El Magazín Cultural
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El arte empoderado en la obra de teatro "Las listas"

Un mundo poblado por artistas, una utopía sin arte cuya única esperanza está en las manos de un campesino y que no se aleja del contexto actual colombiano. La obra escrita por el argentino J.D. Wallovits se presenta hasta el 3 de septiembre en el Espacio Odeón.

Sandra Fernández
30 de agosto de 2016 - 03:05 a. m.
“Las listas”, escrita por el argentino J.D. Wallovits, se presenta hasta el 3 de septiembre en el Espacio Odeón. / Cortesía
“Las listas”, escrita por el argentino J.D. Wallovits, se presenta hasta el 3 de septiembre en el Espacio Odeón. / Cortesía

El sol no es como lo pintan y para poseer suerte no se necesita romperse una pierna. Las artes hacen renacer la oportunidad de libertad que queda en un costal de arroz: entre tantos granos para alimentar la panza se encuentra quien nos alimenta el alma y la posibilidad de imaginar que es posible un cambio y una transformación en la sociedad. Es por eso que en tiempos modernos el agricultor le canta a la montaña, el ingeniero inventa una escultura artística, el panadero moldea las mejores palabras para recitar el más ingenioso de los poemas. Pero ¿qué pasaría si finalmente el arte se empoderara y fuera capaz de desechar las demás actividades que son fundamentales para el ser humano?

Esta idea la plantea el guionista y director de teatro argentino J.D. Wallovits con su obra Las listas, creada en el 2010, una historia en la que se pinta un mundo gobernado por los artistas, una utopía hecha de música, arte, literatura y teatro, en la que finalmente contarán con la relevancia necesaria para empoderarse de los hostiles y corruptos. Un lugar en el que cada esquina se adorna de expresiones artísticas en vez de un ladrón que aguarda para cazar a su presa.

¿Qué tal si este mundo utópico de Wallovits se imaginara en el contexto colombiano? ¿Podríamos por lo menos imaginarlo? O quienes consideran que el arte no tiene ninguna relevancia en medio del caos y de palabras que prometen un futuro de bienestar, los mismos que encabezan las listas colombianas, ¿probablemente harían hasta lo imposible porque aquello no sucediera?

El tema sale a relucir porque por estos días, y hasta el 3 de septiembre, Las listas se presenta en el Espacio Odeón de Bogotá, protagonizada por Nicolás Montero, Jhon Álex Toro y Hernán Cabiativa, actores que encarnan personajes no muy lejanos de la realidad e interpretan una historia en la cual dos artistas al borde de la locura y devorando arte que ya no lo es se encuentran con el último campesino, y este labrador se convierte en su única esperanza. La comida en un mundo en el que solamente los artistas trabajan para el arte se convierte en la gran obsesión de muchos, haciendo que esta obra dramática y con humor sea una fantasía para los artistas, una que, sin embargo, se torna oscura y trágica.

El hambre y la carencia de implementos que mantienen físicamente en pie al ser humano serían las consecuencias de una sociedad dedicada al arte, sin ninguna otra tarea diferente a la cual dedicarse. Sería un mundo de caos y prácticamente destruido, artistas con la cabeza perdida y sin ánimos de gastar energía terminarían por acabar con ese mundo utópico, convirtiéndolo en uno con artistas sin arte.

Wallovits afirma que creó esta ingeniosa obra a raíz de la consecuente situación en ciudades como Buenos Aires, donde todos en algún momento tienen un proyecto artístico que llevar adelante. Panaderos, campesinos o carniceros no serían profesiones suficientes para que el ser humano se sienta bien consigo mismo, por lo que recurriría a las artes. Luego llevó esta idea a cierto extremo, pero dejando también entredicho que el arte actualmente se convierte en una labor relevante, capaz de nombrar lo innombrable, retejer sociedades víctimas de malas decisiones, proponer puntos de reflexión y traer de nuevo hipótesis y teorías para contribuir a la transformación social que pide a gritos el mundo.

En este sentido, si Colombia sufriese de tal sueño realizado, en el que sólo artistas poblaran este pequeño y rico territorio, sólo la suposición sería lo realmente posible. Actualmente, los reconocimientos que instituciones como Idartes o el Ministerio de Cultura les otorgan a los artistas no son suficientes. A pesar de proponer alrededor de 93 incentivos, entre los que se encuentran residencias artísticas, becas, reconocimientos, premios y pasantías, las condiciones en la que se ven los artistas por conseguir tan anhelados estímulos se convierten en una catástrofe por tener que lidiar con personajes con una amplia experiencia y reconocimiento en el ámbito artístico, siendo pocos los artistas emergentes que salen a flote con dichas distinciones.

El hecho más reciente que comprueba la poca atención a las artes en Colombia es el ocurrido en la Universidad Nacional de la ciudad de Bogotá, en donde el edificio de la Facultad de Bellas Artes se está desplomando poco a poco. Los directivos de la institución se vieron obligados a no aceptar más estudiantes de artes plásticas para el año 2017. A causa de lo sucedido, los estudiantes realizan campañas a través de redes sociales o a través del arte para visibilizar la problemática, con el fin de que el Estado reaccione al respecto.

Si este fuera un mundo como el planteado en la obra teatral Las listas, ciertas líneas y discursos no se alejarían del presente. El carente apoyo a los artistas los ha llevado no solamente a sufrir ciertos desconciertos por las necesidades básicas, sino que también ha dado pie para que el arte cobre otro sentido. Asimismo, como lo expone Wallovits, “la figura de artista como figura social” es capaz de crear conciencia y reestructurar este mundo dañado que ignora los actos humanos que merecen toda la atención. A través del arte, los hechos cobran validez, hay esperanza en medio del ingenio del músico, el escritor o el artista plástico. Aquí también existe un campesino que quiere ser poeta, un escritor bloqueado por las necesidades básicas y un performer con los ojos muy abiertos esperando que el último campesino que queda le traiga algo de comida.

Por Sandra Fernández

 

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