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Ana esperaba impaciente en un restaurante de comida mexicana. Revisaba el reloj y contaba los minutos. Quince. Treinta. Cuarenta y cinco. “Es el colmo que yo espere una hora a un tipo de una aplicación de citas”. Cincuenta. Una aguacero bíblico paralizaba la ciudad. Las calles se hacían ríos, los truenos estallaban alarmas y los taxis habían desaparecido. Cincuenta y siete. “Me voy a ir”. Sesenta. Jonathan cruzó la puerta. Le goteaba el pelo, le escurría la ropa y tenía los zapatos encharcados. Como en las películas de amor, había corrido veinte cuadras bajo la lluvia para ver a Ana por primera vez. (Lea también: Amor al primer "like")
Pidieron comida, tomaron cerveza y como esas parejas que lo han vivido todo juntas, se contaron el día. La risa era fácil, la conversación desenfadada y la dicha evidente.
-Oye, estoy muy preocupada porque tu estás muy mojado. Tenemos que hacer algo porque si no mañana vas a estar con pulmonía – le dijo ella.
Después de insistir varias veces, Jonathan accedió a cambiarse de ropa sólo si Ana lo acompañaba y la cita seguía una vez él estuviera seco. Era miércoles y la ciudad seguía quieta. Las opciones no eran muchas y aunque ninguno de los dos quería despedirse, no hacerlo parecía absurdo. Una vez en su apartamento, Ana esperó en la sala hasta que Jonathan estuvo listo. (Lea: Amor al primer "like" (Segunda parte))
-¿Qué quieres hacer? – preguntó él-.
-Pidamos una botella de vino y quedémonos acá.
Y entonces, Ana se quedó con Jonathan. Se quedó esa tarde. Se ha quedado muchas. Lleva quedándose un año y quiere quedarse para siempre.
-Nuestra historia de amor es una historia sencilla. Nosotros nos conocimos por Tinder – dice Ana refiriéndose a la aplicación de citas que la cruzó con Jonathan.
“Quisiera que estuvieras conmigo en este momento. Quisiera abrazarte. Quisiera poder tocarte”, le dice Theodore a Samantha. A oscuras en su cama, cierra los ojos y sonríe. Han contado árboles para matar el tiempo en los trenes. Han caminado juntos por la playa. Han descubierto atajos en juegos de vídeo y ella le ha escrito canciones de amor. Han estado en citas dobles con amigos y reído a carcajadas por cosas sin sentido. Ella lo ha hecho feliz y él la ha hecho real. Nunca han dormido juntos, nunca se han tomado de la mano. Theodor no sabe a qué huele su pelo y nunca podrá abrazarla. Samantha no tiene cuerpo y solo existe en un computador.
-¿En qué parte vas? – le escribió Ana. (Lea: Amor al primer "like" (Tercera parte))
-Theodore se enamoró de su sistema operativo – respondió Jonathan.
Era la segunda vez que hablaban por chat. El match de Tinder había aparecido en sus pantallas varios días antes y él le había contado su día como quien habla por teléfono. Esa noche Jonathan veía Her, la película que en el 2014 le dio a Spike Jonze el Óscar a Mejor guión original, y Ana, que ya conocía la historia, seguía con él cada momento desde su celular. (Lea también:Amor al primer "like" (Cuarta parte))
Hablaban de la edición de color en el cine para simular futuros cercanos, de relaciones, de no relaciones y de que en la vida, a veces, la soledad se hace ineludible. Jonathan se había separado de su esposa y Ana había perdido a su esposo en un accidente cuando tenía treinta años.
-Llegamos a conversaciones muy profundas a partir de cosas muy tontas. Fue algo natural que se hizo íntimo de la manera más desconocida. Fue todo menos lo que uno espera de Tinder. Y por supuesto, me enganché – recuerda Ana.