El Magazín Cultural
Publicidad

En Cali no todo es salsa

Durante 10 días la capital mundial de ese género endiablado bailará al son de otros ritmos.

William Martínez
06 de noviembre de 2015 - 03:48 a. m.
Bailarines de la compañía danesa Granhoj, invitada a la Bienal Internacional de Danza de Cali. / Mads Møller Andersen
Bailarines de la compañía danesa Granhoj, invitada a la Bienal Internacional de Danza de Cali. / Mads Møller Andersen

Es cierto que la salsa ha ayudado a limpiar esa marca que han tenido los caleños en la frente durante décadas: el narcotráfico. Y también ese rótulo más reciente: ser la sexta ciudad más violenta de América Latina. También es cierto que en la ciudad abundan bailarines de vieja data que han salido del gueto para pisar las tablas de los célebres teatros del mundo. El Mulato, director de Swing Latino, por ejemplo, tiene un cabaret y una academia, es el coreógrafo de Jeniffer López, a sus talleres no le cabe un alfiler. En la ciudad hay un desarrollo evidente de la salsa, pero en Cali no todo es ritmo endiablado.

“Ya está el Festival Mundial de Salsa; nuestra misión es otra”, dice Juan Pablo López, director artístico de la segunda Bienal Internacional de Danza de Cali, festival que se realizará del 6 al 14 noviembre en 17 puntos de la ciudad. “No es una bienal de danza contemporánea, como la mayoría de festivales de este tipo en Latinoamérica, pero aporta una visión contemporánea de la danza. La Bienal entra a ser un eslabón para los géneros que no estaban cubiertos: las danzas folclóricas, contemporáneas, urbanas y del mundo”.

El eje que atraviesa la Bienal es un tema de debate de investigadores de danza y folclorólogos: tradición y contemporaneidad. Se trata de entender cómo las tradiciones se traducen en la escena actual y cómo lo tradicional es ya contemporáneo. Muestra de esto es el baile de los derviches, en Turquía, un ritual religioso de conexión con las raíces del universo que se presentó en el siglo XVI y no ha perdido vigencia. “En las tradiciones no siempre hay que innovar, porque precisamente el valor de la tradición es que continúe”, apunta López.

 

***

 

Hace dos meses y medio zarpó un barco del puerto de Montreal, en Canadá, hacia el puerto de Buenaventura. Cargaba la escenografía de una mítica compañía de ballet clásico que, desde hace 15 años, cuando Gradimir Pankov asumió sus riendas, no ha hecho otra cosa que ensanchar las posibilidades de hacer ballet. El desafío al canon consiste en dar voz a los bailarines, en invitar al público a subir al escenario para que haga parte de la trama, en decir que el ballet no es para élites. El Gran Ballet Canadiense de Montreal, dirigido por el coreógrafo israelí Ohad Naharin, trae a la Bienal Minus One, una obra que pisa al mismo tiempo los terrenos de la tradición y de lo contemporáneo en un acto de una hora y treinta minutos. Del pop a piezas barrocas, de piezas de tradición judía a composiciones propias. Basada en siete trabajos previos del coreógrafo de 63 años, la obra presenta 56 bailarines que saltan furiosos, giran al unísono: parecen una sola entidad.

Traer al país una compañía de este tipo cuesta alrededor de $800 millones, cifra difícil de financiar para un evento que dirige su atención a géneros de nicho, y aún más difícil de alcanzar en un año electoral, cuando las empresas privadas —los aliados— piensan más en el próximo alcalde que en el próximo festival de danza. Por eso la Bienal necesita de múltiples alianzas para existir: en el caso del Gran Ballet Canadiense de Montreal, Canadá costeó la carga en barco, y su embajada, los tiquetes; el resto quedó a cargo del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo, el Teatro Metropolitano de Medellín y la Bienal.

“Cuando se propuso llevar las compañías a varias ciudades de Colombia, en el comité directivo me decían que la gente se iba a ir a otras ciudades. Yo les dije que era necesario asociarnos con otros teatros porque en Cali sólo podemos hacer una función de cada compañía. Lo que hace la Bienal es vender una experiencia. La gente puede perfectamente salir a las cinco de la tarde de la Sala Beethoven y a las siete de la noche puede ir al Teatro Municipal y después a pie al Teatro Jorge Isaacs. En la misma noche puedes ver a Vértigo (Israel) y al Ballet Preljocaj (Francia)”, cuenta López.

 

***

 

“La idea de la Bienal no es hacer un evento que cae en paracaídas cada dos años, en el que no existen procesos que incluyan a los bailarines locales”, dice López, quien trabaja en el sector de emprendimiento y danza del Ministerio de Cultura y dirige festivales de este tipo desde hace 15 años. Una de las estrategias que implementa la Bienal para conectarse con los caleños es “En Cali se baila así”, un concurso en el que participaron 160 grupos de las 22 comunas en que se divide la ciudad. El primer y el segundo puesto, además de dinero, ganan el derecho a formar parte de la programación de la Bienal. “El género que más mueve es el folclor. El concurso nos ha permitido conectarnos con la gente sin ser populistas. Hemos evitado eso ante todo porque lo más importante es el respeto por los bailarines”.

Otro de los intereses del evento es abrir el espectro de lectura de la danza. En ese rumbo, la estrategia “Territorios en movimiento” reflexiona sobre el cuerpo en el mundo moderno a través del performance, el arte contemporáneo y la videodanza. “¡Que el baile no se quede en la escena!”, exclama López.

Cali, por lo demás, es un territorio afro importante: es la segunda ciudad, después de Salvador de Bahía (Brasil), con más afrodescendientes en América Latina. Y esto no lo desconoce el festival. Esta edición presentará un work in progress del Urabá antioqueño. Se trata de un grupo de jóvenes afros de la Cámara de Danza Comunidad (2009) y del Colectivo Danza Región (2012) que allí, en esa región sitiada por las Auc y las Farc, iniciaron hace tres años un proyecto de danza de espíritu latinoamericano, encabezado por José Luis Tagua. Ellos mezclan el bullerengue con danza contemporánea y las artes marciales con cumbia. “A esto nos referimos cuando hablamos de tradición y contemporaneidad. Si no hacemos visibles estos procesos en la Bienal, Colombia no se da cuenta de su existencia y del impacto positivo que generan”.

Por William Martínez

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar