Hace un par de meses la Casa de Poesía Silva tuvo la buena idea de organizar un homenaje a José Manuel Caballero Bonald con motivo de la publicación de su más reciente libro titulado Poemas de Colombia, editado en España. En su momento resultó un tanto extraña la convocatoria pues al parecer pocas personas se acordaban de que el recientemente galardonado Cervantes vivió varios años en Bogotá y que contaba entre sus grandes amistades a varios escritores colombianos de primer orden.
Pero vamos por partes. Siempre que ha podido Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, 1926) ha reiterado una y otra vez la importancia que para él supuso conocer a principios de los años cincuenta en el Colegio Mayor Guadalupe de Madrid y en las tertulias hispanoamericanas a poetas como los nicaragüenses Carlos Martínez Rivas, José Coronel Urtecho, Ernesto Cardenal, y a los poetas colombianos Jorge Gaitán Durán y Eduardo Cote, como también al crítico Hernando Valencia o al narrador Pedro Gómez Valderrama, quienes fueron sus grandes amigos. Fue un mutuo descubrimiento, o como dijera otro de los grandes poetas de la generación del 50 en España, José Ángel Valente, en un gran poema:
Gracias a sus amistades colombianas —Ramón Pérez Mantilla, Rafael Gutiérrez Girardot y Eduardo Cote— Caballero Bonald obtuvo un puesto como profesor de literatura española en la Universidad Nacional de Colombia, lo que le permitió salir de la atmósfera opresiva del momento y evadir los posibles rigores de la cárcel por sus actividades políticas. Fueron tres años vividos con una gran intensidad, de 1959 a 1962, en los que conoció el Caribe y el Pacífico, hizo el último viaje que realizara un barco de paleta por el Magdalena —del que hay una crónica soberbia en La costumbre de vivir—, nació su primer hijo, escribió su novela Dos días de septiembre y publicó en las ediciones de la revista Mito su libro de poemas El papel del coro, aparte de participar con artículos y poemas en varios periódicos y revistas colombianas. Durante este período compartió la vida cultural y política de Colombia con idéntica pasión, lo que le hizo cultivar grandes amistades con Guillermo Cano —a quien siempre evoca con admiración por su postura ética y con tristeza por su trágico final—, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Alejandro Obregón, Camilo Torres, Fernando Arbeláez, Ramón de Zubiría, Álvaro Castaño Castillo y su esposa Gloria, a quien alguna vez calificó como “la periodista más hermosa del hemisferio”. Y no le faltaba razón.
Ese período de su vida lo marcó de una manera definitiva, tal como lo dejó escrito en su segundo libro de memorias:
“Tengo la inequívoca convicción, en cualquier caso, de que ese viaje a Colombia reglamentó un futuro, lo hizo transitable y hasta cierto punto estabilizó, fijó las pautas de una halagüeña sucesión de despedidas juveniles y anticipos de mi madurez”.
En su más reciente libro de poemas, Entreguerras (2012), una verdadera biografía poética y a su vez la más alta conquista de su poesía, su etapa colombiana ha sido registrada con una pasión desbordada y estremecida, tal como lo demuestran estos versos:
Con este premio Cervantes a Caballero Bonald también se está premiando a la generación de Mito, algo que nos debe alegrar por partida doble. Y sus Poemas de Colombia atestiguan más la hondura que supuso este paso para riqueza de su obra y de nuestro país.
Nuestra amistad era anterior al boom
De alguna manera sus dos libros de memorias, y , realizan un proceso de reconstrucción de esos años cincuenta y sesenta, ya que tanto para él como para otros escritores españoles este encuentro supuso una gran apertura de horizontes, justo en un momento de dolorosa posguerra y de una estrechez de miradas de la dictadura de Franco.
o tal vez fue un boom mínimo e insepulto,