El Magazín Cultural

De Núñez al Wenzel de Carlos Villalba Bustillo

Editada por la U. de Cartagena, ‘Wenzel’, de Carlos Villalba Bustillo, es un drama íntimo sobre uno de los hombres más influyentes de la historia de Colombia.

FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ
24 de enero de 2013 - 10:00 p. m.
Rafael Wenceslao Núñez, cuatro veces presidente de Colombia.  / Archivo
Rafael Wenceslao Núñez, cuatro veces presidente de Colombia. / Archivo

“Sencillito —siguió Rafaela—, un señor cuyo nombre me pudriría la boca si lo pronuncio le regaló a Rafael un cigarro de presentación impecable, de los que los fumadores denominan extrafinos. Rafael se lo regaló a Lázaro y éste se lo fumó encantado. Pues para que ustedes sepan, ese cigarro fue la causa del desmayo de mi marido y de la lesión que tiene en el ojo que está a punto de perder. Ese personaje siniestro le regaló otro cigarro a Rafael, y se lo fumó embelesado con el olor y el sabor que despedía. Lo vi con estos ojos. Le pasó lo mismo que a Lázaro: quedó narcotizado y sin sentido en el baño mientras tú traías las calillas. Y vean lo que acaba de pasar.

—¡Basura! Al patrón no lo envenenaron: lo jalaron las dos Dolores pa’ quitárselo a mi niña Sole”.

Rafael Núñez muerto. Rafael Núñez asesinado. Conspiraciones, traidores, sangre, guerras, política. Muchas palabras para decir Colombia, muchas colombias para explicar la vida de Rafael Wenceslao Núñez Moledo, y muchos Rafael Núñez dentro de su propia historia.

Uno, un liberal radical, que incluso firmó, al comienzo de su carrera y como secretario de Hacienda, la ley de desamortización de bienes de manos muertas contra el clero colombiano durante la presidencia de Tomás Cipriano de Mosquera, y aprehendió por 10 años la cultura, el arte, la historia y la política europeos, y se nutrió de ellos a través de infinitas y profundas cartas con Salvador Camacho Roldán, a quien luego, con los años, traicionó. Un día, Camacho Roldán insinuó que con la nueva Constitución, Núñez lo iba a acorralar.

Otro Núñez fue liberal a secas, ya más independiente, como se llamaban entonces, pleno siglo XIX, un Núñez que tomó distancia de sus excompañeros radicales y les juró venganza y guerra pues, decía, había que enterrar la Constitución de Rionegro, 1863. Por política, por cargos, por poder, se enfrentó a Manuel Murillo Toro, a Aquileo Parra, a Santiago y Felipe Pérez y, por supuesto, al general Ricardo Gaitán Obeso.

Un Núñez más fue liberal de nombre, pero conservador por actitudes y determinaciones, y, sobre todo, porque con los conservadores terminó gobernando a Colombia, haciendo posible su Constitución, su Concordato, y la anulación de su primer matrimonio, con Dolores Gallego, para poder casarse con Soledad Román. Un día, según palabras del escritor Carlos Villalba Bustillo en su novela Wenzel, les explicó a los sacerdotes Foción Rodríguez y José Salomé Ricardo cómo había logrado convencer al Sumo Pontífice: “Mis queridos amigos —explicó—, le puse pinzas a la diplomacia. A un pontífice como León XIII había que trabajarlo con los olores y sabores de la delicadeza para conmoverlo y convencerlo. Usé mi alfanje: la pluma. Le escribí una carta, ni larga ni corta, manifestándole con franqueza que el Gobierno de la República no podía comprometerse a cumplir lo imposible, y que estaba dispuesto a aceptar, para los fines de mi política regeneradora, la cooperación moral de la Iglesia, pero sobre la base de que la Santa Sede allanara los obstáculos de la negociación (…)”.

Núñez fue, de niño, un ser enjuto, pálido, algo enfermizo, poco amigo de sus amigos, enamoradizo, dominado por su padre, don Francisco Núñez García. Tenía orejas de murciélago, ojos muy claros, profundos, intrigantes; la nariz aguileña, y era en extremo delgado. Estudió leyes, se dejó por entonces la barba para toda la vida y, después de su viaje por Europa, de haber sido cónsul en Le Havre y en Liverpool bajo el mandato de Manuel Murillo Toro, se aferró a la política. Por aquellos tiempos deseaba profundamente servirle a su patria. Fue cuando firmó la ley de manos muertas. Luego, entre enemigos, aliados, poderes, su mujer, el clero, Dios, unas gotas de espiritismo, otras de brujería, la literatura y la poesía y el día a día con sus avatares, la política se convirtió en su salvación. Con ella, por ella, comenzó sus pequeñas venganzas contra la humanidad, contra los hombres y las mujeres, contra el amor y el destino y sus detractores. Fue presidente por vez primera en 1878. Ese día comenzó a manejar los hilos del país a su antojo, hasta el día de su muerte, el 18 de septiembre de 1894.

Gobernó desde el palacio de San Carlos o desde su casona en El Cabrero, Cartagena. En nombre propio o por boca de otros. Sufrió guerras, fue traicionado, y se enfrentó a la muerte que le habían anunciado, sentado en el balcón de su casa para aguardar a sus enemigos. “Pero convencer a Núñez de que se regresara de una decisión tomada a conciencia era un imposible. Siéntese —le pidió a Nieto—, que aguardo la visita que me anuncian en este billete: ‘Han resuelto asesinarlo hoy junio 21. Un enemigo político que debe a usted gratitud’, se leía en la misiva enviada. Usted ve que se trata de pagarme los servicios que he podido prestar a mi patria. De aquí para el cementerio de Cartagena. Dejemos la puerta abierta que las turbas no invaden lo accesible, sino que atropellan los obstáculos. No se atreverán. No se atrevieron, en efecto”, describió la escena, en Wenzel, Carlos Villalba Bustillo.

Novela, biografía, investigación, o todo ello, Wenzel es la historia detrás de la historia de Núñez. En palabras de Roberto Burgos Cantor, “Villalba propone un momento, un tiempo literario que, al contrario de esos viajes a la oscuridad del fracaso que tanto atraen a los novelistas bolivarianos, convierte a Wenzel en un tránsito hacia el instante en que el ideal se somete a las duras exigencias de la realidad, usando un lenguaje elegante y descarnado a la vez, pero que retrata la época y los personajes como pudieron haber sido y actuado”. Villalba Bustillo investigó la vida de Núñez desde otros libros (el Núñez de Raimundo Emiliani Román; Soledad, de Silvia Galvis), desde viejos recortes de periódico, desde los lugares que transitó y el recuerdo que le legaron a sus herederos quienes lo conocieron. Desde su propia memoria y desde su sangre.

Por FERNANDO ARAÚJO VÉLEZ

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