El Magazín Cultural

“Decir que alguien es ilegal es un contrasentido absoluto”: Valeria Luiselli

Llega a la Filbo la más reciente propuesta literaria de la escritora mexicana: “Los niños perdidos”, un ensayo pensado para quienes el tema de la migración había sido secundario, incluso antes de la llegada de Trump.

SORAYDA PEGUERO ISAAC
29 de abril de 2017 - 09:21 p. m.
Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) dice que el impulso para escribir una historia es una combinación de rabia y claridad. / Zony Maya
Valeria Luiselli (Ciudad de México, 1983) dice que el impulso para escribir una historia es una combinación de rabia y claridad. / Zony Maya

Valeria Luiselli no sabía que los niños llegaban solos. Escucha la noticia en la radio del coche, mientras viaja con su esposo y su hija pequeña desde el norte de Manhattan hasta el sur de Arizona. Es el verano de 2014. Las noticias hablan de una preocupante crisis. Barack Obama se siente abrumado. Le pide al Congreso más de tres millones de dólares para detener la oleada de niños que avanza hacia Estados Unidos. Llegan miles de niños: más de 50.000, en menos de un año. El presidente de la Cámara de Representantes propone que militares de la Guardia Nacional sean enviados a la frontera entre Texas y México. El gobernador de Texas pide helicópteros de visión nocturna y drones. Los centros de detención se desbordan y algunos ciudadanos estadounidenses empiezan a inquietarse. Dicen que a sus comunidades no los lleven, que no están dispuestos a lidiar con “el problema”. Para ellos, todos esos niños son como la amenaza de una terrible peste.

Los niños llegan desde Guatemala, México, Honduras o El Salvador. Huyendo de situaciones de violencia y pobreza, como pequeños fugitivos de piel curtida, a lomos de la “Bestia”: el tren de la muerte. Caminando por el desierto. Braceando las aguas del río Grande. El camino puede estar lleno de horrores. Algunos de ellos serán secuestrados. Algunos serán violados. Algunos serán asesinados. Otros no lograrán llegar a ninguna parte. Simplemente desaparecerán y, con ellos, todas las historia que jamás serán contadas.

En Los niños perdidos (Un ensayo en cuarenta preguntas) (Sexto Piso, 2016), Valeria Luiselli habla de los niños que sí consiguen llegar a “la tierra prometida”.

Luiselli (Ciudad de México, 1983) dice que el impulso para escribir una historia es una combinación de rabia y claridad. Mientras la crisis migratoria de 2014 acaparaba la atención de los medios, ella y su familia esperaban la llegada de sus Green Cards: las tarjetas de residencia permanente en Estados Unidos. Sin saber que acabaría escribiendo un ensayo sobre este tema, la escritora mexicana iba tomando notas mentales de la situación. Ya había escrito el libro de ensayos Papeles falsos (2010) y las novelas Los ingrávidos (2011) y La historia de mis dientes (2013), los tres editados por Sexto Piso. Había vivido en tres continentes y la National Book Foundation la había incluido entre los cinco mejores escritores menores de 35 años en Estados Unidos. En noviembre de 2015 tuvo que renunciar temporalmente a su trabajo como profesora en la Universidad Hofstra, en Nueva York. Su permiso para trabajar en Estados Unidos había expirado y su Green Card no llegaba. Sólo podía hacer una cosa: escribir. Escribió Los niños perdidos porque sentía que, si no lo hacía, nada de lo que pudiera escribir después tendría sentido para ella.

—Cuando escribí este libro, la noticia de la crisis se había relegado a las últimas páginas de los periódicos —dice Luiselli—. Mi intención era que en el mundo circulara un objeto que le diera más permanencia a este tema y que además lo articulara con un lenguaje menos violento para las víctimas. Se habla de los migrantes indocumentados como ilegales. Decir que alguien es ilegal es un contrasentido absoluto; nadie puede ser ilegal. Tampoco se puede decir que son niños emigrantes. Son niños, no vienen a trabajar.

—¿Cómo los definiría usted?

—Son refugiados de una guerra. Una guerra que quizás sea de baja intensidad, porque no es una guerra de misiles y bombas que esté todos los días en primera plana. Pero es una guerra que lleva muchos años peleándose.

Para agilizar la deportación de los niños indocumentados, el gobierno de Barack Obama creó en 2014 el Priority Juvenile Docket. Si antes el proceso de deportación de menores podía demorar entre cinco y diez años, ahora sería sólo cuestión de meses. Para cubrir la demanda del nuevo procedimiento se necesitaban muchos abogados, preferiblemente que hablaran español, y también traductores. Cuando Luiselli supo que la Corte Federal de Inmigración de Nueva York —la ciudad donde vive desde 2011— necesitaba intérpretes para auxiliar a los niños indocumentados, se ofreció como voluntaria. Su labor en la Corte consiste en traducir las 40 preguntas del cuestionario de admisión para los niños indocumentados. Primero, repasa cada una de las preguntas con los niños, desde la primera: “¿Por qué viniste a los Estados Unidos?”, hasta la última: “¿Quién te cuidaría si regresaras a tu país de origen?”. Luego traduce las respuestas del español al inglés, para que los abogados determinen en cuáles casos es posible impedir la deportación.

—Para que un niño tenga la oportunidad de tener asilo debe tener una historia —dice Luiselli—. Si no vienen huyendo de pandillas o de una situación de abuso mental y físico que sea demostrable, si no vienen del infierno, no son candidatos para recibir asilo. Esos son los casos más frustrantes. Porque aunque los intérpretes queramos hacerlo, la historia no se puede fabricar. Uno puede encaminar a los niños a decir por lo menos una palabra que sirva para que un abogado se arriesgue a apoyarlo en la Corte. Pero no siempre se puede.

Sin ser un libro de testimonios, el ensayo de Luiselli narra algunas historias de los niños con los que pudo tener más cercanía. Las 40 preguntas del cuestionario de admisión son el núcleo de este ensayo, escrito desde una intención política, con una prosa clara, a veces poética, con la que Luiselli va tejiendo las expectativas rotas de los niños con sus propias preguntas y reflexiones sobre asuntos como el racismo, la solidaridad, la indiferencia, la familia y la noción de comunidad.

—¿Cómo reaccionan los niños a las preguntas del cuestionario?

—Hay muchos niños que no pueden contar una historia de un modo convincente para los estándares de la ley. A veces porque son muy chiquitos y no saben cómo contar lo que les pasó. A veces porque han sido víctimas de un montón de abusos por parte de adultos. Es un proceso muy tentativo, de acercarse muy cuidadosamente y explicarles con mucho tacto por qué puede ser importante que cuenten lo que les pides que cuenten.

Son las 9:45 de la mañana en Nueva York. Valeria Luiselli se dirige en tren a la Universidad Hofstra. Una semana después de habernos encontrado en Barcelona, hablamos por teléfono. Me cuenta que allí, no demasiado lejos de la universidad, hay una especie de “cárcel secreta” que casi nadie sabe dónde está. Un centro que alberga menores indocumentados que llegaron solos a Estados Unidos y que no encontraron a sus padres ni a otros familiares. “Es imposible no vivir frustrado —dice—. Pero también hay que concentrarse en pequeñas cosas del día a día. Hoy tenemos un taller para que algunos jóvenes se preparen y puedan visitar centros de niños refugiados al menos una vez a la semana”.

Durante la denominada crisis de 2014, algunas organizaciones humanitarias criticaron las condiciones de los menores en los centros de acogida y denunciaron que algunos niños estaban siendo víctimas de maltrato por parte de agentes fronterizos. Al mismo tiempo, varios medios de comunicación se referían a la llegada de los niños como un azote.

—En el primero de los cuatro capítulos que componen su ensayo, usted escribió: “Nos preguntamos si las reacciones de la gente serían distintas si, por ejemplo, estos niños fueran de un color más claro, si fueran de ‘mejores’ nacionalidades y genealogías más ‘puras’. ¿Los tratarían más como personas? ¿Más como niños?” ¿Ha podido responder estas preguntas?

—Puede que mi respuesta no sea la correcta, pero creo que por supuesto es un tema racial. Si los niños fueran blancos, si vinieran de un país europeo, serían recibidos con muchísima más humanidad. Es un tema racial como tantos otros en Estados Unidos. Y no sólo en Estados Unidos, México también es un hijo de puta como país con los inmigrantes centroamericanos y ahora también con los haitianos. En el pasado les abrió las puertas a exiliados argentinos, chilenos y españoles. Pero en todos los casos se trataba de poblaciones blancas.

—¿Quiénes cree que son los principales responsables de esta crisis migratoria?

Los gobiernos de los países implicados: el Triángulo del Norte (Guatemala, El Salvador, Honduras), México y Estados Unidos. Cada uno de sus gobiernos juega un rol, distinto, pero juega un rol, y la violencia directa la perpetran las pandillas criminales y los carteles de drogas.

—Narcotráfico, consumo de drogas, pandillas criminales, trasiego de armas. Muchos niños huyen de las situaciones de violencia que generan estos factores en sus países, sin embargo, los medios de comunicación se centran más en “el problema” que en las posibles causas que lo provocan.

—Es algo que me pregunto mucho. No sé si es porque tendemos a rehuir de las explicaciones complejas, porque realmente muchos no ven las conexiones o porque algunos medios protegen los intereses de los implicados. Tenemos que ver este fenómeno no sólo con la responsabilidad de los gobiernos que intervienen sino también a través de toda la complicidad. Esto no se trata sólo de un problema de pandillas, hay que saber cuál es la relación entre los carteles de droga y los grupos que trafican con armas. Es muy obvio que es una red pero, por otro lado, es algo que se ignora muy fácilmente.

—¿A qué se refiere cuando dice que vivimos en un continente en donde la noción de comunidad está a punto de desaparecer?

A que nos has costado muchísimo organizarnos como sociedad civil para lograr cambios. Quizás el caso de México sea mucho más exacerbado que el de Colombia, donde, desafortunadamente, la última vez que se organizó la sociedad civil ganó el No a la paz en la primera vuelta. Todo eso genera mucha frustración. No importa cuántas marchas organicemos, cuántas protestas, no logramos cuestionarnos lo suficiente para producir cambios, no hay consecuencias. En México seguimos teniendo un presidente que debería estar en la cárcel por las ilegalidades y crímenes que ha cometido. Y ahí sigue. Impune.

Con la candidez de sus cinco años, Maia, la hija de Luiselli, le preguntaba a menudo: “¿Y cómo termina esa historia de los niños perdidos?”. Su madre le decía que no lo sabía. Pero a veces pensaba, mientras caminaba por las calles de Nueva York o mientras viajaba en el metro, que “las historias de los niños perdidos son la historia de una infancia perdida”. Que sus historias no tienen final.

sorayda.peguero@gmail.com

Por SORAYDA PEGUERO ISAAC

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