El Magazín Cultural

La casa azul de Frida

Una visita por los lugares más íntimos de los artistas Frida Kahlo y Diego Rivera en las calles de México D.F. en los que realizaron la mayoría de su obra y que exaltan la cultura de ese país.

Juliana Muñoz Toro
12 de enero de 2015 - 12:10 a. m.
El Museo Frida Kahlo, o la Casa Azul, ubicado en Londres 247, en Coyoacán, México.
El Museo Frida Kahlo, o la Casa Azul, ubicado en Londres 247, en Coyoacán, México.
Foto: PhotoAlto - Sandro Di Carlo Darsa

“Frida y Diego vivieron en esta casa 1929-1954”. Está escrito con la letra de Frida Kahlo sobre una pared azul, azul como todas las otras paredes, en una casa del barrio Coyoacán de la Ciudad de México. Allí la pareja vivió sus años más felices, dirán algunos, pero también los más tristes, dolorosos, artísticos.

Allí Kahlo, inmóvil luego de su accidente con el tranvía, se retrata con ayuda de un espejo que manda a instalar encima de su cama. Y la cama sigue allí. Luego aprendió a levantarse, a caminar con pasos lentos, a pintar de colores su corsé. Y el corsé sigue allí. También fue su refugio con León Trotsky, la casa que su padre Guillermo Kahlo construyó para ella y sus hermanas, y el patio de los monos que se le subían por la espalda.

La Casa Azul es hoy un museo abierto al público con obras de la artista, los objetos prehispánicos que su esposo, el pintor Diego Rivera, coleccionaba, y detalles populares que iban con el gusto de la pareja. Pero se puede decir que el espíritu de Kahlo trasciende estos muros e invade todo Coyoacán y sus plazas y capillas, que los balcones floridos son las mismas rosas que usaba en su cabello, que las casas color pastel y la plaza de mercado son retratos que ya hemos visto en sus pinturas.

Son también literarios estos caminos. “Lo que se vive en los minutos de los no relojes y los no calendarios y las no miradas vacías... es él”, se lee en las letras de su diario íntimo. Por supuesto que se refiere a Rivera, un panzón, como ella le decía, y uno de los muralistas más brillantes de México.

Esta es la historia que comienza en el colegio San Ildefonso, construido en el siglo XVI por los jesuitas en el Centro Histórico del DF. Ella, de 16 años y estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria; él, 20 años mayor, pintando el mural La creación en el anfiteatro Simón Bolívar. Frida diría: “Sufrí dos graves accidentes en mi vida: uno en el cual un tranvía me arrolló y el segundo fue Diego”.

La obra de ambos artistas está por todo México; no sólo el D.F., sino también por Puebla o por Guanajuato, ciudad en la que nació Rivera. Está en los parques —como el mosaico de agua en el parque Chapultepec— y en las casas, en los muros de edificios históricos como el Palacio Nacional y en exposiciones itinerantes. Pero hay un espacio en el que Kahlo y Rivera son más que exhibidos. Son exaltados, adorados. Se trata del Museo Dolores Olmedo, amiga de la pareja que reconoció su importancia artística antes que el público y las ventas, y, más que nada, coleccionista hambrienta de arte popular y prehispánico de México.

También está el lugar en el que los amantes se separan porque no pueden vivir más bajo el mismo techo, pero tampoco sin la presencia del otro. Se trata de las casas gemelas del barrio San Ángel o la casa estudio de Diego Rivera. En la casa de Rivera está su taller, casi como lo dejó, con sus caballetes y el diván de sus amantes, con los ojos de esculturas prehispánicas atentos al centro de la sala. La casa de Kahlo permanece cerrada, salvo su habitación pequeña, colorida.

Al final de esta ruta de Frida se puede volver a su diario: “Estás presente, intangible y eres todo el universo que formo en el espacio de mi cuarto. Tu ausencia brota temblando en el ruido del reloj; en el pulso de la luz; respiras por el espejo”. 

* @julianadelaurel

Por Juliana Muñoz Toro

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