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“Drees Up” de Amaliara

La moda necesita de la fotografía casi tanto como de la ilustración. Sin embargo, en Colombia no son tantos los artistas que ofrecen su talento a esta industria. La joven Amalia Restrepo se destaca con una serie hilarante y poco convencional.

Rocío Arias Hofman
28 de marzo de 2016 - 02:17 a. m.

Amalia Restrepo (Medellín, 1991) es en realidad Amaliara. Así es conocida esta mujer colombiana en las redes sociales, donde expone su trabajo como ilustradora y diseñadora gráfica. Y ahí fue donde la hallé. Una de sus series es Dress up, un ejercicio metafórico y lleno de humor realizado en 2015 acerca de esa categoría que en moda recibe el nombre de “complementos y accesorios”. Los protagonistas son modelos encarnados en el cuerpo y la personalidad de animales. Como si se tratara de una fábula fiel al estilo de Esopo, desfilan ante nuestros ojos el zorro, el elefante, el sapo, el oso, el caballito de mar, la lechuza y el dragón.

 

¿Cómo se fraguó la serie?

Hago mucha ilustración, pero quería enfocarme en el animal completo para aprender de su anatomía. Comencé con el zorro. Siempre he sido muy imaginativa y cuando vi el animal solo, lo sentí plano. Entendí que le faltaba algo. Me puse a imaginar al zorro saltando como bailarina y apareció la necesidad de utilizar algún elemento adicional. La ropa y los accesorios definen mucho a las personas y me dí cuenta de que en realidad estaba construyendo personajes. Así comenzó todo.

¿Cuál es el método de trabajo que utiliza?

El zorro fue primero objeto de muchos rayones, más que bocetos. Suelo pensar en las cosas y se me vienen de manera poco práctica. Intento cargar siempre una libreta y un lapicero para acordarme de lo que quiero hacer. Así surgen los primeros bocetos con base en líneas, no son técnicos. Comencé a mirar fotos de zorros. Esa etapa preliminar de estudio sobre el animal es extensa y utilizo muchos libros. Internet también es una herramienta muy poderosa. De los grandes fotógrafos de animales me sirven sus imágenes para comprender la figura y la forma del animal que a mí luego me es útil para, por ejemplo, entender que deseaba vestir al zorro con un tutú rosado de bailarina. Una vez hecho esto, me siento en el computador y conecto mi tableta digital Wacon de dibujo.

¿Cómo se relaciona con este proceso?

Soy muy detallista, rozando el perfeccionismo. Me “suelo ir” de insegura. En verdad, la autocrítica se vuelve un arma de doble filo. Es preciso identificar lo que es bueno y lo que no lo es, pero a veces creo que me falta confianza y seguridad. Dibujo bocetos con lápices, rapidógrafo, esfero y, a veces, con colores. Luego paso a lo digital para escoger color. No me gusta trabajar sobre blanco, porque se traga los colores y las expresiones. Cuando trabajo sobre fondo oscuro y comienzo a dibujar con blanco, ahí encuentro la delicia de ese color y logro la máxima expresividad. El blanco les da permiso a las líneas y formas de salir cuando lo utilizo sobre colores de contraste como el azul navy que utilicé para la serie Dress up. Claro que no siempre aplico la misma técnica.

¿El orden y la limpieza que luce su escritorio de trabajo obedece a su personalidad o a que la vida digital hace que no tenga que “untarse tanto”?

En realidad, creo que es más lo segundo. Cuando trabajo en el computador y con la Wacon ya no necesito periódicos, pinceles ni trementina. Los hago a un lado para concentrarme en el proceso digital. En Dress up, por ejemplo, me demoré –concentrada al máximo- unas dos horas y media por animal. Para ponerles los accesorios fue más fácil, pues es más sintético. En general, siempre que inicio una ilustración es porque ya lo he planeado. Pero, como en todo, a veces no sale como me lo he imaginado previamente. La asignación de los accesorios para cada animal de la serie fue una mezcla de mi estudio previo y de la espontaneidad del momento.

¿Por qué resultaron ocho animales al final y no menos o más?

Lo principal era hacer diez. Pero no me gusta publicar las piezas con las que no estoy conforme. Entonces, hay algunas ilustraciones que son buenas para practicar la técnica pero no más. Solo las buenas son las que quedaron.

¿Cree que la tecnología mina necesariamente el trabajo manual de los artistas de su generación?

Como arquitecta estuve trabajando manualmente hasta décimo semestre. El “facilismo de lo digital” no es tan cierto. Es una realidad actual que no se puede desconocer y que tiene otras reglas. Me encantan la artesanía y los dibujos manuales que logran una expresión única. Lo digital tiene sus ventajas: con mi mano alzada sigo trabajando en la Wacon. Trato de combinar los dos ámbitos para ser una artista completa. Me gusta tanto lo digital como lo manual. Hay cosas que están hechas para hacerlas en óleo y otras en digital. La ventaja de trabajar en digital es su misma desventaja. Es decir, si me equivoco, puedo corregir mis errores fácilmente. Pero entonces también me convierte en alguien más imprecisa en la tarea.

Su facilidad de expresión hace pensar en que quizás sea buena lectora.

Leo de todo. No hay día que no lo haga. Si me acuesto sin leer, es un día perdido. Utilizo libros en papel y el Kindle. Prefiero las novelas, Murakami me tiene enganchada desde hace un par de años. En mi estudio-habitación duermo, leo y trabajo. Si hace mucho calor, me llevo el computador a otro espacio de la casa de mis padres. Pero el epicentro de todo ocurre en la habitación que tengo desde los trece años en el barrio El Poblado en Medellín. Cuando llegué de estudiar en Boston, en junio de 2015, volví a instalarme en mi sitio de siempre. No me he independizado todavía porque voy a viajar pronto para hacer una maestría en Savannah School of Arts and Design en Estados Unidos. Nos da la oportunidad a los estudiantes de formarnos como profesores y esa es una de las metas en mi vida: ser docente. Desde chiquita he dado clases de música y matemáticas, me ha gustado siempre enseñar. Esa maestría me permitirá ser profesora tanto en colegios como en universidades.

El arte la rodea, Amalia…

Tengo primos escritores, mi tío abuelo era Alberto Aguirre. Mis padres son administradores de empresas, pero son en esencia músicos, lectores. Mi hermana es música. Mi abuela es cantante autodidacta y ha ganado festivales nacionales. Compositora prolífica: boleros, villancicos, de todo. Hemos ido heredando toda esa vida intelectual. Ese ambiente en el que crecí leyendo y con la necesidad de entender el mundo y comprender cómo iba a expresarme en él.

¿Cómo se ha dado su relación con la moda?

En el mundo de la moda no me desenvuelvo en absoluto. No tengo idea de cuál es el diseñador del 2016. Pero sí soy consciente de que la moda nos toca a todos. En una escala personal, el hecho de decidir qué te vas a poner sí tiene implicaciones muy personales, de la manera en que te quieres relacionar con el mundo. En Dress up utilicé la moda como herramienta. No voy a desfiles ni nada de eso, pero pienso que cada persona usa la moda para expresar ciertos ideales, creencias, principios. Ahí sí encuentro que tengo una relación con la moda.

¿Y cómo suele vestirse?

Utilizo muchos tenis, los Converse. Nunca utilizo tacones. Me gustan los colores sólidos y las prendas estructuradas. Le echo cabeza a lo que me pongo. Compro lo que encuentro y que me gusta. Prefiero los diseñadores independientes para acompañar las prendas básicas. Los anillos y las pulseras son mis favoritos, no me gustan tanto los aretes. El bolso sí debe ser grande para cargar todas mis cosas, libreta y libro.

¿Por qué le tocó el pañuelo al cuello al dragón?

Me ha llamado la atención que los dragones chinos en sus fiestas de año nuevo –entre su dureza y su aspereza- se mueven tan ondulantes que resultan vaporosos. Los dragones se mueven tan fácilmente que parecen aire.

¿Y el elefante cómo resultó con sombrilla?

Es mi animal preferido. Son poderosos, pero no pueden saltar. Esa contradicción me produce ternura y fascinación. Es tan grande que nunca se pondría una sombrilla. Su piel arrugada está pidiendo sombra. El arte se presta a innumerables formas de interpretación.

Al sapo le dibujó una chistera.

Encuentro que los sapos tienen cierta elegancia, en sus saltos, en la manera cómo se alimentan (su lengua entra y sale sin ruidos). Se posan en las hojas de loto, que son muy elegantes.

El búho viste accesorios para practicar submarinismo y el caballito de mar usa alas. Sin embargo, ambos lucen como si fuera un ejercicio metafórico para mostrar moda.

El caballito de mar no pesa nada, está hecho como de telarañas. Es una plumita y su forma remite a otro mundo, resulta maravilloso. Si algo pudiera tener, son alas. En el caso del búho, me encontré con problemas. El búho es sabio, con algo de intelectual. Lo opuesto es el océano. El búho nunca entra allá y sin embargo lo veo como un explorador. De manera que le vestí con dos aletas y una careta.

¿Tiene intención de seguir dibujando en relación con la moda?

No lo había pensado. Pero ahora que me demostraste interés como periodista de moda, me hace ver mi trabajo distinto. Creo que quedé con ganas para seguir explorando.

¿Qué moraleja saca entonces de esta experiencia con “Dress up”?

Que soñar y crear es lo más maravilloso que hay. Que lo que yo invento e imagino, algún día puede generar pensamientos, deseos, confusiones y risas en otra persona. Los animales de la serie demuestran que existe siempre un mundo desconocido. Que hay algo más a la hora de enfrentarse a un animal.

 

 

Por Rocío Arias Hofman

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