El Magazín Cultural
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¡Ay amá!

Desahogo de una mujer en tiempos de alienación. La ilusión por volver a su tierra, Cali, y la nostalgia de haber dejado allí las verdaderas razones de la felicidad.

Laura Marcela Ballesteros
09 de mayo de 2016 - 02:20 a. m.
/ Ilustración de Brett Manning
/ Ilustración de Brett Manning

Me siento a contemplar el universo como si no hiciera parte de él. Pareciera que todo lo que sucede a mi alrededor es tan ajeno que la distancia entre centímetros es abismal. No veo, no escucho, no siento. La vida transcurre sin propósito y no está mal, y tampoco está bien. Las obligaciones y el tedio de la rutina, además de ese sonsonete constante de bocas insensatas que argumentan que ya estás en edad de crecer económicamente, que debes rendir, que debes pagar, rendir, pagar, ¿y la ganancia?, sí, de lleno en las deudas. ¿Y el gusto?, ¿y la pasión?… ¿en qué momento cruzamos la línea de la obligación? Por qué escribir historias y pensar, pensar y escribir no son ya tan fascinantes, por qué en pleno segundo piso de vida ya siento cansancio…

La motivación es tan volátil y se esconde bajo propósitos a corto plazo satisfacientes de las expectativas sociales. A veces sólo quisiera respirar, ir a un buen restaurante, sentarme a ver pasar la gente y perderme en la sorna de la tarde, investigando las mentes de los transeúntes, analizando gestos, tratando de adivinar esas historias que esconden sus ropajes, sus arrugas, su prisa. Quisiera detenerme en el tiempo, sentir que el día es eterno, que la brisa me acompaña, que me muevo con la luna y que sólo me arropa la madrugada. Sentir que soy libre, que no necesito alas para volar sino mi libreta y un lápiz para garabatear líneas y pensamientos profundos que ya siento perdidos en el inconsciente.

Mi conciencia ha pasado a componerse de notas publicitarias y una pantalla poco emocionante que alberga en su fondo un elefante sentado que mira al infinito, al cielo azul, esperando, pasivo; tal vez un recordatorio de lo lejos que me siento de mi color, mi bello azul, mi representación más pura, mi estado natural, mi pasado. Y me pierdo en el silencio de los objetos abióticos de una oficina; salvo el color de unos pocos juguetes, estoy sumergida en la impersonalidad, en la falta de estimulación.

Mis sentidos se rehúsan a refugiarse en el blanco, en la neutralidad y entonces es ahí cuando te añoro, Cali; extraño tu brisa, tus colores, tus negritudes, tus sonrisas perladas, tu son, tu dejo, tu cadencia en el hablar, en el caminar, en el bailar. ¡Ay amá cógeme, que me voy de culo por la vida!, grito insolentemente porque eso es lo que me gusta ser, una atrevida.

La altanería va conmigo. Vamos cogiditas de la mano, despotricando del mundo, odiando a diestra y siniestra. La cortesía no es más que una prima mojigata de la hipocresía. Vamos menospreciando almas mientras sólo unos pocos se ganan el espacio en alguna de las bifurcaciones del cerebro que alberga el interés. Y es que el interés en estos días es lo más difícil de mantener. Entre la rutina, las relaciones viejas, los besos cansados, las charlas repetitivas, los caminos ya sabidos, los conocimientos acumulados e innecesarios, alguna que otra emoción de paso, la música de años, sentirse viejos, insensibles, agotados y cansados ya es normal.

La virtud de la joven pasión se quedo en los años universitarios. La independencia, las obligaciones, cocinar, la soledad, cocinar, administrar, cocinar y respirar, y sobre todo cocinar, se convierten en los retos diarios. Ya no hay tiempo y orden para soñar, indagar, crear, equivocarse, volver a intentar. El ahora nos consume, nos persigue la premisa de la muerte y morimos un poco a diario, nuestra existencia se esfuma frente a nuestras pestañas.

Estamos saturados de madurez, de anhelos poco incluyentes con nuestra esencia. No reconocemos nuestras quejas; nuestro descontento se estanca en una bóveda social. Acallamos, nos oprimimos el pecho, nos arrancamos el alma y nos giramos frente al mundo para simular vivir. ¡Ay amá!, dónde es que te metiste que ya no encuentro mis sueños, ¡ay amá!, convulsionan, se mueren, ¡llamen al médico!.

Pasa otro minuto perdido y la involución ni siquiera me cobija bajo la etiqueta de animal. Quiero sentirme humana, llenarme de humanidad, extasiarme de instintos, volver a sonreír sinceramente, sensibilizar las emociones. Parezco una autómata en búsqueda del sentido de la vida, que no es más que aquello que nos llena de cosquillas relajantes; algo como las mariposas en el estómago, pero si de algo estoy segura es que de amor no quiero vivir.

Cómo llega un humano a la tercera edad… cómo soporta la desgracia de la infidelidad que mantenemos hacia lo que somos. Entre menos instintivos seamos pareciera que se nos recompensa más. Dejamos de crear para insertarnos en el engranaje. Otra tuerca más. otra migaja para las aves de rapiña y así vamos por la vida, propagando juventud mientras extinguimos la vitalidad en insomnios improductivos, entre tabaco, licor y hierba; entre pepas, perico y una que otra porquería, entre el sexo con cadáveres, con fantasmas, con desaparecidos.

¡Ay amá! ya me quedo muda… ni ganas me dan de gritar, me siento cansada, ¡me están matando! ¡me asesinan!… ay, amá… A estas alturas de mi vida, me arrepiento de haberle puesto tanto lógica a lo incomprensible. Quiero de vuelta mis impulsos, así me vaya de jeta contra el mundo, qué me importa si no aprendo… viviré una y otra vez como si fuera la primera, sin remordimientos, sin resentimientos, sin prejuicios. Viviré una y otra vez como si cada día viviera para morir y renacer en la belleza de lo incierto, de lo real, de los abismos que emocionan, que supuran adrenalina, que añoro, que me faltan, que siento inalcanzables, que me consumen en la desgracia del anhelo; quiero caer y caer y caer y caer y caer y perderme en los excesos y quisiera nunca haber pensado que la madurez implicaba el vil acto de asesinar la mitad de lo que soy y de lo que puedo llegar a ser.

Ay amá, ¿escuchas eso?, no es nada, es el silencio, la calma, la plenitud, ya estamos muertos, ya no fuimos más.

Por Laura Marcela Ballesteros

 

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