El Magazín Cultural

Doña Flor quiere sentirse deseada

La Flor más famosa de la literatura era de Bahía y tuvo dos maridos. Uno, llamado Vadinho, le encendía las pasiones; el otro, llamado Teodoro, le sembraba el recato. Así es la historia de Jorge Amado.

Alberto Medina López
12 de noviembre de 2016 - 02:45 a. m.
Portada del libro "Doña flor y sus dos maridos", de Jorge Amado.
Portada del libro "Doña flor y sus dos maridos", de Jorge Amado.

Su primer esposo, bohemio, jugador y amante de burdeles, la atrapó con su lengua de conquistador y la despojó de miedos y ropas. “Vadinho tocaba los duros senos de Flor en el oscuridad de la escalera y sentía el gusto sin igual de la boca sedienta y temerosa de la muchacha…”.

Con él, perdió la virginidad. “Él le había destapado las vergüenzas, le había comido la breva, era preciso que se casaran”. Una vez consumada la boda, la amó con todas las locuras posibles, pero siguió en la juerga de siempre, mientras ella quedaba “consumida por un fuego que le llegaba de la boca de Vadinho”.

Así vivió siete años hasta que murió de repente, en pleno carnaval, y la dejó llena de pasiones pendientes. “¿Por qué Vadinho no se habrá llevado consigo la fiebre que la consumía, la desesperación que le entumecía los senos, haciéndole doler el vientre insatisfecho?”.

Su escuela de culinaria la salvaba de las angustias de la soledad. Fue allí donde pasó su viudez y construyó una especie de poética del erotismo culinario. Añoraba a Vadinho cuando enseñaba a preparar la cazuela de cangrejos: “Sus dientes mordían el tierno cangrejo (…) ¡Ay, nunca más sus labios, su lengua; nunca más su boca abrasada de cebolla cruda!”.

Aunque le llenara la vida de sufrimiento por sus ausencias, su recuerdo le encendía los deseos hasta el punto de que en sueños la asediaban manos masculinas. Tuvo muchos pretendientes y finalmente aceptó en matrimonio al doctor Teodoro Madureira. Le avergonzaba no ser virgen para él, pero al mismo tiempo luchaba contra esos moralismos.

“El virgo no lo es todo ni mucho menos, aunque goce de tanta estimación y de tanta fama. En el fondo no es casi nada, una frágil película, una gota de sangre, un ¡ay!...”.

Madureira vivía la sexualidad sin excesos ni fiesta. Poseía a su mujer los sábados con posibilidad de repetir y los miércoles optativamente. Esa falta de sal, hizo que doña Flor añorara a Vadinho y hasta lo invocara con tanta fuerza que lo sacó del limbo de la muerte y lo puso en su cama.

Aunque opuso resistencia durante mucho tiempo, Vadinho empezó a tomar posesión. “Así fueron tomados, los senos, los muslos, el regazo, las caderas, las nalgas de satén. Ahora todo eso le pertenecía, era un terreno en que su mano se movía libremente, sin censuras, y lo mismo sucedía con sus labios y caricias”.

Se aparecía en cualquier momento. Un día surgió de la nada y vio cómo la amaba Teodoro. “Nunca vi algo más insípido”, le decía. “En tu lugar yo le pediría que en vez de eso me diera un frasco de jarabe: cura la tos y es más sabroso”.

Al final, la poseyó con dos argumentos: que él también era su marido y que su presencia protegía su virtud porque la ponía a salvo de la infidelidad ante la pobreza sexual del farmaceuta.

Doña Flor y sus dos maridos es una receta literaria adobada con crítica a los prejuicios frente al matrimonio, la virginidad y la viudez, y sazonada con erotismo y amor.

La obra es una suma de picardía y recato porque Doña Flor se queda con la pasión de Vadinho que la hace sentir y con la seriedad de Teodoro que le permite vivir.

Por Alberto Medina López

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