El Magazín Cultural

Álex de la Iglesia y sus maneras de enfrentar la vida

Mario Vargas Llosa y el cineasta Álex de la Iglesia se encontraron ayer en Cartagena, en el Hay Festival.

Angélica Gallón Salazar / Cartagena /
24 de enero de 2013 - 05:00 p. m.
Álex de la Iglesia dice que en su cuerpo conviven dos personajes totalmente diferentes: el guionista, un ser tranquilo, y el director, que es acelerado y de mal genio.  / Joaquín Sarmiento
Álex de la Iglesia dice que en su cuerpo conviven dos personajes totalmente diferentes: el guionista, un ser tranquilo, y el director, que es acelerado y de mal genio. / Joaquín Sarmiento

El director de cine Álex de la Iglesia aparece caminando con una ropa negra que parece no acalorarlo y una camiseta de un superhéroe que aterriza un poco su formalidad. Va ensimismado, caminando por uno de los corredores del hotel hacia ese destino obligado, y seguro algo odiado, que tienen los personajes famosos en este tipo de encuentros: responder entrevistas. Un llamado lo salva de su tedioso destino matutino, lo saca del letargo: “¡Álex!”, le dice el Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, que está desayunando con su esposa. Se oyen risas, intercambian amables palabras y Vargas Llosa le dice: “He visto la última película que hiciste y me ha parecido una maravilla, muy divertida”. Se despiden y Álex de la Iglesia ahora tiene la cara de un crío. “Es que a Borges y a Cortázar los leíste sabiendo que no los podías conocer; a Vargas Llosa lo leíste queriendo conocerlo, pero sabiendo que era casi imposible, y ahora me lo conozco y ha visto mis películas... con lo vanidoso que soy, me ha dejado feliz para todo el día”, dice y se despacha en risas.

El director vasco, creador de películas como El día de la bestia, Balada triste de trompeta, y la halagada por el Nobel, La chispa de la vida, no tiene recelo en mostrarse con una ilusión casi infantil ante lo que le acaba de suceder; al final, el humor, burlarse de sí mismo, usarse como caja de risas, ha sido su manera de enfrentarse a la vida. “Cuando descubres que la vida es difícil y que parece que va por ti, puedes adoptar varias posturas: puedes ser sumiso y decir: ‘Bueno, de acuerdo, voy a trabajar aquí, voy a llevar una vida normal y adecuada’, y los problemas se te terminarán acumulando en la cabeza; puedes también adoptar una postura hostil y decir: ‘no quiero hacer nada de lo que me pedís, vida, estoy en contra de todo y los odio’, y eso terminará por destrozarte. Y la última opción que tienes es intentar engañar esa vida con bromas. Eso hacía desde que estaba en el colegio, cuando los tipos grandes de la clase querían pegarme y huir era inútil, y enfrentarlos era imposible; lo único que podía hacer eran bromas. A la final no me pegaban porque decían: ‘este hombre está loco, es un idiota’, y me perdonaban la vida. Eso justamente es lo que hago en mis películas”, sentencia Álex de la Iglesia.

Cuando aún era un estudiante, cuando pensar en hacer cine era como querer ser astronauta y su amigo Enrique Urbizu lo había alentado a hacer su primer corto, Mirindas asesinas, fue también esa actitud, la de no gustarle la gente que se respeta demasiado a sí misma, la de no querer cenar con esos que se prefieren a los demás, la que lo llevó a capturar la atención de Pedro Almodóvar, que produjo Acción mutante. “Cuando trabajas en cine, terminas por perder la emoción, y tienes que hacer un trabajo muy fuerte por recuperar esos chispazos que te inspiran, porque sin ellos las historias no pueden seguir. Y cuando los has perdido, una opción es encontrarlos en los ojos de los demás. Cuando me presenté en el despacho de Pedro Almodóvar para mostrarle mi primer corto, como éste no estaba sonorizado, yo empecé a hacer un sonido de trompetas tapándome la nariz intentado ir en simultáneo con las imágenes que veíamos. Por su mirada creo que pensó: ‘pobre imbécil, que este hombre haga una película’”.

Sin embargo, y a pesar de que todo da muestras de que ese es su carácter predominante, Álex de la Iglesia sabe que son dos hombres los que conviven en su cuerpo. Sabe que uno es ese personaje que escribe el guión, un hombre ilusionado y optimista, valiente porque se atreve a pensar, cobarde porque lo que escribe no tiene nada que ver con llevarlo a la práctica. Pero luego se queda atrás el guionista y aparece el director, el tipo de la acción, un hombre al que se le ha encargado una misión, como en una película de Chuck Norris, “ese es un tipo malhumorado y enfadado porque todo el mundo cree que hacer cine es una fiesta y pierde el control; y además, a ese Álex de la Iglesia le toca recibir constantes llamadas del tipo que había escrito el guión, que normalmente soy yo mismo, diciéndole: ‘oye, esto no tiene nada que ver bastardo, esto no era lo que habíamos pactado’”.

Por suerte esas pugnas, esas esquizofrenias creativas, le dan tregua en la vida cotidiana, una cotidianidad que, sin embargo, ha de ser emocional y delirante, que ha de estar llena de minúsculas tragicomedias, una vez que el director confiesa que es de esa vida de donde sale su cine. “Estoy leyendo Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, una novela de ciencia ficción de Philip K. Dick, muy cinematográfica, en la que se cuenta la historia de un presentador del futuro que termina hecho trizas en un hospital, sin que nadie sepa quién es, a pesar de su fama, y teniendo como curandera a una adolescente que se siente altamente seducida por él. Cuando estás leyendo esto te das cuenta de que Dick está contando algo que le ha pasado, lo pillas: ese presentador eres tú y esa pérdida de identidad es probablemente una borrachera. Eso exactamente es lo que me pasa a mí; no la historia de la adolescente, lamentablemente, si no que me encuentro en una especie de resaca crónica en la que me doy cuenta de que hacer una película es contar la vida”.

Por Angélica Gallón Salazar / Cartagena /

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