El Magazín Cultural

Con la brisa de Cali y su pasión al vuelo

Semblanza de la periodista y escritora Alejandra López González, quien presenta por estos días su libro sobre el América “¡Y dale, rojo, dale!” y su segunda novela, “El vuelo del flamenco”. Dos obras con el mismo telón de fondo: la magia de Cali.

JORGE CARDONA ALZATE
20 de marzo de 2017 - 02:00 a. m.
Alejandra López González, periodista y escritora.  / Christian Garavito
Alejandra López González, periodista y escritora. / Christian Garavito
Foto: Cristian Garavito / El Espectador

Las cosas de Alejandra López González son como están previstas para la primera semana de mayo en la Feria Internacional del Libro. En 48 horas deberá presentar dos libros de su autoría en los que vibran sus memorias de Cali y su brisa a las cinco de la tarde con olor a flores, tierra húmeda, dulce, caña de azúcar y árboles, y se explaya una escritura creativa con el torrente de su pasión por la vida y la muerte. Sin términos medios, como ella misma se define, de la esencia de una ciudad mágica que reúne valle, río, selva pacífica, Buenaventura y mar.

El primer libro se titula ¡Y dale, rojo, dale!, testimonio de fidelidad por su equipo de fútbol, América de Cali, los cinco años de expiación del club en la categoría B, los estigmas de su paso por el narcotráfico, o el recuento de sus victorias y derrotas, todo tatuado en la piel y el corazón de una familia y de una afición en espera. El segundo es El vuelo del flamenco, su segunda novela, ambientada en Cali a finales de los años 90, con personajes que habitan en intersticios casuales de una ciudad que no duerme y que tejen y destejen amores o fabrican fatalidades.

Como en los generales de ley, Alejandra López es la hija mayor de Jaime López –noveno hijo del más recordado carpintero de Buga–, un avezado vallecaucano que se fue a estudiar Ingeniería Electrónica a la Universidad del Cauca y regresó a Cali casado con Gloria González, hija de un reputado ingeniero y catedrático del mismo centro docente que expandió su casa para recibir a su nueva familia. En Popayán, en su espaciosa vivienda de flores rosadas, árboles frondosos y privilegiada biblioteca, donde Alejandra fue tratada a sus anchas.

Aprendiendo a leer largo en libros de Nietzsche o Shakespeare expuestos en la biblioteca de su abuelo Luis o esperando noticias de América, que por aquellos días siempre llegaban victoriosas. Entre las josefinas del colegio San José de Tarbes y El Aguacate Azul, el grupo de teatro escolar donde ofició como escritora. Todo se dio para que, a la hora de la universidad en Bogotá, lo adecuado fuera comunicación, de su misma naturaleza. La cursó en la Universidad de la Sabana y al tiempo ejerció como practicante y luego corresponsal del diario El País de Cali en Bogotá.

Hizo mucho, pero se siente retribuida con sus entrevistas a Charly García y Eduardo Galeano. Luego partió a Dinamarca y después a Inglaterra, a descifrar la vida en el amor, a estudiar arte y humanidades en Copenhague, a definirse en tres años de migrante para volver a Colombia con buen destino. Primero en Caracol Televisión, donde esencialmente hizo buenos amigos, en especial Camilo Cano, su “socio del alma”. Después en Usme, Bosa, Suba, , Ciudad Bolívar o Sumapaz, en la génesis de la creación popular, con la Secretaría de Cultura de Bogotá.

Por esa época se matriculó en la Red Nacional de Talleres de Escritura Creativa del Ministerio de Cultura y oyendo al novelista santandereano Nahum Montt terminó de entender cuál era su deber. Lo ratificó en el taller de escritores de Isaías Peña en la Universidad Central. De ese tiempo quedó una evidencia reconocida. El Premio Nacional de Novela Corta 2008 por su río literario en Hot, hot, Bogotá, vértigo puro en una ciudad habitada también por los excesos. Una historia frenética de sexo, crisis y rumba de juventud donde quedaron señales de su audaz narrativa.

Después fue jefa de prensa del Canal Capital con su amigo gerente Javier Ayala, o directora de comunicaciones del teatro Jorge Eliécer Gaitán con Ana Piedad Jaramillo. Se inventó a sí misma muchas veces sin dejar de investigar para su segunda novela, hasta que reapareció Camilo Cano con la serie Escobar, el patrón del mal y terminó de cabeza en ese proyecto, aportando información para los libretos de Juan Camilo Ferrán, su amigo de universidad. Cuando terminó la serie se quedó trabajando con Camilo Cano y acomodó sus tiempos para seguir escribiendo.

El libro del América se le atravesó el 27 de noviembre de 2016. Ese día terminó el calvario del equipo caleño en la B y Alejandra López escribió una crónica que se publicó en el diario El Tiempo. En cuatro meses, con disciplina hot hot, ese texto vivencial se transformó en un libro a todo color, con gráficas icónicas del equipo en sus días de gloria y de catástrofe y la información que piden los expertos. Pero con su toque personal que convirtió su amor por la divisa en un pretexto literario para contar la hermosa historia de su familia.

La novela El vuelo del flamenco tiene otro norte. El primer borrador lo terminó en 2011. Un amigo antropólogo forense con experiencia en investigación judicial fue crucial para especificidades. Otro investigador de medicina legal ayudó muchísimo. Ellos prefieren que sus nombres no se sepan, como tampoco el periodista que le dio las coordenadas para que todo fuera creíble, aunque el horror suele desbordar lo fantástico. Visitó cementerios, escuchó testimonios, se metió en el capítulo de los descuartizados que en el río Cauca siguen guardando secretos.

Sin calcularlo, los dos libros llegan a sus lectores al tiempo, acreditando su disciplina y sus convicciones. El amor por sus padres “medio hippies, melómanos y grandes lectores”; por su hermana bióloga que ahora vive en Méjico; por su hermano en Buenos Aires, más americano que el diablo o el Garabato; y por sus conocidos y amigos que son muchos y prefiere no nombrarlos porque sabe que en ninguna parte caben todos. Escribe porque así es feliz, duerme bien y aplaca su serpiente, porque sabe que Lucrecia Ackerman de El vuelo del flamenco la sigue de cerca.

Le encanta el arte, lo colecciona, mucho más ahora que hace parte de la galería Casa Cano. Se mueve como pez en el agua en las comunicaciones estratégicas. Sube y baja por la montaña rusa a que somete sus emociones cuando juega América. Pero sus temas de escritura profunda son sórdidos, desgarradores. “Colombia es una fosa común y todos se hacen los de la vista gorda”, reclama convencida de que la muerte explica. Es Alejandra López González la escritora, la periodista judicial que quiso ser, la que se traga el mundo pero regresa a Cali a sentirse en su salsa.

Por JORGE CARDONA ALZATE

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