El Magazín Cultural
Publicidad

Calvin y Hobbes: cuando el mundo tenía seis años

'Querido señor Watterson' es un documental que examina el legado cultural y emocional de esta historieta que en sus 10 años de existencia se convirtió en un ícono de la cultura popular en todo el mundo.

Santiago La Rotta / slarotta@elespectador.com
19 de julio de 2012 - 09:53 p. m.

—Tengo hipo. Ayúdame, Hobbes.

—¿Cómo?

—Asústame.

-OK. Nuestros océanos se están llenando de basura. Hemos creado un hueco en la capa de ozono que está friendo el planeta. Los desechos nucleares se apilan sin que podamos botarlos de forma segura...

—No. Me refería a que me sorprendas.

—¿Eso no te sorprende? Sí que eres cínico.

“¿Por qué es tan especial? Tiene diferentes significados para cada persona. Para muchos es una historia acerca de la amistad. Otros la ven como una crítica a la adultez y a la autoridad en general. Otros piensan que es una oda al mundo de fantasía de la infancia. Yo me enamoré de Calvin y Hobbes desde que tenía siete u ocho años. Para mí simplemente es un trabajo increíblemente bien dibujado y escrito”.

Durante los últimos cinco años Joel Schroeder ha hablado con cientos de caricaturistas y aficionados a las historietas que crecieron con el anhelo secreto de ser el astronauta Spiff o el Hombre Estupendo, muchos de ellos lectores que también veían al rector del colegio como un monstruo amorfo y baboso o cuyos padres eran malvados alienígenas con una predilección por la tortura a punta de espárragos.

Querido señor Watterson es un documental que habla de un relato épico, narrado durante 10 años en más de 2.000 periódicos de todo el mundo y reunido en 18 libros con más de 30 millones de ejemplares vendidos: la vida de un niño de seis años y su tigre de peluche.

Para 1985, Bill Watterson había sido despedido de su trabajo como caricaturista editorial del periódico Cincinnati Post. Su jefe pensó que no entendía muy bien la política y lo sacó del diario antes de que cumpliera un año allí. En esos 12 meses presentó a varias casas editoriales especializadas (sindicatos que agrupan a los caricaturistas en Estados Unidos) la historia de un niño y un tigre de peluche que ante sus ojos es un ser vivo, pero para los demás es un muñeco. Una de ellas rechazó la historieta.

Para su tercer aniversario, Calvin y Hobbes ya era publicado por cientos de periódicos en Estados Unidos y otros países. Al poco tiempo Watterson aceptó públicamente que no era un buen caricaturista político. Mejor, entonces, dedicarse a esto:

—¿Viste televisión ayer, Calvin?

—No. La verdad no me acuerdo muy bien qué pasó ayer. La vida debería ser más como la televisión. Todos los problemas deberían resolverse en 30 minutos con una simple homilía, ¿no crees, Hobbes? Creo que nuestro peso y la higiene oral deberían ser las mayores preocupaciones. También deberíamos tener posiciones de poder con una gran paga y todos deberían conducir autos deportivos. Todos nuestros deseos deberían ser concedidos de inmediato. Las mujeres siempre deberían vestir ropa ajustada y los hombres llevar pistolas poderosas. La vida, en general, debería ser más glamorosa, llena de emociones fuertes y aplausos, ¿cierto? Claro, si la vida fuera así, entonces ¿qué veríamos en televisión?

Calvin y Hobbes no es crónica social de un momento, no es polémica política en labios de un niño ni evangelización a través del cómic. Watterson no buscó militantes, apenas lectores. “Es un dibujo simple, pero muy poderoso, en el que la imaginación de Calvin es uno de los mayores tesoros”.

Schroeder se refiere al tipo de ensoñaciones que convierten a un niño ciertamente hiperactivo en astronauta, jirafa, lagarto, colibrí, gorrión, pterodáctilo, detective privado, el Hombre Estupendo, tiranosaurio... Calvin imaginó ser otros, muchos imaginaron ser Calvin. En el documental, uno de los entrevistados asegura que “uno quiere ser como Calvin. Incluso cuando uno es un niño negro de 150 kilos, uno sólo quiere ser él”.

En el pico de su popularidad, Watterson tomó dos decisiones que terminarían por inmortalizar su carrera y su caricatura: no hacer de Calvin y Hobbes una animación y no vender mercancía con los personajes de su historieta. La tira cómica fue siempre más importante que los productos derivados; arte, no mercancía. Para el caricaturista “la historieta es más que sólo chistes”.

Más que sólo chistes. “Para mí siempre ha sido algo importante, incluso en mi adultez. Tiene mucho significado. Durante la producción del documental he conocido a varias personas que han superado momentos difíciles en su vida gracias a Calvin y Hobbes”, dice Schroeder.

Hay algo reconfortante en el espíritu travieso e inquieto de Calvin, en la sarcástica y pasiva sabiduría de Hobbes. Tal vez no es un mensaje. Es más como una sensación de bienestar inmediato, un regocijo fácil, pero siempre efectivo. En un pasaje, Calvin va a la escuela en un día de lluvia, obtiene malas calificaciones, es extorsionado por Moe (el matón del colegio), su almuerzo trata de asesinarlo y al llegar a casa Hobbes lo recibe con un abrazo poderoso que lo lanza a metros de la puerta. “¿Cómo estuvo tu día?”, pregunta la mamá. “Está mejorando”, responde él.

En 1995, Watterson decidió que ya estaba bien y dejó de dibujar la historieta. “El último número tuvo una gran influencia en mí. Es algo que aplico diariamente en mi vida, incluso el documental es parte de ese Leitmotiv”, dice Schroeder.

La última aventura de Calvin toma lugar en un día de invierno en el que ha nevado:

—Wow, realmente nevó anoche. ¿No es maravilloso, Hobbes?

—Todo lo que nos era familiar ha desaparecido. El mundo parece recién hecho.

—Un nuevo año, un comienzo nuevo.

—Es como tener un papel en blanco para dibujar.

—Un día lleno de posibilidades. Es un mundo mágico, Hobbes, mi viejo amigo. Vamos a explorar.

Por Santiago La Rotta / slarotta@elespectador.com

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar