El Magazín Cultural
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Cuando hacer música es un delito

En Irán, las leyes impiden a los artistas hacer música occidental. Aunque las penas son fuertes, a través de internet esta cultura se masifica, mientras el estricto régimen islamista pierde credibilidad.

Mónica Rivera Rueda
29 de septiembre de 2016 - 01:40 a. m.
Cuando hacer música es un delito

En Irán está prohibido tocar música de occidente. Es así desde que se dio la revolución iraní, con el derrocamiento del Shah en 1979, cuando los fundamentalistas islámicos decidieron que toda expresión artística anterior a la revolución fuera prohibida y, como lo ratificó Ahmadineyad, que toda música de occidente fuera declarada satánica.

En los 80 el veto fue total. Las autoridades morales del país comenzaron a detener los autos para destruir cualquier grabación que no siguiera los parámetros tradicionales. Pocas son las expresiones artísticas escuchadas en este país de Medio Oriente, donde para poder hacer música hay que pedirle autorización al “Ershad”, el Ministerio de Cultura y Orientación Islámica, que verifica, en no menos de dos años, si el grupo sigue los parámetros tradicionales, no toca temas religiosos, no hay voces solistas femeninas y principalmente, no se interpretan géneros de occidente.

En 1999, las cosas parecían cambiar. Por primera vez en casi 20 años el régimen islámico autorizó a la folclorista Horvash Jalili a grabar un álbum, en el que debió incluir coros masculinos para evitar la primacía de la voz seductora femenina, pero la producción no fue bien acogida por la prensa que poco o nada de relevancia le prestó, aun en un disco posterior del que se quejaron religiosos opositores a las medidas permisivas que se le otorgaron.

Diez años después, en similares circunstancias, Anoosh y Arasch acudieron al “Ershad” buscando una autorización para hacer un concierto de su grupo electrónico Blade & Beard. Ante la negativa de la funcionaria por el nombre de la banda y porque el álbum fuera en inglés, la respuesta más contundente fue respecto a que una mujer cantara en el álbum: “¿están locos?” aunque “a todo Irán le gustaría tener mujeres cantantes”.

El dúo protagoniza el documental “Raving Iran” un recorrido por las adversidades que tienen que sortear los grupos underground de Irán para hacen música clandestinamente, y así evitar que sean llevados a la cárcel, por hacer un concierto, grabar un álbum o distribuir secretamente su música, que, dentro del público joven se masifica, principalmente a través de las redes sociales, un canal donde no hay restricciones para nadie.

Arasch asegura que aprendieron a hacer electrónica con tutoriales de Youtube, pero conocieron este tipo de música, en 2004 a través de compañeros que migraron a Estados Unidos y que por redes sociales les mostraron bandas como Sasha & John y Digweed, algunas de sus principales influencias. 

En “Raving Iran” la travesía comienza en el desierto donde los dos jóvenes preparan un concierto sin limitaciones, burkas o parámetros religiosos. Así como hacer música occidental es indebido, ponerla a todo volumen o bailarla es igual de peligroso. El mejor ejemplo se dio a finales del año pasado, cuando tres iraníes fueron encarcelados por publicar un video en el que bailaban “Happy” de Pharrell Williams, según las autoridades haciendo esto atentaron “contra la castidad de la nación”.

Para Anoosh y Arasch nada fue fácil. Después de corroborar que su música no iba a ser aceptada por el Erdash, decidieron reproducirla ilegalmente y aunque nadie quería imprimirlo o venderlo y las respuestas de negativa eran casi unánimes, nadie se atrevió a cuestionar su música, simplemente temían porque fueran juzgados por el fuerte régimen islámico iraní.

Contrario a lo que pasa en todo el mundo, en Irán lo underground no es lo alternativo, y menos algo no apto para ser comercial, para ellos, el término está relacionado a lo que no es religioso y por consiguiente no apto para el Estado.

Tras la salida de Mahmoud Ahmadineyad de la presidencia y la llegada de Hasan Rohani se creyó que se iba a dar un gran cambio en los ideales de los fundamentalistas y que las medidas más represivas cambiarían. Pero, a pesar de que en términos políticos se dieron grandes avances, sobretodo en la reapertura económica con Europa y el restablecimiento de las relaciones con Estados Unidos, con el que firmaron un acuerdo antinuclear; a nivel cultural la situación fue distinta y los cambios han sido tan sustanciales que el inconformismo de los jóvenes ha sido casi imposible de controlar, si se tiene en cuenta que a través de internet cada vez es más fácil tener acceso a la realidad de occidente.

“Si continuamos construyendo barreras sobre el camino de los jóvenes sólo lograremos generar problemas”, ha dicho Rohani, pero la verdad es que él no tiene la potestad para tomar decisiones de fondo.

El presidente es considerado en Irán el emisario principal de las posiciones religiosas dictadas por el líder supremo, el ayatola Alí Jamenei, quien, junto a los clérigos gobernantes toman las decisiones más importantes para el régimen. Así quedó claro en agosto pasado, que el fiscal general de Teherán decidió endurecer las medidas para autorizar los conciertos, luego que el representante director del líder supremo en Mashhad hiciera declaraciones en contra de autorizar conciertos en la ciudad, luego de que en ella no se realice uno desde hace 11 años.

Como consecuencia, el ministro de Cultura debió renunciar y ante las nuevas prohibiciones, el permisivo presidente Rohani criticó la nueva medida e hizo un llamado para que los ministros no cedan ante las pretensiones de los más radicales, que pretenden mantener los mandatos dictados durante la revolución.
Muchos de los músicos underground de Irán no tienen una actitud política ni religiosa, solo quieren hacer música. Quienes se atreven a hacer heavy metal, pop o rock en medio oriente prefiren hablar de relaciones amorosas, de las injusticias, de adicciones y de las realidades de los jóvenes; muy pocos dentro del rap han decidido ser contestatarios ante las crisis política, los fundamentalistas o la Guardia Revolucionaria, que pretende mantener a toda costas las costumbres.

“Nosotros no pudimos hacer música y no teníamos futuro en Irán. Eso es lo único que queremos hacer, y lanzar muchos álbumes, pero no hay condiciones, ni existen las circunstancias”, asegura Arasch, quien como muchos de los jóvenes que han hecho música en Irán han pensado en huir de su país. Su caso, junto a Anoosh no fue distinto. En el documental el dúo Blade & Beard  se plantea la posibilidad de migrar y ante las pocas posibilidades, en un momento poco esperado son invitados a participar en el festival de electrónica Lethargy, en Zurich.

Allí, los medios asedian al grupo iraní y una pregunta es frecuente ¿qué se siente estar en un país diferente? A lo que Arasch responde: “yo me siento volando, me siento feliz. Nunca había experimentado algo como esto. En mi país esto es algo underground y estoy harto de hacer música en secreto”. En 18 meses de grabación, el dúo debió sortear todo tipo de dificultades. Anoosh estuvo en la cárcel, luego de que lo capturaran en uno de sus conciertos clandestinos. Arasch asegura que no fue la única vez que estuvieron en una prisión.

El temor por ser descubiertos junto a las inconformidades por el régimen lleno de prohibiciones es la motivación para que muchos jóvenes artistas iraníes decidan huir. En el caso de ellos dos la decisión la debieron tomar ya estando en Europa, ante las dificultades que podría traer el estar en un país ajeno, con una cultura ajena, en el que no serían refugiados, sino ilegales.

Por Mónica Rivera Rueda

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