El Magazín Cultural

Convulsión y memoria, a propósito de la visita al Museo Casa de la Memoria

Se está presentando en el Museo Casa de la Memoria, en Medellín, la exposición "Medellín: memorias de violencia y resistencia", en la que se plasman lágrimas y pérdidas de madres, niños, soldados y pueblos enteros. Este es un testimonio de la exposición.

Duver Alexander Pérez
14 de junio de 2017 - 05:27 p. m.
Exposición "Medellín: memorias de violencia y resistencia". / Cortesía
Exposición "Medellín: memorias de violencia y resistencia". / Cortesía

Tras escuchar varios testimonios, sentir la voz quebrantada de la esposa que narraba cómo fue la desaparición de su esposo, de la madre que no le importó que el sepelio de su hijo fue bonito porque ella quería a su hijo vivo y ver la inocencia de Valeria Algarín al decir que no pintaba la violencia porque eso era algo que vive día tras día; comprendí que los fríos, planos e insípidos números no son más que datos y que su infinita capacidad para mover al mundo, carecen de contenido para brindar un panorama por lo menos cercano o humano de lo que ha dejado la acción bélica para millones de colombianos.

Al ver la exposición de fotografías y a través de ella las lágrimas de madres, niños y soldados, pueblos destrozados, sueños truncados e incluso una iglesia hecha escombros, recordé la frase que dejó plasmada un judío en un campo de concentración nazi: “Si Dios existe... tendrá que rogar mi perdón”, mientras cuestionaba la omnipresencia y omnipotencia del ser supremo (en caso de que exista).

No importa que yo haya vivido en la Comuna 13 de Medellín en tiempos de la Operación Orión, mi memoria no tiene secuelas importantes sobre lo allí sucedido. Me vi extraño ante cada imagen, fue como si el miedo, el temor y la incertidumbre nunca me hubiesen tocado. Incluso experimenté cierto fastidio de mi existencia por lo indolente que había sido ante una guerra que vi lejana y sentí distante.

“El problema no es estar haciendo estos registros, el problema es lo que está pasando y a la gente de la ciudad no se les está pasando por la cabeza, no se les está pasando por el corazón”, así respondió Jesús Abad Colorado, fotógrafo de guerra, cuando alguien le cuestionó por su insistencia en retratar las secuelas de la violencia en el país.

¡Indiferente! Así calificó doña Pastora Mira, víctima del conflicto en el municipio de San Carlos, Antioquia, la mirada del gobierno central ante las víctimas durante mucho tiempo, pero le faltó mencionar la indiferencia de él, ella, nosotros, vosotros y ellos. Indiferencia, esa palabra no deja de retumbar en mi cabeza. Retumbó mientras caminaba por el museo, tomaba algunas fotos y registraba algunos apuntes en mi libreta. Retumbó cuando veía la cara de asombro de dos extranjeros que apreciaban la exposición, como si las fotos fueran de escena de terror o de ficción. Retumbó durante el recorrido guiado por uno de los empleados de la Casa de la Memoria a dos policías y solo paró de retumbar unos segundos cuando me pregunté qué pasaba por la cabeza de los uniformados al ver la imagen de sus compañeros víctimas en ciertas ocasiones y victimarios en otras tantas. Retumba ahora al teclear y ojalá retumbe en su cabeza mientras lee esto.

Y si retumbó, pregúntese al igual que Natalia Botero, otra de las fotógrafas que expone su trabajo sobre violencia en el museo: “¿Qué es lo que hace que el país convulsione y que luego se olvide tan rápido de esa convulsión?” Guarde esa respuesta para usted. Yo creería que somos eso: convulsión, efervescencia, acaloramiento, entusiasmo y hervor, y quizá eso nos hizo marchar con Gaitán, crear la Anapo, marchar contra el secuestro e incluso me hizo escribir esto, no obstante, ¿qué sigue después del estallido? ¡Nada! Volvemos a nuestros escritorios, puestos de trabajo, lugares de estudio y la marcha, la revuelta, la solidaridad y la lucha pasan a ser recuerdo, a ser anécdota.

“Mi sueño es que esa foto que yo hice de guerra, no se tenga que volver a hacer”, expresó Albeiro Lopera, el mío es que cuando vuelva a ver una foto de guerra, sienta la víctima como amigo, compañero y hermano, que no me vuelva a sentir como un extranjero en mi propia tierra y que ese anhelo no sea producto de la convulsión.

Por Duver Alexander Pérez

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