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Eduardo Galeano, el gran cronista de América Latina

El autor de “Galeano. Apuntes para una biografía” nos cuenta por qué decidió investigar la vida del escritor uruguayo y escribir una biografía.

Fabián Kovacic
15 de junio de 2015 - 02:00 a. m.
Eduardo Galeano, fallecido el pasado 13 de abril en Montevideo. /EFE
Eduardo Galeano, fallecido el pasado 13 de abril en Montevideo. /EFE

Rogelio García Lupo me convocó en octubre de 2013 a trabajar sobre una biografía de su gran amigo, el autor de Las venas abiertas de América Latina. La idea apuntaba a jugar un partido de ida y vuelta entre su vida y la historia latinoamericana del siglo XX, rica en convulsiones sociales, teniendo en cuenta que Galeano era, quizá, uno de los últimos grandes cronistas y testigo de esa América Latina.
 
Terminé mi trabajo el 30 de enero pasado sin que Galeano aceptara una sola entrevista para hablar de su vida y sus amigos me cerraran la puerta en solidaridad con el deseo del gran cacique. Fue mejor de lo esperado porque me centré en sus libros, notas periodísticas y entrevistas previas a la palabra “biografía” que, creo, lo espantaba. Galeano. Apuntes para una biografía busca destacar la trayectoria y la evolución del periodista y del hombre en un tiempo y universo ajetreados.
 
Su ingreso a los catorce años al Partido Socialista uruguayo y a su periódico, El Sol, lo marcó a fuego. Con sólo veinte años saltó a la secretaría de redacción de la mítica revista Marcha, donde fue moldeado por dos plumas sobresalientes: el escritor Juan Carlos Onetti en cuestiones literarias y el economista y sociólogo Carlos Quijano en materia periodística. A los 26 fue el director de Época, el diario financiado por un generoso espectro de fuerzas de izquierda, que para muchos fue la primera matriz del Frente Amplio, hoy en el gobierno de Uruguay. Poco antes había viajado a China y la hoy extinta Unión Soviética para analizar la disputa por la pureza ideológica del socialismo que ambas potencias sostenían en esos años sesenta. Recorrió América Latina, estuvo con el Che Guevara en Cuba y con los guerrilleros guatemaltecos en la sierra, documentando la resistencia contra la tiranía y el laboratorio del futuro Plan Cóndor de las dictaduras sudamericanas que lo expulsarían al exilio en 1976 desde Buenos Aires.
 
Galeano se tomó con pasión la idea de vivir para documentar toda la injusticia que lo rodeaba. Encontraba metáforas para denunciarla donde parecía crecer sólo el silencio. Y en esos años eso era mucho. Su mejor trabajo, Las venas abiertas de América Latina, sigue siendo material de consulta en todo el mundo y no es apenas un panfleto. Dice y documenta lo que pocos se animaron a decir en 1970.
 
Galeano fue un periodista cuya obsesión era trabajar con la palabra hasta convertirla en el medio de vinculación entre humanos con más plasticidad expresiva. Su tarea nacida del periodismo se volcó a la literatura sin dejar nunca de usar las herramientas de aquel oficio. Dio un salto a la literatura a partir de la materia prima que más apreciaba, y que, como decía Gabriel García Márquez, daba más argumentos que la propia ficción: se referían a la realidad cotidiana de América Latina y del mundo.
 
Cuando Galeano decide convertirse en escritor a tiempo completo, a partir del exilio en España, allá por 1977, abandona el trajín de las redacciones y las noticias urgentes para tomarlas bajo una lupa y analizarlas desde otra mirada. Eso es la trilogía Memoria del fuego, concebida como una extensión de Las venas abiertas… y escrita entre España y América Latina. En 1985, a poco de volver del exilio, le reveló al periodista uruguayo Nelson Caula en su programa radial el secreto de su nueva escritura. “No sé cómo ocurre, pero a veces descubro el universo en el botón descosido de una camisa. Y a partir de eso me pongo a narrar”. Eso fue Galeano siempre: encontraba otra mirada sobre un mismo hecho. Nada más. El que se propuso barrer con las aduanas de las palabras para abrir las puertas que separaban los géneros literarios: ensayo, poesía, cuento, ficción, no ficción. Su hipótesis era que la compartimentación de la palabra a partir de etiquetas conspiraba contra su fluida circulación. Y a eso se dedicó para ayudar a la palabra a circular y pasar de las voces autorizadas a los nadies y de los nadies a otros nadies. Nunca buscó premios literarios como, por ejemplo, su colega Mario Vargas Llosa, aunque le llegaron y eso le gustaba a su costado soberbio. Él mismo admitía que era un ser humano, con todos los defectos que implica. Ocurre que muchas veces cuando alguien nos resulta atractivo por cualquier motivo lo convertimos en perfecto, en una operación similar a la de nuestro morbo, que busca lo repulsivo para regodearse. Eso era también Galeano. Y nunca lo ocultó. Sólo pretendió vivir y apostar a la tarea de trabajar con la palabra.
 
Su evolución estética e ideológica guarda una coherencia que pocos pueden enarbolar. Desde Los días siguientes (1962), esa novela de la que no se sentía orgulloso pero que le deparó las miradas del mundillo literario montevideano, hasta Mujeres (2015), su derrotero apunta a una evolución permanente desde la ficción hacia el periodismo, el ensayo y la narración histórica con una mirada poética, en base a ese botón descosido donde se le revelaba el mundo. Tampoco abandonó la coherencia ideológica, nacida al calor de la izquierda de los años sesenta con las revoluciones armadas y el nuevo rol ecologista de los movimientos sociales con su apoyo a los pueblos originarios y los indignados de América y Europa. Por eso nacieron Las palabras andantes (1993), Úselo y tírelo (1994), Bocas del tiempo (2004), Patas arriba, la escuela del mundo al revés (2008), Espejos (2008) y Los hijos de los días (2011), libros donde el texto corto busca concentrar la esencia potente de cada palabra para golpear fuerte en la conciencia de hombres y mujeres.
 
Su capacidad para recorrer y comprender la evolución de la historia latinoamericana lo ubica como el gran cronista del siglo XX, metido de revelar a través de pequeñas metáforas los monumentales acontecimientos y su impacto en los ciudadanos de a pie en nuestro continente.
 
Eso es Galeano. Nada más. Y nada menos.

Por Fabián Kovacic

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