El Magazín Cultural
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"Cuando Escalona me daba de comer"

En 1981, en Cartagena, el literato cataquero refirió los hechos que lo llevaron a ser gestor cultural de la música provinciana y a relacionarse con el juglar patillalero.

Marco Antonio Contreras / Edgar Sierra Amaya
18 de abril de 2014 - 12:51 a. m.
Gabriel García Márquez acompañado por Rafael Escalona (centro arriba), entre otros.  / Archivo - El Espectador
Gabriel García Márquez acompañado por Rafael Escalona (centro arriba), entre otros. / Archivo - El Espectador

 

¡Nada de literatura, carajo!

-Bueno maestro, ¿qué vamos a hablar?

-Mierda.

Así, con la misma elocuente palabra con que termina El Coronel no tiene quien le escriba, de espaldas a un fondo silencioso de infantes de marina que jugaban al fútbol, en Cartagena, frente a la bahía azul, iniciamos esta conversación con Gabriel García Márquez.

A Cartagena habíamos llegado para arreglar los últimos detalles de Corali fiesta 81, el acto en que Coralibe premiaría a los costeños más destacados el año pasado en Colombia.

En la playa, en las inaccesibles y refrigeradas oficinas de los ejecutivos, por la mañana, al mediodía, a la hora en que las encumbradas damas de la aristocracia municipal guardan sus pintalabios para tomar jalea de frutas con galleticas, sus fragantes maridos, los vendedores de carajadas del ‘Portal de los Dulces,’ la verdolaga tropical de los periodistas locales, todo el mundo dividió su atención entre la fiesta que prometía reunir lo más representativo de la región y el escritor que había llegado a la ciudad con escaparate repleto de vitalidad y prestigio.

La noche anterior, en el bar del hotel Capilla del Mar, un periodista gringo que había venido siguiéndole los pasos al escritor por todo el mundo, y que por fin había logrado pescarlo entre los tiburones parranderos de la Boquilla, en la casa de la comadre Leonor, nos había dicho en un castellano infame que el Tres Esquinas hacía más angustioso:


-No quiero hablar con ningún periodista.

Sin embargo, después de buscarlo por toda la ciudad, de averiguar con los más enterados taxistas, de preguntar y suplicar en todas las recepciones de los hoteles de Boca Grande y Crespo, alguien, un amigo del escritor, nos dijo mirando para los lados y asumiendo un aire misterioso:
- Gabo está en el apartamento de su hermana, en el edificio Los Corales.


Y era verdad.

En el más alto de los apartamentos de Los Corales, entre la Base Naval y la playa, burlándose de todo aquel bololó de vanidad que producía su presencia en Cartagena, en una mesita redonda de comedor, con la vista al mar, García Márquez frente a una máquina de escribir trataba de armar la última cuartilla de algo que estaba escribiendo.


-Ese Centro de Convenciones es un esperpento horrible.

-Comentó a manera de saludo, como si nos conociéramos de mil años.

Uno de los hermanos del escritor, un fotógrafo extraordinario que se convertía en una verdadera amenaza cuando agarra un destornillador y la emprende contra las chapas de todas las puertas que encuentra por delante, más con el ánimo de ubicarme en la memoria de Gabo, que de cualquier otra cosa preguntó (sic):

-¿Ya no cantas Marco Antonio?


-¡Qué va cantar! -Exclamó el novelista- ¡si el carajo éste ahora se ha metido a escritor! Es el director de Coralibe.
Una noche en Turbaco

En realidad estaba asombrado. Yo había conocido a García Márquez hacía bastantes años. En Turbaco, en una turbulenta noche de mechones y de fritangas, frente al teatro del pueblo, Gabo se había acercado curioso y divertido porque la camioneta de la revista llevaba marcado el nombre en una de las puertas.


Una banda de música invitaba a la gente a cine. Yo vi venir a un hindú peludo, con una destellante dentadura de caballo, que preguntaba señalando el aviso:
- ¿Y esa locura qué es?

-¿le gusta, maestro?


- ¿Y de dónde sacaron ese nombre?


-Del otoño del patriarca. -le dije, más para alegrarlo que para ceñirme a la verdad.

Esa noche estuvimos en su casa. Por eso hoy, varios años después, no dejaba de asombrarme su memoria de elefante genial.

El loco del destornillador seguía empeñado con la chapa de la puerta principal, hasta cuando el novelista no se aguantó más y le gritó:
- ¡Deja esa vaina que no vas a arreglar nada! A propósito -continuó- la otra noche, en Barranquilla se nos quedó adentro, a Mercedes y a mí, las llaves del apartamento (sic). Yo llamé al portero y le pregunté por un cerrajero, “a esta hora es como jodido, maestro”. Yo lo llamé aparte y le dije en voz baja: tráete al raterito del barrio. A la media hora se presentó con un jovencito. El muchacho sacó una ganzúa e inmediatamente abrió la puerta.


Cuando el loco del destornillador salió por fin triunfante de su empeño gritó:

-¡Yo arreglo cualquier vaina, maestro!

-Vas a tener que comenzar entonces por los taxímetros.

Ustedes no saben la otra vez, también en Barranquilla, cogí un taxi. Cuando terminó la carrera, el chofer me cobró. Pero el precio era distinto al que indicaba el taxímetro. Yo se lo reclamé. "Erda, viejo Gabo”, dijo el taxista, “¿tú le vas a creer más a una máquina de estas que a mí?”. ¡Este pueblo nuestro es genial, carajo!

"Voy a componer boleros"

Lo que siguió después fue un rápido proceso de seducción, la inquebrantable voluntad de no salir de aquel apartamento sin algo nuevo, una reconfortante conversación de coralibes irremediablemente amarrados por los mismos gustos y fobias, un reportaje hecho a la medida del oído y el paladar de siete millones de camajanes nacidos a la orilla del mar Caribe, que no necesitan muchas aclaraciones cuando alguno propone sentarse en un corredor a hablar mierda.


-De vallenatos, por ejemplo- propuse.

-Bueno, de vallenatos. Yo nunca me he cansado de decir: Cien Años de Soledad no es más que un vallenato de 365 páginas.


-¿Usted nunca ha compuesto nada, maestro?

-No, hombre, eso es lo más difícil que hay. Incluso yo siempre he tenido un proyecto con Armando Manzanero: hacer un Long Play de boleros, con letras mías y música de él, pero esa es la vaina más difícil que hay. Te imaginas meter toda una cantidad de argumentos en siete u ocho líneas. Esa es la admiración que yo le tengo a Escalona, a todos esos compositores vallenatos.

Escalona pasará a la historia por mí
-A propósito de Escalona, él, en unas declaraciones que dio para Coralibe dijo que García Márquez era un desagradecido.

-¿Pero qué fue lo que dijo?

-Que Gabo era un ingrato que había olvidado a sus amigos.

-Pero literalmente qué dijo, que necesito saberlo.

-Dijo: "García Márquez es un “perecío” que ya se olvidó de sus amigos de los tiempos cuando vivió en Valledupar con Nereo y Zapata Olivella". También dijo que él les había dado de comer a todos ustedes.

-Escalona no puede decir eso, porque si uno se pusiera a hacer una lista de la gente que le ha dado de comer, y de aquellas a las que uno le ha dado también de comer, esa vaina bastaría para llenar el directorio telefónico de Manhattan.


-Eso fue lo que él dijo.

-Yo le he dado a Escalona algo mejor que de comer, y es el hecho de que él aparece en todos y cada uno de mis libros.


-¿Y entonces?
-Entonces que Escalona no pasará a la historia por sus vallenatos maestros, sino por el hecho de estar mencionado en mis libros.
¡Esto me huele a piquería!

-Ahora lo que pasa es que el maestro Escalona es un genio. Esa es una de las mejores épocas de mi vida. Esa que yo viví en Valledupar.
-Hablemos de eso.

-En ese tiempo yo iba por la provincia con Zapata Olivella. Era una época en que yo andaba por la provincia vendiendo libros de medicina y enciclopedias, que lo digo en los libros y creen que es algo inventado por mí.


-¿Y es verdad?

-Seguro. Esa era una época en que yo andaba vendiendo libros de medicina y enciclopedia por La Guajira.


-¿Y vivía de eso?

-Yo tenía dos maneras de vivir: la una era vendiendo libros...

 

-¿Y la otra?

-Esperando al maestro. Escalona me diera de comer(sic).


-¿Cómo eran esos días?

-Nosotros hicimos un viaje muy largo por toda la provincia. En ese entonces yo aprovechaba para tomar notas que luego me ayudarían en la escritura de todos mis libros.


-¿Y en todo eso qué papel desarrolló Escalona?

-Escalona me ayudó mucho, y siempre hemos sido muy buenos amigos. Yo asistí al parto de muchos de sus cantos. Escalona es un genio en esa vaina. ¡En serio! esa era una época en que él componía seguido. Estaba saliendo de uno e inmediatamente ya estaba en otro.

La historia de ‘La vieja Sara’

-Cuéntenos una anécdota de esa época.

-Cuando Escalona compuso ‘La Vieja Sara’ estábamos en una parranda. Rafael no alcanzó a terminarla, porque se la silbó a un acordeonero que estaba por ahí. El tipo agarró música y letra de una sola oída. Fue un viernes o sábado de carnaval.

Cuando la parranda se terminó, Escalona iba de Villanueva para Valledupar. En el camino Escalona tuvo un accidente leve lo que lo obligó a suspender la parranda de los carnavales. El tipo a quien él le silbó la canción, comenzó a regarla y fue el éxito de las fiestas, en toda la provincia. Cuando Escalona se levantó, ya la canción se le había ido de las manos, ya no tenía control sobre ella, ya estaba en todas partes, y él, que trató de efectuarle algunas correcciones, no pudo hacerlo porque los acordeoneros no le paraban bolas sino a la versión inicial.
-Esa era una época feliz y documentada.


-Sí, esa era la época en que Escalona me daba de comer.


-¿Pero ustedes se han visto últimamente?

-No. Yo he estado viniendo a Colombia, pero él vivía en Colón. Una vez fui a Colon pero no lo encontré. Ahora supe que estaba en Barranquilla, pero yo no he ido esta vez a Barranquilla. Cuando lo vea me voy a alegrar mucho. Escalona es un hombre muy generoso… y espero que todavía lo siga siendo. Tú sabes que Escalona y yo inventamos los Festivales Vallenatos sin darnos cuenta.


-¿Usted qué opina de esos Festivales Vallenatos?

-Como empezaron, eran una cosa que estaba muy bien.
Yo vine a Colombia en el año de 1953, a un festival de cine en Cartagena. Tenía siete años de no venir a Colombia. Entonces Escalona vino a verme, y yo le pregunté qué se había hecho en el país en materia de vallenatos en los últimos años. Escalona me dijo que muchas cosas, y me invitó a Aracataca para que oyera a todos los conjuntos que él pudiera recoger en toda la provincia.

Gloria Pachón, que estaba con nosotros, pasó una corresponsalía a El Tiempo que decía ‘Festival vallenato en Aracataca’. Cuando nosotros llegamos a mi pueblo, Aracataca estaba lleno de acordeoneros. Escalona, no sé si por olvido, llegó a las cinco de la tarde. Ese día oímos vallenatos en cantidades. Recuerdo que Armando Zabaleta, que no fue invitado, se presentó con su conjunto, como siempre echándole vainas a Escalona.


-¡Qué bueno!

-Así empezaron los Festivales Vallenatos. Después, a las gentes de Valledupar, les dio celos y organizaron lo que ahora es el festival, el vallenato se comercializó y se degeneró.

-¿Usted cree qué podría hablar de dos géneros de vallenatos? ¿De un vallenato rural y un vallenato urbano? O mejor: ¿de un vallenato épico y un vallenato lírico?
-Mira: el vallenato siempre ha sido un género narrativo.

Desde sus orígenes, lo que el vallenato ha hecho ha sido siempre contar historias reales. De ahí que yo aproveché mi personaje de Francisco El Hombre, que es un personaje mítico que no corresponde a todas esas especulaciones que sobre él se hacen, en el sentido de buscar una identidad en la vida real, y lo utilicé en Cien Años de Soledad. Pachito Rada ha publicado un libro que además es excelente, no tanto por lo que tiene en historia del vallenato, como por lo que uno tiene de leyendas de la región. Se llama ‘Historia de un Pueblo Vallenato’, es un libro muy mal escrito pero es excelente por toda la información que suministra.

Pachito trata de demostrar en ese libro que su padre, Pacho Rada, fue Francisco El Hombre, no fue nadie, sino un personaje mítico utilizado para contar, para divulgar una noticia. Ahora lo que pasa es que todo arte evoluciona, y el vallenato no es una excepción. Yo hace mucho rato que le volví a perder la pista, que no lo sigo muy de cerca, como antes. Lo que sucede es que la región ha cambiado. El vallenato estuvo durante mucho tiempo encerrado en la provincia. Entonces a lo más lejos que se llegaba era a la zona Bananera de Santa Marta. Pero la región de Valledupar era una zona que tenía una vida propia. Que se basaba así misma, que sus contactos eran mucho más frecuentes con Venezuela. Con Curacao, Urabá y Panamá, que con el interior del país. Durante mucho tiempo, entonces, ese vallenato se conservó, no digamos muy puro, sino sin cambios. Sin cambios, porque no habían cambios en la realidad. Pero una vez en la región se abrió y que el país se volvió esta cosa compleja que hoy es, es natural que el trabajo se ramifique y origine distintos estilos y tendencias.


-¿Qué es a su juicio lo más importante de la historia del vallenato?

-Yo creo que lo más importante de la historia del vallenato es cuando surge la escuela Sabanera del departamento de Bolívar. Anteriormente solo se conocían la escuela del Cesar y la de La Guajira. Pero lo que verdaderamente innova a esta música es la escuela Sabanera. Que podríamos llamar Sinuano-Sabanera, que yo encuentro que es muy auténtica y muy ortodoxa.


-¿Y el vallenato urbano?

-El vallenato urbano es algo que no es posible impedir.

No se puede impedir que una cosa evolucione, como no se puede impedir, por ejemplo, que el lenguaje evolucione, porque entonces estaríamos escribiendo como en la Edad Media. La vida no la para nadie. Si hay acordeoneros y compositores que viven en la ciudad, entonces sus vivencias y experiencias son urbanas y a ellas tiene que referirse. El vallenato siempre está remitido a su realidad. Ella es su servidumbre. Ese es su destino.


-¿Qué opina usted de lo que dice Consuelo Araujo de que al vallenato no se le debe mezclar política ni temática urbana?

-Yo creo que tanto la temática urbana, como la política, son realidades. Lo que está malo es abarcar solo un aspecto de la realidad, y pensar que ella es sólo la política o sólo la realidad, es imposible impedirles que se incorpore a la realidad artística. A mí me parece que los purismos están mandados a recoger, porque el arte se nutre de seres humanos.
 

Por Marco Antonio Contreras / Edgar Sierra Amaya

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