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Blanco y negro en el siglo XXI: cine a la antigua en la era digital

¿Por qué en la era de los efectos especiales y el derroche técnico algunas películas deciden volver a los colores con los que nació el séptimo arte?

Camila Builes
17 de enero de 2016 - 01:47 a. m.

Después de 121 años de la creación del cine todavía existen cintas que recrean los colores originales con los que nació el séptimo arte. Una de las razones por las que directores y productores utilizan este recurso es la falta de presupuesto para invertir en grandes equipos o efectos especiales. “El cine es un arte posibilista, no lo hice porque quisiera reivindicar un tipo de cine, como el francés o checo de los años sesenta, sino porque trabajar en blanco y negro es más fácil cuando no tienes iluminación”, dijo Jonás Trueba, director del filme español Los ilusos (2013), la cual traslada a la pantalla grande lo que ocurre detrás de las cámaras cuando se trabaja en el rodaje de una película.

Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella, directores de 25 Watts (2001), aseguran que “era más barato el revelado de 16 mm en esos colores y más fácil para falsear la luz”. La película uruguaya muestra las 24 horas de la vida de tres jóvenes: Javi , Seba y Leche, y su afán por evadir las responsabilidades de ser adulto.

Los colores básicos se convirtieron en aliados de los realizadores que, sin mucho dinero, pueden encontrar en ellos una herramienta narrativa para reforzar la historia.

En lo que va de este siglo se han hecho, por lo menos, 50 largometrajes a blanco y negro. Entre dramas, animación y cintas de terror, la industria del cine se niega a despedirse de la fórmula clásica del color. Sin embargo, el proceso no es original del todo: la mayoría de filmes son grabados a color y en la etapa de posproducción se realiza el cambio.

Otra de las razones por las que se hacen películas a la antigua, en cuanto al color de la imagen, es la imposibilidad de recrear fielmente los tonos de algunos momentos de la historia.

El abrazo de la serpiente (2015) fue hecha a blanco y negro porque las imágenes de estos primeros exploradores eran así. Son imágenes que hablan de un Amazonas que ya no existe, es un recuerdo que recreamos. Al mismo tiempo hablan de una manera de percibir, que va mucho más allá de lo que este mundo es, de lo que captan con los sentidos. Es como si se estuviera viendo el mundo de una manera limitada, cosa que las comunidades amazónicas han entendido siempre”, señaló su director, Ciro Guerra.

Otro ejemplo es El artista (2011), galardonada con el Óscar a Mejor Película, que retrata cómo se vivió en la industria de Hollywood el paso al cine sonoro. Y, como no podría ser de otra manera, lo hace a imagen y semejanza de las películas de comienzos del siglo XX: muda, con la estética propia de la época, las interpretaciones exageradas y a blanco y negro. Su director, Michel Hazanavicius, buscó por cerca de diez años financiación para un proyecto que parecía anacrónico.

Alexander Payne, director de Nebraska (2013), hizo la película sin colores naturales porque quería producir un “aire icónico, arquetípico”. A pesar de que intentó realizar una versión en color para responder a las demandas de la Paramount Vintage, la elección del blanco y negro se impuso sobre los intereses de la distribuidora. “Es así como veía la historia. Además, siempre quise rodar en blanco y negro. Las mejores fotos siempre usan ese formato. Esta historia se prestaba para esos colores, un estilo visual tan austero como lo es la vida de los personajes”.

Otra ganadora del Óscar (en la misma categoría en la que hoy se disputa la estatuilla El abrazo de la serpiente, Mejor Película Extranjera) es Ida (2013), dirigida por el polaco Pawel Pawlikowski, que cuenta la historia de una novicia que ha vivido toda su vida en un convento y antes de asumir los votos conoce su verdadero origen. El color de la película alude a las obras tempranas de Godard y a los clásicos de la “escuela polaca”, que alcanzó su momento cumbre a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta.

El cine animado no es una excepción. Persépolis (2007), de Vincent Paronnaud, y Marjane Satrapi, utiliza no sólo el recurso del color, sino el de la caricatura para mostrar la realidad de una niña que vive en el Irán de los años setenta. La película francesa, inspirada en la novela gráfica homónima de Marjane Satrapi, narra cómo era vivir bajo el régimen del Sah y cuáles eran los abusos del poder detrás de actitudes infantiles.

El blanco y negro en la fotografía y en el cine eran, en principio, una imposición por motivos técnicos. Hoy es una elección que tanto para directores como productores y estudios cinematográficos representa el riesgo de que la película sea un producto anacrónico poco atractivo para los espectadores o una pieza digna capaz de superar las realidades creadas por los efectos especiales.

Por Camila Builes

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