El Magazín Cultural

El amor, la vejez y la memoria

El filme ‘Amor’, protagonizado por los veteranos Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, es la propuesta del austríaco Michael Haneke para abordar la vida desde la condición de la muerte.

Hugo Chaparro Valderrama/ Especial para El Espectador
23 de febrero de 2013 - 05:13 p. m.
Para el director, Michael Haneke, ‘Amor’ no es un relato triste, simplemente es un retrato de la vida.
Para el director, Michael Haneke, ‘Amor’ no es un relato triste, simplemente es un retrato de la vida.

Dos cinemitos franceses, Jean-Louis Trintignant y Emmanuelle Riva, empezaron a construir su futuro en los años 50. Madame Riva, modista y actriz de teatro, debutaría en la pantalla como la ferviente y confusa amante del japonés con el que protagoniza un romance difícil en Hiroshima mon Amour (Resnais, 1958). Monsieur Trintignant, estudiante fugitivo del mundo de los abogados, prefirió el teatro y el cine al mundo gris de las leyes, haciendo el papel de un galán inexperto en una película sobre los milagros, las aventuras y los riesgos del sexo: Y Dios creó a la mujer (Vadim, 1956). Mientras Riva se enfrentaba a los recuerdos siniestros de la bomba atómica en Hiroshima, Trintignant se doblegaba al poder sensual y voraz de Brigitte Bardot, creada por un dios lujurioso.

Sesenta años después, el amor regresa a sus vidas como un regalo de la suerte cuando el director austríaco Michael Haneke trabaja con ellos para que protagonicen a una pareja de ancianos enfrentados a los rigores del cuerpo, la vejez y la memoria en Amor (2012). Un azar bondadoso, “pues todo el mundo sabe que hay muy pocos papeles para actrices viejas”, dijo Emmanuelle Riva en una entrevista. “De hecho, casi ninguno. Así que todo esto es excepcional”.

Una inversión de los términos al culto por la juventud y su belleza implacable, salvándose la vejez de Riva y de Trintignant por el talento y su gracia; por la fortuna de actuar en una historia que narra, con toda sinceridad, lo que sucede en el tiempo sombrío de la enfermedad.

“Sí”, nos confirma Trintignant, “Amor es una felicidad tardía, como tener un bebé a los 80 años de edad”.

Haneke ha recorrido a través de su filmografía el laberinto de la experiencia humana en circunstancias extremas. Sus personajes son radicalmente neuróticos. En la pantalla hemos visto actrices atormentadas por los dilemas de la inmigración en París —Code inconnu (2000)—; pianistas alucinadas que se quieren adueñar del alma o, al menos, del cuerpo de sus estudiantes —La pianista (2001)—; parejas desconcertadas por el espionaje al que los somete un fantasma que se entromete en sus vidas y les envía los videos que ha filmado en secreto sobre su intimidad —Oculto (2005)—; niños sometidos por la crueldad de sus padres cuando Europa estaba al borde de la I Guerra Mundial —La cinta blanca (2009)—.

El mundo según Haneke no es luminoso o feliz, pero es inspirador para que estemos en guardia ante el lado oscuro de la luna, donde los hombres aúllan como lobos sin consuelo. Si Amor confirma la coherencia de las historias que narra el director, también demuestra que es un autor cambiante en sus aspectos formales. Cada trama es una sorpresa visual que se adecúa a la historia. El espacio urbano de Code inconnu y Oculto puede ser tradicional, incluso conservador, pero el exterior contrasta con el espacio interior de los personajes, agobiados por la energía ingobernable de sus emociones. La cinta blanca señala los traumas de una comunidad protestante, viviendo un infierno a principios del siglo XX, con un blanco y negro que evoca el pasado y recuerda al cine mudo de los años 20 en Alemania.

La historia de Amor está narrada como un documental sobre la vejez y su intimidad, potenciada por los recursos de la ficción. Se trata de un relato imaginario basado en fragmentos de la realidad. Destacando la poesía del dolor que intenta comprender la muerte. Cruzando el umbral de los sueños o utilizando metáforas para explicar los dilemas de una condición precaria. A la pareja de Georges (Trintignant) y Anne (Riva), se suma su hija (Isabelle Huppert), parecida a otros hijos que descubren en la vejez de sus padres una prueba de resistencia y una forma de estar con ellos —asumida de manera cariñosa, paciente, irascible, benévola, depresiva o egoísta—, cuando el cuerpo exige otro ritmo y una mayor tolerancia; cuando el presente y su decadencia anulan de una manera salvaje al pasado y a su plenitud.

Trintignant cumplió 82 años de edad el pasado 11 de diciembre; Riva cumplirá 86 años de edad el próximo 24 de febrero, la noche de los Premios Óscar, a los que está nominada como mejor actriz. Actuar en Amor podría considerarse un reto —dramático y biográfico— para dos actores que tienen la misma edad de sus personajes y saben por su experiencia de qué se trata la historia. También Haneke, con 70 años de edad, es alguien cercano a la vejez y a su sabiduría.

“Necesitamos la suma de nuestras experiencias y de nuestras vidas para interpretar a estos personajes”, dice Jean-Louis Trintignant desde París. “Recuerdo una frase de Jacques Prévert, tomada del espectáculo que hago ahora en el teatro: ‘Sólo se habla de las cosas felices. No vale la pena hablar de la pena’. Es cierto. Con el tiempo nos olvidamos de las cosas tristes y recordamos mucho mejor la felicidad”.

El rostro de Trintignant, que le dio su imagen a una historia sentimental de los años 60, Un hombre y una mujer (Lelouch, 1966) —revivida para la nostalgia en Un hombre y una mujer, veinte años después (Lelouch, 1986)—, se ve forjado en Amor por una larga cronología; envejecido con la dignidad de un hombre que enfrenta al gran monstruo: la muerte que asedia mientras cuida a su mujer. Un papel exigente para un actor talentoso, que pudo comprender con Haneke la diferencia entre la tristeza y la sensatez ante lo inevitable.

“Cuando leí el guión me pareció muy hermoso”, dice Trintignant. “Pero también muy triste. Entonces me pregunté por qué tenía que hacer algo triste. Haneke me dijo: ‘No es triste: es la vida’. Y a pesar de que estaba agradecido con él, le aseguré que no vería la película. No fue así. ¡La he visto seis veces y espero verla más veces ya que descubro otras cosas y me hace muy feliz! Haneke tenía razón: aunque la historia sea triste, la película no lo es. Creo que el espectador no saldrá agobiado de la proyección”.

El ritmo de un rodaje fragmenta las emociones que luego, con la edición, se organizan de una manera precisa en el transcurso de la historia que vemos en la pantalla. Haneke decidió rodar la película en orden. Trintignant y Riva plasmaron así el deterioro que sufren sus personajes de manera progresiva, plasmando el ritmo de la vida que tanto le interesa a Haneke como experiencia dramática.

“La película se rodó en estudio”, dice Trintignant. “La rodamos en orden cronológico. Algo que no ocurre nunca en el cine. Por lo general se filma la primera escena, la octava, la novena, la décima, la escena número 120, en un mismo escenario. Con Amor tuvimos una ventaja enorme y creo que el éxito de la película se debe en parte a esto, a que la hicimos de una manera más teatral que cinematográfica”.

En el “teatro” de su apartamento, Georges y Anne comparten la serenidad, los privilegios y los demonios de la vejez. Haneke los expresa con pesadillas que manifiestan el miedo; con insomnios silenciosos donde algo tan sencillo como respirar es una garantía de la vida; con palomas que entran al apartamento sorprendiendo a la pareja y, quizás, revelándoles la liviandad del ave, su vida difícil de atrapar, una variable poética que cada espectador verá con matices diferentes. Tanto así que Haneke y Trintignant lo comprendieron de una manera distinta.

“¿Por qué la paloma?”, le preguntó Trintignant a Haneke. “¿Por qué no?”, le respondió el director. “Pero, ¿qué representa?”, insistió el actor. “Lo que uno quiera”, agregó Haneke. “Se puede interpretar como uno quiera”.

“Estuve de acuerdo”, continúa Trintignant. “Es interesante que no se impongan las cosas; que se muestre algo, pero que no se resuelva. En la película hay varias ‘zonas oscuras’. Por ejemplo, las imágenes de las pinturas que hay en el apartamento. Haneke me había dicho que luego de una escena terrible, en la que Georges le da una bofetada a Anne, ‘necesitábamos salir, borrar el decorado, filmar los cuadros como una forma de salir sin abandonar el apartamento’. Así que hay muchas zonas oscuras en la película, igual que en la poesía. No creo que tengamos que justificarlo todo. Hay que proponerle cosas a la imaginación del espectador”.

¿Como el amor?

“El amor es una forma de maravillarse”, dice Trintignant. “También la poesía. Hacen que nuestra vida evolucione. Y cada amor, aunque sea efímero, es importante. Estamos hechos de una suma de amores y son lo más importante e interesante de nuestras vidas. En el caso de la película, se trata de un amor que dura desde hace mucho, un amor único, que ocupa una vida entera. Algo muy bello, de lo que se habla muy poco y es necesario decirlo”.

Amor se inicia como una trama policíaca: los bomberos y la policía entran al apartamento donde encuentran el cadáver de Anne y tienen que resolver el misterio. El mundo invade la intimidad de un amor y el espectador asiste a los hechos que antecedieron la muerte, con su devoción, su angustia, su miedo o con la paciencia que decide los últimos días de una relación felizmente prolongada en el tiempo. En un lugar solitario donde todo se detiene. Donde los sacrificios no existen. Mucho más cuando se llega a la última estación del viaje. Cuando Georges decide que Anne muera dignamente y no en la miseria clínica de un hospital.

“Por eso la película se llama Amor”, dice Trintignant. “Porque no hay crímenes sino actos de amor. Porque la muerte es tranquila a pesar del dolor. Sin que Georges lo hubiera planeado. Esperando un momento en el que Anne estuviera bien. Calmada, feliz, tranquila”.

El cine tiene una potencia singular para permanecer en la memoria. Los recuerdos que tenemos de la pantalla son tan vivos como los que tiene Anne cuando ve los álbumes de fotografía, repasa su tiempo con Georges a través de las imágenes y dice que la vida es “larga y hermosa”. ¿Qué recuerdo dejó Amor en Trintignant?

“Me gusta mucho la escena en la que Anne ve las fotos. Al fin y al cabo, el cine es una suma de fragmentos de vida que pueden ser muy bellos. A nuestra edad, Emmanuelle y yo tuvimos mucha suerte. Fuimos muy afortunados. ¡Desde que nos encontramos con Haneke y con la productora en un restaurante! Todo fue muy natural. En seguida nos dijimos que era increíblemente fácil estar juntos. Por eso, en la película, todo es tan verosímil”.

¿Los espectadores de Amor tendrán en usted y en Madame Riva una referencia para comprender la vejez?

“Para mí es una película muy importante”, concluye Trintignant. “Tiene razón”.

Una película inspiradora, con el don de influir en la vida para comprender, con su lirismo y su melancolía, la condición de la muerte.

Por Hugo Chaparro Valderrama/ Especial para El Espectador

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