El Magazín Cultural
Publicidad

Clint Eastwood

Calificado como el tipo duro de Hollywood, se hizo famoso en películas del oeste. Todavía hay secretos que contar sobre él.

LORENA MACHADO FIORILLO
13 de junio de 2010 - 09:02 p. m.

Un hombre de bigotes largos intenta escapar a caballo cuando es emboscado por tres pistoleros en pleno desierto. El flaco del amplio poncho –elemento reiterado en los filmes de Sergio Leone - y botas texanas, algo cabizbajo, saca su revólver y empieza a disparar, con fina puntería, a cada uno de sus contrincantes. En señal de victoria, se fuma uno de sus puros, entrecierra los ojos y cuestiona: ¿cuánto están ofreciendo por ti ahora?.

Clint Eastwood como Blondie, el personaje que lo lanzó a la fama, puso de moda a los spaguetti western en los 60 y dejó silbando a más de uno el tema musical de Ennio Morricone. En la vida real, él es como su personificación en El bueno, el malo y el feo. Un timador. De los grandes. Un vendedor de su imagen, como lo definió Patrick McGilligan en su última biografía, reeditada en enero, sobre el cowboy americano. La contraparte de la única autorizada por el actor, que fue escrita en 1996 por Richard Schickel, revela detalles que quiso encubrir con una demanda de 10 millones de dólares en el 2002. No lo logró.

El ídolo del oeste, imitado por miles de adolescentes,  nació en San Francisco pero terminó criándose en Oakland, cuando Clinton, su papá, encontró finalmente trabajo en las épocas de la Gran Depresión. Fueron las crisis económicas las que hicieron que se desenvolviera en múltiples trabajos. Obrero, leñador, bombero. Un melómano, con preferencias por el jazz y el blues, hasta el punto de aprender a tocar piano y presentarse en diferentes clubes de Los Ángeles.

Tanto talento no le sirvió a La leyenda de la ciudad sin nombre, su fracaso musical del 69. La habilidad en el agua lo salvó de ir a la guerra de Corea para prestar servicio como instructor de natación y el dinero que ganó, cuentan, fue invertido en clases de arte dramático. Pero jamás -como se aseguró- pasó por la universidad. Lo suyo eran los deportes y las mujeres.

Dos de sus amigos de la vida militar, David Janssen y Martin Milner (ambos actores), lo ayudaron a ingresar a Universal, un estudio que le apostaba a la formación de las futuras estrellas y, tanto delante de cámaras como detrás, Clint Eastwood no ha dejado de brillar. Más de 50 películas como actor y 31 como director. Una leyenda viva, que no desaprovecha su título y sobre el que se posan las miradas cada vez que hace una aparición. Cumplió 80 años el 31 de mayo. Se rehusó a conmemorarlos porque “cuando llegas a los 70, muchas cosas pasan. Una es que empiezas a dejar de celebrar tus cumpleaños”.

Antes de tener éxito contundente en  la pantalla grande fue figura de TV con el papel de Rowdy Yates en Rawhide, serie del oeste con la que ganó popularidad por los 1.92 metros de estatura, un rostro de suaves facciones que le hacía juego a una expresión displicente, pulida con los años, como si algo siempre le molestara. Entrecejo fruncido, ligero movimiento de labios, tono fuerte, mirada profunda. Un tipo duro, dicen algunos.

Se casó joven, a los 23. La modelo Maggie Johnson lo enamoró, tuvieron dos hijos: Kyle, de vena musical y Alison, a quien dirigió en Medianoche en el jardín del bien y del mal. Tras 25 años de matrimonio la abandonó por Sondra Locke, una actriz con la que compartió varios filmes y un largo romance. Un día cualquiera, como expone la rubia en su autobiografía, cambió las cerraduras. Ella revela que la obligó a someterse dos abortos y una ligadura de trompas.

Clint Eastwood terminó yendo al altar -sólo se ha casado dos veces- con Dina Ruiz, una latina,  presentadora de televisión, de curvas pronunciadas, quien sonríe en cada foto con las cuales confirma que ella es la lolita -36 años más joven-  de ese tipo alto, ya con canas, quien sigue inspirando algo de temor y se refugia en los bellos paisajes de Carmel, el lugar donde tiene un bar de jazz con variedad de carnes en el menú.

Ni siquiera las beldades que lo han acompañado pudieron con su mayor defecto: la avaricia, por lo mismo, prefiere ponerse el vestuario de sus personajes para ahorrarse gastos. El  sujeto que ha ganado alrededor de siete millones de dólares por filme.

Don Siegel -el director con quien trabajó en cinco cintas- fue la razón por la que dejó el oeste y la Colt 45 para emprender una aventura en  la ciudad, junto a una Magnum 44 y aquella frase con la que se le asocia: “Ven aquí, alégrame el día”. Harry el sucio, el fuerte, el ejecutor. Harry Callahan: el policía que hacía justicia con métodos dudosos. El mesías que evitaba quitarse la chaqueta mientras combatía el crimen en San Francisco. La figura que lo catapultó, aún más, como la celebridad de la época.

En ese tiempo, los 70, ya estaba dirigiendo su primera película, Escalofrío en la noche, e hizo una de sus actuaciones más admiradas por la crítica: Frank Lee Morris, el preso tentado a salirse de una isla que funciona como penitenciaría en Escape de Alcatraz (1979). Las siguientes producciones, incluso las que él dirige, repiten el prototipo: tosco, de pocas palabras y solitario.

Sus tendencias republicanas lo hacen alcalde, entre el 86 y el 88, de la ciudad californiana Carmel, en la que reside actualmente. Decidió abandonar el cargo, no el poder, para sumergirse en procesos creativos y fundar una productora, Malpaso Productions, que sigue vigente.  De su faceta de político mantiene el interés por controlar su entorno. Así se lo contó Patrick McGilligan a un periodista de El País de España: “Cuando escribí el libro sobre Jack Nicholson, él no colaboró, pero no coartó a nadie para que no atendiera mis llamadas o mis cartas. Pero con Clint Eastwood fue diferente. Yo ya le había entrevistado y conocía toda su extraordinaria carrera. Intuía que había una historia compleja más allá de la versión publicitaria, pero incluso a mí me sorprendió todo lo que encontré”.

Además de tacaño -nunca ha pagado la cuenta en un restaurante- y mujeriego, relata McGilligan, es un pésimo amigo. Luego de sacar provecho de sus relaciones, se desaparece. Sin embargo, su actitud no impide que las personas le guarden respeto. O temor. En la biografía, muchas fuentes son anónimas y fueron varios los que prefirieron guardarse declaraciones trascendentales, como un profesor que pidió permiso para hablar pero no se lo dieron. 

Interesado, gruñón, manipulador. Hasta misógino. Detalles de su personalidad, poco conocidos, que no afectan su rol más aclamado: el de director. Heredero de John Ford -lo tildan varios- por las historias que narra, cargadas de violencia, soledad y redención. Clint Eastwood sonó fuertemente en esa faceta cuando llevó la vida del jazzista Charlie Parker en Bird y se subió al pedestal con Los imperdonables (1992), una cinta que retorna al western y le hace ganar cuatro Oscar. Su llegada a la cima. Luego vendrían Río Místico, Million Dollar Baby y Gran Torino, el drama del que todos, fanáticos y detractores, hablan. Una actuación memorable, con la que ruge e intensifica su legado.

Clint Eastwood sigue siendo un personaje. Uno que no ha ganado Óscar por sus actuaciones. Uno con el que se entretejen mitos y conflictos. Aquel alabado por Hollywood. El chico del oeste, quien ya tiene 80 años, está en la producción de su película número 32 como director. Se llamará Hereafter y, seguramente, volcará todas las miradas sobre él. De nuevo.

lmachado@elespectador.com

Por LORENA MACHADO FIORILLO

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar