El Magazín Cultural

Bavouzet: músico del alma sucia

El pianista francés comenzó su camino al revés: primero interpretó a los vanguardistas y luego el registro clásico. Sus grabaciones íntegras de Debussy y Beethoven le han valido decenas de premios.

Juan David Torres Duarte
06 de enero de 2017 - 03:17 p. m.
El pianista Jean-Efflam Bavouzet. / Benjamin Ealovega
El pianista Jean-Efflam Bavouzet. / Benjamin Ealovega
Foto: Photographer: Benjamin Ealovega

Cuando se ensució el alma, Jean-Efflam Bavouzet estudiaba en el Conservatorio de París. Había cumplido sus estudios regulares en Metz, en la región de Lorena, y por un tiempo se había dedicado a aprender la mecánica del oboe y de la percusión. Ensayó incluso con la música electrónica y, por los designios de la experimentación, tuvo cierta cercanía con el jazz. Al llegar a París reconoció cierta repelencia en la academia ante aquello que bautizaron avant-garde: la vanguardia. También ante todo aquello que expandiera los límites de la tradición. Pero pecó de ingenuo cuando, durante uno de sus ensayos, tocó un fragmento de jazz. (Lea también: Programación con el Cartagena XI Festival Internacional de Música)

—No toque jazz —le dijo su profesor.

Entonces escuchó la oración que lo desequilibró:

—Se ensuciará el alma.

“Era toda una declaración —diría años después, durante una entrevista con la revista Limelight—. Si tocabas tres notas de jazz en el Conservatorio de París en los años ochenta, el profesor te expulsaba. Oh, sí: había mucha tensión”. La tentación, sin embargo, tenía una voz clara y firme: desde entonces, Bavouzet, que hoy tiene 54 años, se consagró al ejercicio creativo de comprender obras en apariencia crípticas, como las de Pierre Boulez, o dueñas de una arquitectura extravagante, como las de Claude Debussy. Desde entonces se lo ve así: un hombre menudo enfrentado a un piano inmenso.

Bavouzet ha grabado las obras integrales en piano de Maurice Ravel, Claude Debussy y Ludwig van Beethoven: diez discos que suman 641 minutos. También ha registrado obras de Haydn, Bártok y Prokofiev. Ha trabajado con una docena de directores. Ha tocado con las orquestas filarmónicas de Kioto, Dallas, Boston, Berlín, Hungría, Lyon, Varsovia, Nueva York y Londres, y con las orquestas a secas de París, Francia, Budapest, Cleveland, Lille y São Paulo. Ha alentado la acústica de conservatorios en París y Moscú y se ha hecho célebre por sus conciertos de filigrana en la Cité de la Musique y en la Ópera Nacional. Y por un tiempo fue incapaz de mantenerse neutral ante la belleza jeroglífica de Debussy: cuando comprendió qué había en él, fue como un rayo que parte el cielo acerado.

“Fue un momento muy interesante en mi vida —recordaría después—, un momento en que casi fui infectado por un mundo musical del cual no podía escapar. Se convirtió en una droga, literalmente, con algunos efectos extraños. Me convertí en un hipersensitivo a la música de Debussy, hasta el punto de que tres de sus notas me llevaban a un estado emocional cercano a las lágrimas. Era muy extraño. Pero pasó. Ya no existe más, aunque ahora pongo a Ravel y a Debussy en lo más alto de mi panteón musical”.

Su más reciente título es el tercer volumen de las sonatas para piano de Beethoven, que grabó con su discográfica de costumbre, Chandos. “El ciclo cronológico de Bavouzet —escribió el crítico Stephen Plaistow para Gramophone, que lo calificó como la grabación del mes en diciembre— no ha sido superado, juzgo, en los últimos 30 años. Sí, es así de bueno. Él irradia generosidad y equilibrio así como cierto placer al tocar tan bien el piano”. Andrew Clements, crítico del diario The Guardian, escribió sobre el segundo volumen de dichas sonatas: “En su mejor punto, su interpretación es comprometida y fresca. Nunca hay una pizca de estancamiento, incluso en las piezas más familiares (…). Pero el registro de los tres grandes trabajos de la pieza Opus 31 y los de Waldstein son menos convincentes”. En seguida, Clements anota que la interpretación de Bavouzet careció de cierto cuidado en las tensiones más extensas y poderosas.

“Siempre trato —dijo Bavouzet en una entrevista con Vancouver Classical Music— de estar tan cerca como sea posible del estilo del compositor. Creo que una de las cosas más importantes como intérprete es entender el estilo del compositor. Pero no puedes alejarte de tu carne, de tu sonido, de tu trasfondo, y no puedes hacer nada en contra de tu naturaleza. Cuando toco, sólo puedo intentar ser tan transparente y fiel como sea posible”. Por sus interpretaciones, Bavouzet ha recibido varios premios Gramophone y distinciones de la BBC y conservatorios internacionales.

En su ensayo —según recuerda— sobre Liszt, el filósofo Vladimir Jankelevitch le hizo caer en cuenta de que la virtud musical, la rigurosa interpretación que deja recuerdo, sólo tiene una oportunidad. “Él decía que el virtuoso necesita dar en la nota clave sólo una vez”, recordaría. Bavouzet decía que, contrario a algunos de sus colegas, tenía algún afecto por el estudio: estar encerrado, repetir, afinar los yerros. En escena, en cambio, la fortuna sólo le otorgaba una ocasión, delgada y frágil, que podría someterlo al escarnio o a la gloria. “Lo que necesita el virtuoso —seguía Bavouzet— es ser capaz de dar el salto. Pero sólo una vez: cuando está en el escenario”.

Por Juan David Torres Duarte

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