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La chiquita de Baena

“Estoy que me siento en las manos para no escribir”. Esa frase de Rafael Baena no se me olvida. Para mí, evoca la doble vida del escritor, que de día trabaja para ganarse la vida, pero ansía el momento en el que al fin puede desnudarse de todo deseo que no sea exclusivamente el suyo. El deseo de escribir hasta la médula, hasta la saciedad. Escribir la historia, recrearla, hacerla carne y pólvora.

Juliana Muñoz Toro
09 de septiembre de 2016 - 02:00 a. m.
Rafael Baena (Sincelejo, 1956 - Bogotá, 14 de diciembre de 2015).  / Archivo
Rafael Baena (Sincelejo, 1956 - Bogotá, 14 de diciembre de 2015). / Archivo

Un día me dijo que andaba escribiendo una novela sobre la industria de las películas pornográficas, un libro que era más bien un divertimento para él, un ejercicio de relajación luego de terminar ¡Vuelvan caras, carajo! (Pre-Textos). Por lo mismo, no sentía la necesidad de publicar ese experimento, e incluso me confesó que “estaba acariciando la idea” de publicarlo en un blog, por entregas, quizá para llegar a lectores más jóvenes o sólo para ver la reacción de la gente.

Esto habla del origen tipo “por el mero gusto de escribir” que tuvo Samaria Films XXX (Pre-Textos), que entre sus novelas históricas, con escenarios del siglo XIX, próceres de la Independencia o luchas políticas, llama la atención por distinta, por atrevida. Por lo mismo, es quizá su obra menos conocida.

Comencé a leer este libro hace años, en un cruce de correos con Baena. Alcanzó a enviarme los primeros capítulos, en los que se presentan los seis personajes y las distintas voces que luego, en la historia, se encargarán de cruzarse, enredarse, enamorarse, odiarse y armar una buena trama. Después no pude leer más y el tiempo pasó y Rafa se nos fue y yo no pude sacarme a ninguno de esos personajes de la cabeza, en especial a Irene.

Irene es al narrador lo que Susana San Juan es a Rulfo: esa mujer ideal que no es ninguna santa, sino una porn star; ninguna sumisa, sino una indomable; ninguna modelo delgada y alta, sino una chiquita con “puras curvas (…) como la carretera que bordea la costa” y una “cabellera (…) que parece una bandera”.

Cuando por fin leí la historia completa, esa polifonía me develó que tras las escenas eróticas y unos diálogos ágiles había algo inesperado en una industria que mueve casi tanto dinero como el tráfico de drogas y armas, y cuyo negocio “es glorificar la gozadera”, porque “si el amor sirve para algo es para que seamos felices”.

“De modo que en esto consiste lo de morirse”, dice uno de los personajes de Samaria Films XXX. Y no puedo evitar pensar en Rafael Baena y en la tristeza profunda que me da que ya no esté para sentarse en las manos y que después termine por contarnos un poco más en qué consiste eso de morirse, eso que llaman historia, eso que llaman guerra, eso que llaman amor.

Por Juliana Muñoz Toro

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