El Magazín Cultural

Cuando el cine cambia el mundo

Germán Franco cuenta, a través de la historia y los estudios culturales, cómo el cine le cambió la forma de ver el mundo a la sociedad paisa.

Juliana Muñoz Toro
10 de marzo de 2014 - 02:04 a. m.
El circo España, en Medellín, donde se proyectaron los primeros filmes en la ciudad a manera de final de eventos como las corridas de toros.  / Cortesía - Biblioteca Pública Piloto
El circo España, en Medellín, donde se proyectaron los primeros filmes en la ciudad a manera de final de eventos como las corridas de toros. / Cortesía - Biblioteca Pública Piloto

La mujer de al lado, sí, la que huele a cítricos, manda un mensaje por celular, se resiste a apagarlo. Al otro lado hay un joven que ya se ha comido la mitad de sus crispetas. El de atrás le susurra algo a su cita, acerca una mano a su pierna. Alguien, a lo lejos, tose. Es el cine y aún no ha empezado la película.

Así lo notó Germán Franco, experto en televisión y cine, historiador y subdirector del centro Ático de la Javeriana, cuando era niño. Su padre presentaba películas de 19 milímetros a la familia y a los vecinos, incluso en plena calle, y él era el proyeccionista. Presentaban la misma cinta una y otra vez, pero nunca era igual. Entonces se dio cuenta de que el relato no se basaba en el contenido de la película sino en lo que pasaba entre la gente: la compañía, la oscuridad, los miedos con los que llegaban, las dinámicas.

Eso se le quedó grabado para siempre. De hecho, a través de toda su carrera, Franco se ha preocupado por el sentido de lo público en la comunicación. Y así, hace 16 años empezó a investigar y escribir el libro Mirando sólo a la tierra: cine y sociedad espectadora en Medellín.

Tal vez el valor del texto de Franco, lanzado la semana pasada en Bogotá por la Editorial Pontificia Universidad Javeriana, es el descubrimiento de que el cine desató prácticas culturales en Medellín que hicieron de ella una sociedad distinta. Es decir, por culpa del cine, se pasó de una sociedad parroquial a una espectadora, según el término acuñado por el escritor. “Es que no sólo es lo que dice la película, sino la forma como se interpreta”, explica.

Que esta ciudad haya sido escogida como escenario de investigación no es gratuito, por supuesto. Franco quería responder, al menos desde los estudios culturales, “¿qué nos hizo así a los paisas?”, partiendo del hecho de que en los albores del siglo XX era una “parroquia silenciosa”, como dice uno de los capítulos del libro.

Al hacer esa lectura en la sociedad actual tal vez nos demos cuenta, de acuerdo con el investigador, de que ahora estamos pasando de aquella sociedad espectadora a la digital y cómo se está dando ese cambio. Se trata de acercar a la historia como ciencia y a la comunicación como cultura.

Acerca del título, Franco cita una nota de El Colombiano de 1916: “(…) si el día fuese claro y despejado, podremos todos tener un bonito y agradable pasatiempo de curiosidad astronómica, mirando un rato al cielo, ya que pasamos la vida entera mirando sólo a la tierra”. Si “mirando sólo a la tierra” se refiere a una invitación en aquellos tiempos para ver un eclipse para entretenerse de otra forma, podríamos decir que en esta sociedad digital nos la pasamos “mirando sólo a la pantalla”.

En Mirando sólo a la tierra, Franco explica cómo fue entrando el cine y posicionándose como un espectáculo entre 1900 y 1930, lo que para la sociedad medellinense significó un proceso cultural muy traumático. Antes era una ciudad conservadora, donde la Iglesia regulaba la moral pública y privada. El púlpito era el principal medio de comunicación. Además, era una sociedad silenciosa, resignada y, sobre todo, aburrida. Pero eso, el tedio, fue el motor del progreso.

Los pobladores probaron a entretenerse con magos, cirqueros, músicos y curas. Asistieron a boxeo, riñas de gallos, cabalgatas. Las damas hacían visitas sociales, los hombres jugaban al azar, aunque estuviera prohibido. También estaba El Jordán, para los más sencillos, y las corridas de toros que terminaron siendo el escenario perfecto para lanzar las primeras películas.

Las proyecciones empezaron a hacerse en el teatro y el circo España. Eran el postre de los platos fuertes, es decir, los toros y la ópera. Resulta curioso que, recordando que se trata de lo que pasa entre los espectadores más que del mensaje, no era un cine silente, como sí lo era en otras partes del mundo. Según el libro de Franco, en Medellín había un proyeccionista que hacía los ruidos de las cadenas de los esclavos. Además estaba el sonido de las máquinas, los chiflidos, los chistes de la gente o de la banda municipal interpretando las partituras.

En Mirando sólo a la tierra se cuenta la historia de la mujer que fue aplastada por una turba que quería ver —oh paradoja— la proyección de La pasión de Jesús o cómo las mujeres cambiaron su referente de “santa’” por el de heroína gracias a Juana e incluso el de madre soltera con The Kid. Según Franco, “el cine propone maneras de imaginar y vivir el mundo”.

Se hizo el cine o, mejor, se fue haciendo, y la gente no fue la misma. De eso habla este libro. Y la película seguirá rodando porque el mundo es más que política y economía, es también cine como un espacio de encuentro que genera identidad, un espacio de mitos y de magia.

 

@julianadelaurel

Por Juliana Muñoz Toro

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