El Magazín Cultural

Cali: la capital del cine colombiano

Hoy comienza el Festival de Cine de Cali. Recorremos parte de la historia, con la pornomiseria de Mayolo y Ospina, el cine de terror de Pinilla, y el registro del narcotráfico realizado por Dorado.

Jaír Villano
10 de noviembre de 2016 - 03:00 a. m.
Jaime Acosta, Luis Ospina, Carlos Mayolo, Ute Broll y Eduardo Carvajal en el rodaje de “Cali: de película” (1973). / Archivo: Luis Ospina
Jaime Acosta, Luis Ospina, Carlos Mayolo, Ute Broll y Eduardo Carvajal en el rodaje de “Cali: de película” (1973). / Archivo: Luis Ospina

No es un secreto que la relación que ha tenido Cali con el cine ha sido fructífera. Sin asomo de regionalismo, hay que decir que la ciudad ha parido directores que se constituyen como referentes para la cinefilia nacional.

La pornomiseria de Mayolo y Ospina, el cine de terror de Pinilla, el registro del enquistamiento del narcotráfico realizado por Dorado, la crítica del discurso maniqueísta de los medios abordado en un documental de Campo. Y eso por no mencionar las producciones más recientes de un grupo de egresados de la escuela de comunicación de la Universidad del Valle, quienes volvieron a poner a la ciudad en boca de la fauna cinéfila.

La lista es larga, pero hay que decir que Carlos Moreno, Jorge Navas, Óscar Ruiz Navia, César Acevedo, William Vega, Johnny Hendrix, Ángela Osorio, Santiago Lozano, entre otros, han realizado una serie de largometrajes que han merecido el respeto nacional e internacional.

Lo más interesante es que convergen en sus apuestas, a saber, contenidos donde la realidad de los marginados se vuelve la protagonista. Sin caer en la militancia, la representación de escenarios y grupos de personas que han sido víctimas de los flagelos de un país con adversidades incrustadas en el diario vivir de su población.

En tiempos de crisis socio-políticas el arte cobra especial relevancia; no es sino recordar el debate que se estuvo llevando a cabo hace poco en España. El contratiempo económico condujo a que algunos escritores usaran su pluma como instrumento de representación de esa circunstancia. El conocido magazín El cultural reunió críticos, ensayistas, académicos y hacedores para tratar de hallar las líneas rojas entre literatura y militancia; Andrés Trapiello habló de una doble tentación, esto es, de escritores que “estetizan” la política y otros que politizan la estética.

Colombia, como país en permanente crisis, no ha tenido una controversia alrededor de ello. O bueno, tal vez habría que remontarse a la Secuencia crítica del cine colombiano de Mayolo y Arbeláez (1974), quienes sostenían, entre otras cosas, que el momento de la denuncia estaba superado.

Tal vez nunca se superó. Tal vez lo que hacía falta era un cine que supiera “estetizar” los problemas sociales y, por ende, políticos.

En este sentido, el cine de Cali ha hecho un sustantivo aporte. Teniendo en cuenta que entre las cualidades de la imagen en movimiento está la de hacer memoria nacional, las producciones de este grupo han abordado temáticas necesarias para reconocer en ellas los errores que como sociedad se han cometido.

Largometrajes como El rey, Perro come perro, El vuelco del cangrejo, Chocó, La sirga, La tierra y la sombra, Siembra, entre otros, son ejemplos de cómo a través de esta narrativa se puede crear conciencia y sensibilización frente a la cotidianeidad de problemáticas ensombrecidas por la banalización del discurso mediático, promovido por los mass media; así como por la supremacía del individuo ante la sociedad, o el hombre posmoderno.

Y no se pueden soslayar otro tipo de apuestas, como el cine con intereses sociales, con Petecuy la película como ejemplo; o una narrativa explorativa, con Destinos de Álex Mejía, y, por supuesto, el formato documental, con el pertinente –y poco promocionado– trabajo de Moreno en Guerras ajenas, un interesante análisis del uso y las consecuencias del glifosato como mecanismo de erradicación de los cultivos de coca. (De Todo comenzó por lo mismo preferimos no hablar… total: es lo mismo. Pero habría que anotar que, a diferencia de la literatura, el cine –con todo y sus limitaciones– goza de exponentes con prestigio loca, regional, nacional e internacional. Aprendan, literatos).

Iniciativas que promueven el cine

Además de las producciones, Cali cuenta con un importante número de proyectos que hacen fuerza por consolidar la ciudad como un epicentro cinéfilo.

Entre tantas, hay que mencionar el festival de cine universitario, que promueve e incentiva este arte: Intravenosa. Auspiciado por la Universidad Autónoma y otros centros educativos, el evento reúne lo mejor del cine de academia, en una programación amena y variada que se extiende por una semana y que el próximo año cumplirá su novena edición.

De igual manera, hay que señalar el regreso de Videonautas, el programa que en un principio contribuyó en la retransmisión de Rostros y rastros, el prestigioso formato que se dedicaba a promover el cine en los ochenta y cuya nueva apuesta es integrar todas las manifestaciones culturales por medio del cine.

Y cómo dejar por fuera la revista Visaje, el magazín virtual creado por el Cineclub Caligaria de la Escuela de Univalle, y la Cinemateca. En esta, huelga decir, se encuentran artículos alrededor del séptimo arte.

Sin ánimo de vanagloria, hay que mencionar que desde El Pueblo de Cali hemos intentado hacer un especial donde se fomenta, a través de entrevistas, reseñas y otro tipo de artículos, las apuestas locales y nacionales.

Lo que hace falta

No obstante todo lo anterior, a la ciudad le hace falta una política que asegure el cine como industria cultural. Es lamentable, por decir algo, que se cuente con tan pocas salas de formatos alternativos y que los festivales sean tan exiguos, en comparación con la variadísima programación que ofrece una ciudad como Bogotá.

De la misma manera, hace falta difundir, de forma más estructurada, la relación de la imagen en movimiento con la ciudad, así como apoyar iniciativas que buscan hacer de esto una cultura menos “estilizada” o, en otras palabras, menos minoritaria.

Valdría la pena pensar qué es lo que hace falta para que se cree una industria alrededor de esto. Y por qué si la dirigencia caleña sabe lo importante que es el cine no hace mayores esfuerzos por volverlo una actividad común dentro de la oferta cultural, como en cambio sí ha pasado con la salsa.

No se puede negar que el Festival Internacional de Cine es importante y que la dirección de Ospina le dio mayor visibilidad.

Hace falta, entonces, aunar el ambiente que gravita en algunos círculos con las actividades del diario común de los caleños. Si se pudo con un género heredado de otro país, ¿por qué no hacerlo con un producto hecho en casa?

Pese a todo, los exponentes de Cali han hecho de la ciudad la capital del mejor cine del país. Esto sin desestimar las interesantes apuestas de realizadores de otras ciudades, como Mesa, Gaviria, Guerra, Guerrero, entre tantos otros.

La diferencia es que en la ciudad hay un grupo formado por una misma escuela y con características en común: hacer del cine una herramienta para pensar y mirarnos –con horror y simpatía– cómo sociedad. La misma que no ha podido cerrar sus grietas de odio y barbarie.

 

Por Jaír Villano

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