El Magazín Cultural
Publicidad

Cruzada por la curiosidad, tema del nuevo libro de Alberto Manguel

El escritor argentino Alberto Manguel reflexiona en su nuevo libro sobre “el motor de nuestra existencia”. Culpa a la sociedad de consumo de crear ciudadanos que no estén interesados en hacer preguntas.

Winston Manrique Sabogal, Especial de ‘El País’ - España
16 de abril de 2015 - 03:22 a. m.
Alberto Manguel,  autor de “Una historia natural de la curiosidad”. / EFE
Alberto Manguel, autor de “Una historia natural de la curiosidad”. / EFE

La curiosidad, “motor de nuestras vidas”, ha entrado en el ocaso. Pocos libros ofrecen tantas lecturas, a partir de su estructura, como el nuevo de Alberto Manguel: Una historia natural de la curiosidad (Alianza).

El escritor se lamenta de que estemos viviendo en “un sistema que margina la imaginación, las preguntas, la búsqueda de ser distinto y la educación de las humanidades. Que da la espalda a la esencia de un verdadero ser humano en aras de la tecnificación, la productividad y el consumismo”.

Alberto Manguel, nómada del mundo, nació en Buenos Aires en 1948 y entre la labor diplomática de su padre y sus posteriores inquietudes ha vivido en Israel, Italia, Inglaterra, Tahití, Canadá y Mondion (Francia).

¿Por qué un libro sobre la curiosidad en el comienzo del siglo XXI?

Hay ciertas interrogaciones que nos hacemos en diferentes momentos de nuestra vida. De niños la primera pregunta es ¿por qué? ¿Por qué lo que veo en el espejo soy yo?, ¿por qué no me dejan hacer ciertas cosas? Después las preguntas cambian y cuando llegas a la vejez vuelven las de la niñez. Pero con el sentimiento de no querer encontrar una respuesta, sino demorarse en el placer de la pregunta.

¿Qué significan Dante y su “Divina comedia” aquí?

Desde niño he intuido que la experiencia del mundo estaba en la imaginación de la literatura. Hay personajes que me han acompañado como verdaderos amigos. Tengo una relación íntima con Alicia, Pinocho, Caperucita, el rey Lear, Alonso Quijano. Cuando descubrí a Dante, hace diez años, descubrí a un personaje esencial en mi vida. Cada experiencia sobre la que quiero reflexionar está en él. Cada mañana, antes del desayuno, leo uno de sus cantos.

¿Cuándo entraron en su vida Sócrates y los demás filósofos y autores a despertarle las preguntas?

La mayor parte de mi experiencia intelectual sucede durante mis estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Teníamos profesores especializados en temas: en botánica, o en las visiones jesuíticas en la historia de América Latina o en La celestina. Todo el año veíamos solo eso y así se ampliaba el tema con sus conexiones o influencias. A través de esos profesores llegamos a los filósofos. Fue el ejemplo más concreto de alentar la inteligencia en personas de 12, 13 o 14 años. Nada está fuera del alcance de los jóvenes, lo que falta es vocabulario y eso se puede conseguir. Hoy tenemos miedo a lo difícil y olvidamos que esas situaciones han dado varios de los momentos más valiosos.

¿Dónde podemos encontrar el mejor aliado para la curiosidad y la imaginación?

En personajes anónimos, en ciertos bibliotecarios, profesores o libreros que creen en la inteligencia de los jóvenes. Esa lucha se hace cada vez más difícil, porque la sociedad solo quiere consumir. También hay obras maestras, como la película Timbuktu, de Abderrahmane Sissako, cuyo guion hubiese deslumbrado a Borges. Es el triunfo de la imaginación sin fórmulas de Hollywood, sobre el extremismo religioso.

¿Para qué la sociedad y el poder arrinconan la curiosidad?

Si haces una caja cuadrada, debes crear elementos con ángulos rectos para que entren en ella. Si crean una sociedad de consumo deben crear consumidores, si no, no funciona. El sistema tiene que impedir que te hagas preguntas esenciales, porque si te las haces no hay más consumo. Por eso la sociedad no alienta la reflexión. Es un sistema depredador que busca el beneficio en una estructura productiva.

¿Cómo podemos avanzar en la curiosidad sobre nosotros mismos?

Es la pregunta que empezamos haciéndonos cuando nos damos cuenta de niños que nosotros lo que llamamos nosotros es algo distinto del mundo exterior, y surge la pregunta ¿quién soy yo? Se puede empezar a responder atribuyendo características y valores a ese yo, pero sobre todo haciendo preguntas acerca de la identidad de los otros, porque nos definimos por oposición, a través del ojo ajeno. A medida que vamos haciendo estas preguntas sobre nuestra identidad, vamos recorriendo las preguntas que el mundo se hace a propósito de nosotros. La vida es un proceso de individuación, un proceso que no acaba nunca.

¿De quién o quiénes estamos hechos?

Esos ojos o visiones ajenas nos definen, pero también, en el caso de los lectores, a través de personajes literarios, de las artes. Me identifico con el rey Lear, pero en algún momento con su hija Cordelia, y hay otros que siguen perteneciendo a nuestra vida. Yo siempre he sido Alicia, pero tuve que esperar para ser un poco Dante.

 

Por Winston Manrique Sabogal, Especial de ‘El País’ - España

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar