El Magazín Cultural

“Don Guillermo, un ángel del Vallenato”

Guillermo Cano fue pionero de la masificación del Festival de la Leyenda Vallenata, que todos los años se realiza en Valledupar del 26 al 30 de Abril.

Félix Carrillo Hinojosa
03 de noviembre de 2016 - 05:13 p. m.
Guillermo Cano Isaza, director de El Espectador, agosto de 1925-diciembre de 1986. / Archivo - El Espectador
Guillermo Cano Isaza, director de El Espectador, agosto de 1925-diciembre de 1986. / Archivo - El Espectador

“Vallenato que se mete en mi alma y que me hace latir el corazón” Fercahino

Cada vez que rugen los acordeones como tarjeta de invitación al Festival de la Leyenda Vallenata, que todos los años se realiza en Valledupar del 26 al 30 de Abril, se agiganta la figura de don Guillermo Cano como pionero de su masificación. A él, le debemos como hace más de cuatro décadas, en los pasillos del Espectador, las melodías de los acordeones venidos de la provincia, le enseñaron a una Nación, a querer los paseos, sones, merengues y puyas, que llegaron para no irse jamás de su entorno, a través de la figura de una mujer que por su liderazgo fue considerada toda una “Cacica”.

Consuelo Araujo Noguera encendió la llama promocional, de un vallenato campesino, que es hoy de toda una nación, con sus crónicas, reportajes y su carta vallenata que como una hoja de ruta, nos sirve para construir desde la nostalgia, los mejores caminos de nuestra música. Y en ese trasteo constante, que ha vivido ese inolvidable medio, sus pasillos no han podido desprenderse de esas dos figuras claves, que nos enseñaron como se promociona una música local. No es raro, encontrarlos unidos cada vez que se acerca esa fecha. Ella, envuelta en mochilas arhuacas, dando instrucciones al acordeonero de turno y él, con sus brazos cruzados, atento al sonido de los más recientes cantos de Escalona, Leandro Díaz y de los nuevos creadores. Ese día, todo se paralizaba en el Espectador. Las máquinas de escribir le hacían reverencia, al mágico sonido de un instrumento envejecido, que no se cansaba de brindar música. Todos sin excepción, aun los más escépticos periodistas que no creían en nuestra música, se levantaban para escuchar esos cantos, unos alegres y otros adoloridos, que retrataban de la mejor manera, a una provincia que no tenía más que mostrar. Los minutos se volvían horas interminables, en donde el vallenato se mostraba como un imperio indestronable. Ella no se cansaba de explicar, de dónde venían los cantos, quiénes tocaban el acordeón, la caja y la guacharaca y cómo era el Valle como epicentro del Festival y los que iban a participar. Él, con una leve sonrisa, aceptaba su protagonismo. Sin decirse nada, se entendían. Ese día como siempre ha ocurrido, quien mandaba era el vallenato. Más de cuatro décadas han pasado, desde que ese medio impreso, sintió la presencia de una “Cacica” y él, sin tantos requisitos, nos abrió su corazón para promocionar a ese vallenato, que se le metió en el alma,  al igual que a todos sus hijos y trabajadores del Espectador.

Ni don Guillermo y la “Cacica” están. Cayeron bajo el imperio de la muerte, que impone sus acciones, desde diversos frentes. Pero lo que si no han podido derrumbar, es su presencia en la música vallenata. Cada vez que voy al Espectador, los retrato dando órdenes: A ella, esbelta, alegre, dictatorial y de mirada inquisidora, hablando hasta rabiar de un Festival y un vallenato que es de ella, mientras atento, sin decir una sola frase, él escucha y tras su mirada de viejo conocedor de las pasiones humanas, entiende que ese volcán vallenato indetenible, es necesario y fundamental para que una tierra llena de olvido, tenga la presencia que logró, gracias a la fuerza narrativa de sus cantos para meterse en la vida nacional como la más querida de las muestras musicales de la Patria. Por eso, cada vez que me preguntan cómo anda el mundo del Vallenato, miro al cielo, le doy gracias a los campesinos que construyeron esos caminos, a don Guillermo Cano y Consuelo Araujo,  por haber contribuido a la universalización de una música generosa, que se estira como cometa al cielo, cuando penetran en ella, pero que se encoge y expulsa a quienes tratan de maltratarla.

 

Por Félix Carrillo Hinojosa

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