El Magazín Cultural
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La degradación como arte

La novela ganadora del Premio Radio Francia Internacional 2009, del costeño Adolfo Ariza, por fin fue publicada.

*José Luis Garcés González / Especial para El Espectador
23 de agosto de 2015 - 01:33 a. m.

Con Mañana, cuando encuentren mi cadáver, Adolfo Ariza Navarro, costeño del Magdalena, ganó el Premio Radio Francia Internacional de novela corta del año 2009. Por diversas razones, editoriales, temperamentales y económicas, el texto apenas se publicó en junio de 2015. Ariza es el único colombiano que ha ganado ese certamen; premiado en Europa, pero inédito en Colombia.

La historia que narra Adolfo Ariza en esta nouvelle es una explosión en el rostro y tiene la intensidad descarada de los textos que estremecen los bajos fondos del alma. Mañana, cuando encuentren mi cadáver puede encajar en la categoría conceptual del realismo cruel o del realismo sucio o del realismo sexual que en la literatura en lengua inglesa tiene connotados ejemplos: Bierce, Bukowski, Ginsberg, Burroughs, Miller. En la francesa podemos anotar a Villon, al Marqués de Sade y a Jean Genet. En Latinoamérica están los casos frescos de Pedro Juan Gutiérrez, con su Trilogía sucia de La Habana, en la cual incluye relatos de títulos tan dicientes como Mi culo en peligro y Morboso muy morboso; y el del ecuatoriano Raúl Vallejo con su libro Pubis equinoccial, en el cual se hallan, entre otros, los significativos cuentos Bajo el signo de Isis, ganador del concurso de relato erótico convocado por Radio Nacional de España en 2010, y Mi propia Lolita de nadie.

Mañana, cuando encuentren mi cadáver es una nouvelle de realismo realista. Entendiendo por tal el texto que acude a la realidad descarnada y a su tratamiento de manera extrema, en donde no se excluyen el lenguaje procaz y las narraciones íntimas y minuciosas, sin atención alguna a lo pudoroso o a lo que dictamina la moral tradicional.

El personaje que narra o recuerda, que nunca menciona su nombre, es un hombre inútil en toda la parte derecha del cuerpo, a causa de un ataque cardiovascular mezclado con un accidente del automóvil que manejaba contra las bancas de cemento de un parque. En su caso, narrar es tomar revancha. Zarandear todos los recuerdos para sacarles el desperdicio. Lo que queda: dolor, muerte, sexo frustrado, insidia, juzgamientos son los elementos básicos de un momento y de unas circunstancias. El personaje, en otra arista, es un hombre de ciertas lecturas, con alguna inclinación hacia la historia bolivariana, que tiene sexualizada la axiología de su vida. Para él, igual que para Petronio, en el Satiricón, “el supremo amor es, ¡oh mortales!, morir de amor en brazos de la orgía”. Pero el accidente ha destruido la mayor de sus obsesiones. Sentirse inútil en ese ámbito de su ser es su máxima derrota como hombre.

Así, el personaje principal de la nouvelle es, además de inválido, un hombre revanchista y furioso, y siente sobre su cuerpo, y especialmente en su sexo muerto y colgante, el peso del desastre, la ofensa de la tragedia. Personal, como toda tragedia que se respete. Por otro lado, está la arista cómica, que surge de la audacia narrativa de Ariza para aproximarse al humor y a las descripciones contrastadas.

Hay en esta obra algo que la torna humanamente valiosa. El hombre que narra ha acumulado una formidable carga de odio por todo lo que lo rodea. Y no la disfraza. No la enmascara con cánticos de resignación, o con aceptaciones del destino. Él se jodió, es su culpa (“Los cigarros tampoco tienen la culpa. Ellos no iban solos a mi boca. Los llevaba mi mano”), pero le toca a la humanidad soportar su diatriba, padecer, de ser posible, el poder oral de su revancha. Es un inválido honesto con su pensamiento, que aprovecha la oportunidad de su desgracia para saldar cuentas, tenga o no las razones de su parte. Su anatema es sincero, es moral, es su forma idónea de asumir el desquite.

Si el accidente no le hubiera producido impotencia sexual, otra hubiera sido su vida. Quedar cojo o manco o mocho no le hubiera causado tanto daño. Así, le quedaría su poder en la entrepierna, que para él, al parecer, era su verdadero poder. Capacidad que cuando se pierde, se deduce en la lectura, es peor tragedia que perder la vida. Inclusive, más doloroso, pues con vida e impotente el desastre azotaba más, y los estragos eran definitivos e irreparables. Se sentía absoluta la destrucción. Morir, entonces, arreglaba todo. Vivir en esas circunstancias, era un vivir, un arte degradado. Era sufrir por no morir.

Otro punto a favor del libro es su lenguaje, su pensar vertido en lenguaje, la crudeza sicalíptica de su expresión, sus interrupciones mentales, sus construcciones acordes con la afasia motora que padece el narrador como consecuencia de su accidente cardiovascular. Lo que puede parecer defectuoso en la estructura escritural, es legítimo proceder de un hombre que ha padecido un severo trauma cerebral. Se narra desde el trauma.

El accidente acentuó en el inválido su relación neurótica y destructiva con el mundo. La destrucción física no lo condujo a la tristeza sin remedio; al contrario, le estimuló la furia contra todo, hasta el punto de considerar que “Dios es una rara y desprestigiada entidad”. El daño material lo llevó, pues, a la degradación espiritual, al cultivo inmisericorde de un temperamento agreste, a actualizar un antiguo sentimiento de desquite. A este personaje, por otra parte, las palabras le sirven para expresarse, para desatar su rabia; pero a la vez lo incomunican. No le permiten entender ni que le entiendan su desesperación, o le comprendan su circunstancia humana. No es que no hable, es que cada vez que habla es mayor su silencio, es más atroz su aislamiento. Le resta, y él la utiliza a plenitud, la conversación consigo mismo. La dureza de su pensamiento solitario.

El odio del inválido es repartido con escalofriante equidad. Se sabe mediocre, pero “no soportaba a ninguna clase de mediocres, excepto al que tuviera conciencia de su propia mediocridad”. Empieza por detestar a su mujer, la misma que lo limpia todos los días después de la defecación, a la cual no baja de estúpida o de “chiquitica de mierda”; continúa con su madre, a quien desprecia y llama inconsecuente y “candidata mínimo a un coma diabético”; prosigue con su miembro muerto, ese pedazo de carne inútil; y finaliza, dando un salto contra los taxistas, sus antiguos compañeros de oficio (“No hay nada más pequeño burgués, mentiroso y conformista que un taxista”). El único que “medio se salva” es su primo, el escritor, aunque de cuando en cuando le propina sus ramazos de ortiga. Ah, y el retrato persistente y casi vivo del admirado Perú de Lacroix, biógrafo de Bolívar, herencia del padre, que entre tanta penumbra humana le da luz histórica a la sala donde el rabioso pasa. En el inválido, la ecuación de sus odios podría ser: yo ya no sirvo para nada; en consecuencia el mundo no sirve para nada, es una vulgar podredumbre, es una detestable porquería; y hay que destruirlo con una violenta y sostenida carga de palabras.

El lenguaje del relato es una descripción sin lástimas. Ningún maquillaje a la realidad. Se sabe hombre desahuciado por la vida y por él mismo. No meterse mentiras sobre su deplorable estado es, quizá, su máxima grandeza. Ya ni Perla, joven y atractiva, con su “coñito nuevo y raspado”, podía detener lo inexorable, la verdadera caída de un ser que ante todo se sabe sexo. Para quien la relación con las mujeres no es de amarse sino de sexarse. Por ello a la infidelidad le llama “cacho” cuando se da en las mujeres, y “buenos oficios” cuando la ejercitan los hombres. Frente a esa demolición, la conclusión es terrible. Comprender fría y definitivamente que ya no hay más nada que hacer, que todo acabó. Entender que proseguir con una vida de vergüenza y sometida a la conmiseración no es nada inteligente. Es esa su más valiosa y dolorosa lucidez. Es su filosofía frente a las ignominias, su pensar de postrimerías.

Mañana, cuando encuentren mi cadáver es un texto llamado a estimular diversas miradas sobre su oferta narrativa. Algo que puede ser muy valioso, pues pocos son los libros que incitan la polémica desde la esencia de sus entrañas y muchos los que buscan un lector provocando el escándalo artificial de sus ególatras autores.

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El autor y sus méritos
 
Radio Francia Internacional informó en 2009 que otorgaba su premio anual de novela corta a Adolfo Ariza Navarro porque en  Mañana, cuando encuentren mi cadáver, “con implacable cinismo, un inválido parapléjico —que vive dependiendo de los cuidados de su mujer y de su madre, a las que desprecia— nos revela una dolorosa humanidad. Su inutilidad espiritual se ha hecho física, en un país sin perspectivas y que sólo espera más violencia y muerte”. En eso coincidió el jurado integrado por los destacados escritores Lidia Barugel, Claude Fell, Rosa Regás, René Vázquez Díaz, Michèle Gazier, Ernesto Pérez Zúñiga, Mercedes Deambrosis, Eduardo García Aguilar, Jorge Volpi, Patrick Rosas, Fernando Aínsa y Ramón Chao.
 
Ariza Navarro fue integrante del Taller de Escritores Gabriel García Márquez de Bogotá, con el que publicó algunos cuentos. En el año 2000 hizo parte del volumen Cuento colombiano al borde del siglo XXI, editado por el Ministerio de Cultura. En 2006 ganó el Primer Concurso Nacional de Poesía Julio Flórez y el Premio Nacional Metropolitano de Poesía, organizado por la Universidad Metropolitana de Barranquilla. En 2008 ocupó el primer puesto en los premios Ciudad de Santa Marta, modalidad libros de poesía.
 
Aporte al cuento infantil
 
Unatintamedios, reconocida empresa editora de libros de gran formato, como la aplaudida serie medioambiental Savia, empieza a publicar literatura. Acaba de presentar en Bogotá, en el restaurante Mordida, la obra Emilia come astromelias, de la periodista Cristina Lucía Valdez Lezaca, un cuento inspirado en la vida de una mujer y su gata en medio de las vicisitudes de la vida en pareja, de las crisis existenciales y el agobio de la ciudad.
 
La estructura profundiza en la relación amo-mascota atrapando al lector en situaciones insospechadas o que se escapan a la mirada cotidiana, son percibidas con acierto por la autora y convertidas en un viaje a la condición humana desde el poder de los animales. Bellas ilustraciones de Fernando Jaramillo Vélez enriquecen la conmovedora y significante propuesta narrativa.
 

*Catedrático de la Universidad de Córdoba y coordinador de El Túnel, grupo cultural de Montería, Colombia. Su novela más reciente es “Fuga de caballos”. Cuentos suyos han sido traducidos al inglés, al francés, al alemán y al eslovaco. E. mail: jlgarces2@yahoo.es.

Por *José Luis Garcés González / Especial para El Espectador

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