El Magazín Cultural
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Cabaret de familia

El salón de fiestas más famoso del mundo cumple 175 años. El presidente y la coreógrafa del mítico teatro nos cuentan su historia.

Ricardo Abdahllah
17 de octubre de 2014 - 03:09 a. m.
/ Stephanie Meisl
/ Stephanie Meisl

Todo el mundo conoce la fachada. Ha estado ahí desde 1889, el mismo año en el que se inauguró la torre Eiffel. Las dos eran construcciones que simbolizaban el sueño de la Belle Époque francesa, que se iría al carajo en las carnicerías de la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, la torre sigue ahí. También el Moulin Rouge en la puerta de Montmartre. La fama que le dieron La Goulue, Jean Avril, Toulouse-Lautrec y Piaf obliga a detenerse para una fotografía. Los que se acercan para cruzar la puerta piensan además en champaña, alta gastronomía y chicas en topless: “Unos senos se ven en cualquier parte. La gente viene por lo demás, por lo que es el Moulin”, dice en su oficina Jean-Jacques Clérico. En mangas de camisa al final de la tarde, tiene el aire del patrón de una pequeña empresa. Su abuelo, Joseph, compró el Moulin Rouge en 1955. Su padre, Jacky comenzó a administrarlo en 1961. Jean-Jacques tenía nueve años cuando lo trajeron por primera vez.

El Moulin Rouge era un teatro de variedades. Fue su abuelo quien tuvo la idea de la cena-espectáculo...

Antes había un restaurante básico, en donde la gente podía comer antes del espectáculo, pero la idea era hacer algo más acogedor. Ahí nació la idea de armar un paquete; la entrada incluía media botella de champaña, como seguimos haciéndolo. Usted la pasa mejor con cuatro amigos alrededor de una mesa y con champaña que sentado de frente al escenario.

¿Cuál concierto recuerda particularmente?

La gala del centenario en 1989. Imagínese, esa noche tocaron Ella Fitzgerald y Tony Curtis, Ray Charles y Charles Trenet. Todos esos grandes artistas, que tienen sus exigencias y caprichos, metidos al tiempo en un lugar que al fin de cuentas es pequeño, como el Moulin. Voy a recordar toda la vida que esa noche me crucé a Lauren Bacall en el ascensor.

Los años que siguieron al centenario fueron duros para el Moulin...

A partir del 95 la situación era muy grave. Como Francia no apoyaba a Estados Unidos en varias decisiones políticas, los estadounidenses dejaron de venir. Llegamos a un punto en el que tuvimos que ponernos a pensar qué hacer, no con el espectáculo, que es intocable, sino a nivel de la administración. Tuvimos que meternos al cuento de la reservación en línea, como ya lo hacían los teatros de Londres y Nueva York. 

¿Qué tanto peso tuvo la película ‘Moulin Rouge!’ de Baz Luhrmann en la recuperación de la crisis de los 90?

Hubo una conjunción. En 1999 habíamos lanzado el espectáculo Féerie, con todos los artificios que vio Luhrmann y que refleja en su película. La cinta nos dio notoriedad y nos trajo clientes jóvenes que, al ver la película, que es un musical hecho a partir de canciones que los jóvenes conocen, recordaron la existencia del Moulin.

¿Por qué en 1999 decidieron abrirle los corredores y camerinos al pintor ucraniano Sergei Chepik para que pudiera trabajar?

No ha sido el único. Hubo una época en la que éramos muy herméticos con lo que pasaba tras bambalinas. Fue algo en lo que pensamos también en los malos tiempos. ¿Por qué somos tan herméticos? ¿De qué tenemos miedo? ¿Por qué no unir la notoriedad del Moulin a la de Chepik si finalmente el Moulin no hubiera sido lo que es de no ser por los pintores de los primeros tiempos?

¿Todas las revistas terminan con el cancán?

Todas hasta ahora terminan con un cuarto cuadro de evocación de la historia de París y del Moulin. No es una historia rigurosa, sino de evocación del alma de París, el acordeón, la java; eso es lo que proyectamos. El cancán dura siete minutos; el espectáculo dos horas. Somos víctimas de la reputación del cancán del Moulin Rouge.

Las chicas del Can-Can

Janet Pharaoh es responsable de dos records mundiales y en su oficina tiene, esperando ser colgadas, las placas que lo certifican. El 16 de diciembre de 2010 las bailarinas del Moulin Rouge lograron el mayor número de splits en treinta segundos y el mayor número de patadas de cancán simultáneas en 30 segundos: 720. Una de las primeras cosas que Janet enseña a sus chicas, que escoge, entrena y protege, es que hay que mirar al lado: la patada de cancán es tan elevada que si uno no lo hace puede romperse la nariz.

Usted bailó más de 15 años antes de convertirse en la ‘maîtresse’ de ballet del Moulin.

Primero fui capitana. A la capitana le toca hacer la planeación de cada noche, supervisar que todo salga bien en el escenario y responder por los ensayos. Hay tres capitanes: una para las bailarinas cubiertas, que son las que participan en el cancán, otra para las bailarinas nudistas, y un capitán para los chicos.

¿Por qué la mayoría de las bailarinas son australianas?

En Australia, el sistema escolar permite que haya estudiantes que hacen dos o tres horas diarias de danza después de las clases. Aquí la jornada escolar termina a las cinco y tienen cantidades de cosas pendientes, así que hacen una o dos horas por semana. Así se hace una aficionada, no una bailarina. En París hago una audición con todas las aspirantes de Francia y reúno 40. En Perth, que es una ciudad pequeñita, tengo 100.

¿Cómo es el procedimiento en esas audiciones?

Algo de jazz, algo de época, cosas más modernas, algo de ballet y algo de cancán para ver la soltura. Entonces escojo. A las que quedan les enseñamos en veinte minutos una rutina muy rápida. Luego hacemos grupos, trabajamos más y escojo otra vez, pero esa no es la elección definitiva. No voy a una audición pensando “necesito tres chicas”. Lo que hago es regresar, sentarme en mi oficina, ver los videos y pensar en función de las que se retiran, las que no están dando la talla, las que quiero que se vayan. 

En algún momento intentaron reclutar bailarinas en Rusia, sin embargo nunca han estado presentes en gran número en la compañía del Moulin.

Es demasiado complicado. Hay demasiados “agentes” e “intermediarios” a los que hay que pagar en efectivo, y legalmente no podemos estar pagando de esa manera. Hay mucho talento, pero no me interesa tener que lidiar con la mafia.

¿Cuántas bailarinas han pasado por sus manos?

Las conté hace cinco años, eran como 600. No tengo respuesta. Es como cuando la gente me pregunta cuántas francesas, cuántas australianas. No sé. Eso lo sabe el jefe de personal porque para mí, una vez admitidas y terminado el papeleo, ya no son de x o y país. Son bailarinas del Moulin Rouge.

Por Ricardo Abdahllah

 

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