes de la Patria, el día de gloria ha llegado”. En otras viviendas, los artistas rompieron muros para crear pasadizos por los que el visitante se interna en una casa donde las paredes están cubiertos por bocas que amenazan con devorarlo o los objetos se empequeñecen al avanzar. El francés Katre fue aún más lejos: cada habitación del apartamento en el que trabajó está lleno de escombros entre los que sólo sobreviven, bien puestos en su lugar, algunos muebles cubiertos por una fina capa de ceniza que obligan a imaginar la catástrofe que pudo ocurrir. ¿Acaso la misma que explica, algunos pisos más abajo, los cadáveres sumergidos en bañeras llenas de tinta fosforescente? La iluminación ultravioleta fue también escogida por el iraní A10ne, quien cubrió cada centímetro cuadrado de uno de los apartamentos con sus intrincados dibujos. C215, una de las firmas mayores del street art francés intervino suelos y muros para crear una “casa de gatos”. Loiola, de Brasil, no dejó de aprovechar una tina que encontró en el apartamento que le fue asignado, aunque priorizó los murales, por los que ya tiene un largo reconocimiento. Otros artistas prefirieron la tiza, incluso para el suelo, lo que añade al carácter efímero de la galería.

La exposición cerrará, pase lo que pase, mañana. Durante un mes más, los internautas podrán visitar virtualmente la torre. Así elegirán las obras que serán “salvadas”. “Nunca me imaginé que así pasaría los días antes del trasteo”, comentaba sonriente hace unos días una de las inquilinas del cuarto piso, al salir por la puerta del edificio en el que vivió por cinco años. “Ahora me han dado un apartamento al otro lado del río. Es un poquito más grande, pero no tendrá la misma vista”. Por culpa o gracias a algunos trámites administrativos pendientes, fue la última en abandonar el edificio, y no sólo compartió la mitad del año con los artistas que trabajaron en la gran galería, sino tres semanas con los visitantes, que podrían llegar a 25.000 al momento del cierre oficial. La firma administradora del conjunto no podrá quejarse: ahí les habrán dejado la casa bien pintada.

Por Ricardo Abdahllah, París / Especial para El Espectador

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