El Magazín Cultural

“Capricho de la naturaleza”, de Nadine Gordimer (II)

Esta historia, publicada en 1987, discurre por toda África a través del vaso comunicante de las rebeliones del siglo XX. Los escenarios elegidos de forma deliberada por la escritora son los focos en los que se concentraron los frentes de liberación de los países africanos.

Daniel Ferreira
22 de enero de 2017 - 05:42 p. m.
La autora sudafricana Nadine Gordimer ganó el Premio Nobel de Literatura en 1991. / Archivo El Espectador
La autora sudafricana Nadine Gordimer ganó el Premio Nobel de Literatura en 1991. / Archivo El Espectador

V

Me centraré brevemente en los dos últimos amantes de Hillela y en la historia del movimiento panafricano, porque Gordimer eligió ese contrapunto.
Whaila Kgomani es miembro de uno de los cuatro movimientos Sudafricanos de liberación, disuelto por los bóers. Whaila es un negro disidente que sueña con un país gobernado por la mayoría, con equilibrio de poderes, sin segregación. Un líder que habla de su pueblo frente a las Naciones Unidas. Un mártir que dará la vida por la idea de conformar un congreso nacional africano. Es además el marido y padre de la hija negra de Hillela. Sudáfrica es el hipotético país que sueñan ambos. (Lea también: “Capricho de la naturaleza”, de Nadine Gordimer) 

Cita:
“Whaila estaba en el país de ambos cuando nació su bebé. [] Ella sabía dónde estaba Whaila[] Ellos debían aceptar que él estuviera en alguna parte de Europa, asistiendo a una reunión de la alianza que había contribuido a formar, unos años antes, con grupos de colonización de los países colonizados por los portugueses, Frelimo y Mozambique, el MPLA de Angola y el PAIGC de Guinea.
La enfermera estadounidense blanca se había mostrado turbada cuando, en medio de los gritos de la calle, junto a las ventanas del hospital, ella le preguntó si el bebé sería negro al crecer.
-Nunca será blanca. Cuando nacen de este color, no se puede hacer nada para que sean blancos. Será una muchacha negra.
La estadounidense se volvió, más turbada aun, ante la alegría de la paciente, totalmente vulgar, si no racista. [pg. 118, 119]”.

La niña de Hillela se llamará Nonzamo, por decisión de la madre, para homenajear al disidente Nelson Mandela con el nombre de su primera esposa. Es la tercera generación de esa madre que renunció a todo por bailar en un club nocturno. Con este gesto, Hillela cambiará todos los prejuicios de sus antepasados para adoptar una descendencia abierta, mixta. Imagina que tendrá con Whaila una familia africana de todos los colores del arcoiris. Se van juntos a Ghana, a Zambia. Las guerrillas de Whaila buscan atravesar Rodesia, al norte, para derrocar el régimen. Hillela sigue a Whaila en todo. Queda embarazada de nuevo, pese a las reticencias del marido sobre la carga de tener una gran familia del arcoíris en medio de una guerra civil. El embarazo de Hillela crece con la lucha de Whaila, y culmina con su muerte. Ella sueña que sus hijos regresarán a una Sudáfrica Libre. Sin embargo, la guerrilla es derrotada y Whaila es perseguido hasta caer acribillado en un hotel que usa como cuartel de invierno, en presencia de Hillela. El segundo hijo de Hillela morirá poco después del nacimiento. Ahora es Hillela K-gomani, la viuda de un mártir por la liberación de Sudáfrica.

El vuelco a la madurez llega en este punto. Veremos a Hillela peregrinar por los países de influencia soviética de Europa Oriental, promovida a secretaria del movimiento de liberación de los pueblos. Pavel, un líder marxista, le hace ver que su marido no le pertenecía a ella, sino a la sociedad. El narrador-biógrafo acota:
“ninguna parte de su historia puede considerarse historia personal; sus fines estaban todos, al parecer, fuera de ella”. [pg. 258]

Fuera de Hillela están las corrientes políticas, los vendavales sociales, su hija y los benefactores, la Historia en mayúscula, la que afecta a todos. A través de la doctora norteamericana Leonie Adlestrop, Hillela deja Europa Oriental y va a vivir a Estados Unidos a finales de los años sesenta. Allí su experiencia personal y la suma de lecturas políticas será el punto de partida para exponer ante públicos académicos y estrados gubernamentales el estado de los movimientos de liberación negra. Estados Unidos, sus políticos, sus inversionistas, sus líderes de los derechos civiles empiezan a interesarse en el panorama de un continente africano descolonizado. Este episodio de consagración como un faro en asuntos africanos resulta de un tedio casi aliterario. Gordimer se justificó en una entrevista diciendo que el problema de ese tedio era asunto del lector, no de la novela. Como es asunto del lector, me tomaré un atajo, para abreviar.

En los viajes que emprende a África desde Estados Unidos, Hillela conoce a Bra-dley Burns, rico judío heredero de un grupo de medios, y a El General, un militar africano que intenta recuperar el poder en su país. Burns propone matrimonio a Hillela, compra una casa para ella y se muestra indiferente a las reticencias que pueda tener en su estirpe el casarse con una mujer, que es indiferente a su origen judío, que reivindica su origen africano y que además es madre de una niña negra.

En África, el general Reuel, que había dado un golpe de Estado para devolver su país a un gobierno civil, es derrocado transitoriamente. Hillela lo conoce en Mombasa, cuando El General prepara su retorno al poder con tanques y paracaidistas. En Mombasa la asalta la nostalgia. Se reconoce africana y no judía de origen inglés. Decide rehusar el compromiso matrimonial con el pretendiente norteamericano en el límite del casamiento. Desde entonces, Hillela se convierte en la tercera esposa del general Reuel, presidente de Ghana. Tras el triunfo militar que devuelve al general a la presidencia, la imagen pública de Hillela se volverá un referente continental. Ahora llevará un apellido nativo.

En síntesis, ¿quiénes son estos dos benefactores? Whaila, su primer marido asesinado, es un líder sudafricano. Un guerrillero sin un ejército. Está dispuesto a hacer una guerra y ganarla por un futuro igualitario. Pero no tiene armas. No tiene respaldo. Se acomoda al escenario mundial para conseguir recursos y alianzas. La patria que busca emancipar es Sudáfrica. Su lucha tiene un solo objetivo: la descolonización para crear una democracia. ¿Quién es El General? Es un líder derrocado que regresará al poder de Ghana y conquistará la presidencia. Tiene a su cargo un ejército regular. Tiene tanques. Tiene paracaidistas. Tiene apoyo internacional. Lucha y vence. Se convierte en presidente. Su ideología es la de unificar África en una Federación que determine el destino del continente descolonizado. El General se convierte en presidente de su país y luego en secretario del Congreso Panafricano. Es decir que los dos compañeros sentimentales de la madurez de Hillela son el complemento y la continuidad de una misma lucha (la descolonial y la consolidación panafricana). Una lucha que en tres décadas se habrá convertido en una reacción civil continental, pasará a radicalizar sus medios, se organizará como movimientos políticos y militares, creará alianzas y al final resultará dándole un vuelco al mundo colonial.

Un capricho de la naturaleza es una excepción de la naturaleza. El epígrafe de esta novela remite a la expresión botánica lusus naturae, “planta o animal que exhibe una variante anormal o que se aparta de la familia o tipo original”. El capricho es la metáfora de lo que le ocurre a una mujer desde que experimenta la primera consecuencia de haber nacido en un mundo segregado, desde que comprende que vive en un mundo colonial, donde ella es protegida y privilegiada, por su origen, por su posición social, por su tono de piel, hasta que se ve despojada de este privilegio y se encuentra acorralada, expulsada de su país y confrontada por las batallas de otras tierras y el anhelo de vivir en un mundo sin marcas de color, de clase, de origen, sin barreras de exclusión social. En otro sentido, esta novela traza el camino de la vida en el que la niña apodada Kim, blanca, de origen judío-europeo, se convertirá en Hillela Capran, blanca sudafricana abandona por la desidia de sus dos padres y repudiada por violar uno de los tabúes de todo clan, el incesto, y en cómo Hillela Capran pasará a ser Hillela de Whaila, la esposa de un mártir, madre de una hija de piel negra, y luego la viuda de Whaila, secretaria de los movimientos de liberación africana en Europa oriental, más tarde conferencista de movimientos sociales en Estados Unidos, y luego en una de las tres esposas del presidente de Ghana. Su nombre público será Chiemeka Hillela, que en la cosmogonía onomástica africana significa Dios Ha hecho bien. Hillela es así el Capricho de la naturaleza, la mutación.

VI

El compromiso del escritor es un tema que parece superado hoy, sobre todo por parte de aquellos autores que no tiene compromiso más que con el mercado literario. Si el tema está superado, es por lo que advirtió Borges en este disparo: la literatura no es un instrumento de la política. Las dos posturas emblemáticas que primaron en el siglo XX sobre el llamado compromiso, fue la de Sartre y la de Orwell. Las dos tenían que ver con los dictados de la conciencia. Una conciencia intelectual, y una conciencia ética. La conciencia intelectual era el compromiso político derivado de una cierta historiografía de la opresión: la comprensión de la lucha de clases en la historia, esa postura marxista que defiende Sartre en Situación IV, titulado también ¿Qué es la literatura? Y la conciencia ética que es la postura de Orwell en los reportajes de Homenaje a Cataluña, es decir la postura pública de un testigo de excepción frente a un conflicto social específico que ha contemplado de cerca. En Gordimer, al menos en este libro se encuentran las dos posturas, reconciliadas. Tal vez porque el personaje y su contexto coincide con la autora y su contexto. La síntesis histórica que contiene el libro es la mirada de una mujer que a la vez fue un testigo de la opresión de su época y una activista, una intelectual y una ciudadana comprometida.

La novela de Gordimer, por su abierto compromiso político, no será más legítima, más verosímil que las de Hemingway o las de Dinesen, o que el Congo Belga en El corazón de las tinieblas de Conrad, o la Angola de los años 70 vista por Kapuscinski en Un día más con vida, o el Nilo de Heródoto, o el Sahara en los relatos de viajeros de otras épocas como figura en los diarios de Isabelle Eberhardt que atravesó el desierto disfrazada de hombre, o el exotismo del norte de áfrica quinientos años antes de cristo imaginado por Flaubert en Salambó en donde una mujer es un botín tan importante como un país (al menos en la guerra de Cartago contra Roma). Evidentemente, hay diferencias notables entre un libro del siglo XVIII, uno del XIX y uno del XX. No solo diferencias materiales o temáticas. Los libros no son inocentes, porque sus autores no son imparciales. Los autores adoptan y continúan y encarnan políticas y sesgos de su cultura. Los libros enmascaran, controlan y excluyen conocimientos. Hoy, por ejemplo, a pesar de que escribimos en la misma época, hay libros que son productos comerciales y no necesariamente culturales. Hay formas de contar historias colectivas, familiares o individuales según la época. Una forma para entender estos cambios tal vez esté en el lugar que ocupa un héroe en una novela épica. Hay héroes de la literatura que lo son por haberse enfrentado a un conflicto y haber sacrificado su existencia, su salud mental, su decoro, en liberarse de un conflicto, de una aparente determinación que es una imposición cultural. Pensemos en Moll Flanders. Pensemos en Madame Bovary.

La heroína de esta novela trasciende los conflictos y taras de varias sociedades, no solo de la sociedad de origen. En ese sentido Hillela es un héroe que se desmarca de la huella de heroínas trágicas encarnadas por personajes femeninos que resultan casi siempre víctimas de prejuicios de clase, raza y género. Hillela encara como aspectos positivos incluso aspectos que pueden ser vistos como negativos o causales de las frustraciones en los roles de una mujer, el tener una sexualidad sin límites, el tener hijos por rebaños o el ser la tercera esposa de un presidente. La propia familia de la protagonista, condecorada con el exilio de los miembros y el encarcelamiento de su primo-amante Sacha a manos de los bóers, reconocerá a ultranza, después de haberla proscrito del clan, que Hillela sí puso en práctica los principios de una educación temprana contra la opresión. Sin embargo, la autora sabe, desde el título, que dibuja la biografía de un ser extraordinario, no de la mayoría. Y que esta vez su personaje parece estar a contracorriente de esa idea que diseminó en entrevistas: el determinismo de la vida por la política. Gordimer da a esta biografía imaginaria, paradójicamente, un giro opuesto al determinismo, en el sentido de que es la experiencia de vida la que influye sobre la historia política y la altera, es decir que el modelo reivindica el derecho a la utopía.

Esta novela informativa y formativa muestra una red compleja de relaciones sobre cómo se enfrentan pueblos y civilizaciones para hacerse con el poder y dar paso a otra hegemonía, y cómo afecta esto la vida de una familia, o de un individuo. Es un relato que aspira a ser épico y hagiográfico. Épico, porque se narra a partir de las conflagraciones y relata el destino en el siglo XX de la gente africana, y hagiográfico porque hace de Hillela una heroína que lo sacrifica todo y (para ser infiel con la realidad), triunfa.

[Editorial arte y literatura, La Habana 2009, Traducción de Rolando Costa Picazo]

Por Daniel Ferreira

 

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