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Del puente para allá está kioto

A través de un proyecto expuesto en París, el artista Armando Mesías crea un diálogo entre los rostros de las mujeres caleñas y el trabajo milenario de los artesanos japoneses.

Ricardo Abdahllah
27 de mayo de 2016 - 04:59 a. m.
Obras del artista caleño Armando Mesías, que reside en Barcelona desde hace más de un año. / Cortesía
Obras del artista caleño Armando Mesías, que reside en Barcelona desde hace más de un año. / Cortesía

En una pared están Sayori, Eliana y Alexandra. Las tres morenas, caleñas, o eso podemos imaginar por el título de la exposición: Kioto/Cali. El título nos hace pensar que las flores que las rodean son de esos cerezos rosados tan presentes en la plástica japonesa como raros en el trópico. En otra pared, en ángulo recto, están los retratos de Misuo, Shikegazo y Masahiro Inuoe, tres generaciones de artesanos japoneses que han trabajado el kakemono (o kakejiku), un rollo desplegable elaborado en seda o papel washi sobre el que se pintan signos caligráficos o estampas.

Los rostros de los “enmarcadores” japoneses están rodeados por aves del trópico, de Colombia, para ser exactos.

Masahiro Inoue, el más joven de los tres herederos de la tradición, fue quien creo los kakemonos sobre los que el colombiano Armando Mesías realizó los retratos.

“De un lado tienes esas tres jóvenes colombianas pintadas con motivos japoneses. En frente los artistas japoneses, pero pintados con motivos de América del Sur. Cada imagen funciona como un negativo fotográfico de la otra”, explica Lorraine Lafleur.

Junto a Anna Takinom, Lafleur está al frente de L’Experiment, una “galería itinerante de arte urbano” que para su primera exposición, inaugurada esta semana en París, reunió al artesano japonés con el artista caleño nacido en 1986 y actualmente radicado en Barcelona.

Según Lafleur, el objetivo de L’Experiment es desarrollar colaboraciones que permitan dar a conocer el trabajo de jóvenes creadores de arte urbano y al mismo tiempo revalorizar el de los artesanos japoneses que “suelen ser explotados por algunos artistas, que se limitan a valerse de una tradición sin comprenderla o los obligan a trabajar dentro de los clichés de lo que ‘debe’ ser japonés”.

La tradición del enmarcado y el papel de washi fueron el punto de partida que Lafleur y Takino dieron a Mesías, cuyo trabajo habían conocido durante la estadía del artista en Londres.

“Armando usa pinceladas muy densas que no podía utilizar sobre un soporte tan delicado como el papel washi”, dice Lafleur, “ese ya era un primer reto. No nos interesa tomar un trabajo que ya está terminado y colgarlo en los muros de una galería. Nos interesa ponerles un desafío a los artistas y acompañarlos en el proceso”.

Mesías, egresado de la universidad Icesi de Cali, admite que no estaba familiarizado con las técnicas y materiales utilizados por artesanos como Inoue, pero que “no fue un obstáculo porque a lo largo de mi carrera nunca he dejado de explorar nuevos soportes y materiales”.

“El proyecto estaba desde el principio planteado como un diálogo entre dos culturas, y ese diálogo tenía que empezar por la estética, pero yo quería que fuera más allá, y que también fuera más allá de lo conceptual”, explica el artista.

Los atentados de noviembre en París, que llevaron a varios meses de latencia en la actividad cultural de la capital francesa, y la logística que implicaba el transporte, con soportes que llegaban de Japón y sobre los que Mesías trabajaba en París y Barcelona antes de enviarlos de nuevo para que fueran retrabajados por Inoue y otros artesanos en Japón, obligaron a que la realización de Kioto/Cali tomara alrededor de un año. Mesías dice que, paradójicamente, los retrasos le permitieron impregnarse mejor de una nueva manera de trabajar, que va más allá de los materiales utilizados, que además de los kakemonos incluyen abanicos en papel washi y un panel en hoja de oro sobre el que el colombiano trabajó a partir de los animales de la selva colombiana.

“En la artesanía japonesa hay una relación muy particular con el tiempo y el trabajo, sobre todo porque no separa el proceso del resultado final. Más allá del aprendizaje técnico que implica el uso de soportes con los que uno no está familiarizado, es toda una nueva filosofía de trabajo la que hay que asimilar”, explica. “Hay una nueva manera de ver la relación entre la pieza y el artista que, supongo, se verá reflejada en mis siguientes proyectos”.

Inaugurada esta semana, Kioto-Cali es para el crítico Loïc Bindzi “más que una exposición, un enfoque artístico inusual digno de verse”.

Por Ricardo Abdahllah

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