El Magazín Cultural
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El cielo contra la poesía de León de Greiff

Defensa apasionada de la poesía y diatriba contra San Pedro por impedir que los amantes de la misma la disfruten en Antioquia.

Óscar Domínguez G.
17 de marzo de 2014 - 05:02 p. m.

Confirmado: san Pedro y toda la corte celestial detestan la poesía: El pluviométrico Pedro desgajó pluscuamperfecto, insólito, híspido, ríspido, jurásico aguacero, cuando estaban de por medio los poetas León Greiff Haeusler, Jaime Jaramillo Escobar y Darío Jaramillo Agudelo. Va la suegra para el pescador Pedro, así la haya curado Jesús de una fiebre a cuarenta.

¿Lugar? Sí lo sé y si lo digo: La torre de la Memoria, de la Biblioteca Pública Piloto, de Medellín, con directora a bordo, Gloria Inés Palomino, paisana riosuceña de esa carcajada convertida en Otto Morales Beníntez. Como había buses a todos los barrios, se esperaba lleno hasta las banderas. Al fin y al cabo se trataba de la presentación en sociedad maicera de la Antología del panida De Greiff, preparada por ese lector insigne llamado Darío Jaramillo Agudelo. Editaron el Fondo de Cultura Económica y Pre-textos. 65 mil pesitos vale el libro.

Beremundo puso sus poemas; el prolífico publicista-poeta Jaime Jaramillo, tallerista de la Piloto desde 1985, quien jugaba de local, hizo la fugaz presentación del antologista Darío; el "monópodo" autor del verso más bello parido en Locombia (“ese otro que también me habita, acaso propietario…”) hizo la presentación de una antología del “perezoso” León que se pasó toda la vida trabajando. “La Pereza agiliza, apresta, aguza… Pereza… ¡oh palafrén que yo cabalgo”.

Qué perezoso va a ser un enamorado que levanta a mano, con letra pegada de monje benedictino, su antología Álbum para Matilde, con sus "disparates" copiados para Matilde Bernal Nicholls, la niña Mata, su esposa, de quien bien pudo decir: “Esa mujer es una urna, llena de místico perfume”.

La nueva antología de Darío Jaramillo, paisano y colega de Barba Jacab y de Rogelio Echavarría, cuenta con el nihil obstat del discreto Hjalmar de Greiff, hijo de León.

Hjalmar aportó el texto depurado, purificado, despojado de tildes y otros signos ortográficos insólitos que le ponía papá León quien “jugó con Philidor a los escaques; en escaques soy ducho y en las damas un hacha”.

Y dele con el aguacero que habría hecho la boca agua al bíblico Noe. El prologuista Jaramillo apareció con paraguas, claro. Cuando se le cayó en momentos en que evocaba al portugués Fernando Pessoa, dijo: “Es el fantasma de Pessoa”. Pues no era de Pessoa, sino del cantor de Aranjuez, Luis Ovidio Ramírez, pupilo aventajado del taller de Jaramillo Escobar.

La abundancia de H2O se tiró la velada. En todo caso, pobres los que no asistieron porque había una especie de pacífica confrontación máscara contra máscara entre dos Jaramillos del gajo de arriba de las letras.

En sus mocedades, Darío, exgerente cultural del Banco de la República, imitaba a León de Greiff su “epilogado” de hoy: “trataba de inventar mis propias palabras, mis propios stepanskys en unos poemas de un cuaderno que guardaba celosamente y que he perdido”.

El diluvio de aquel jueves fecha de cumpleaños de García Márquez, quien bebió de las lecciones de De Greiff en el café Automático, hizo que el quórum fuera parlamentario, paupérrimo.

Cuenta Don Gabo en “Vivir para contarla”, que “siempre me las arreglé para que los meseros me ubicaran lo más cerca posible del maestro León de Greiff –barbudo, gruñón, encantador- que empezaba su tertulia al atardecer con algunos de los escritores más famosos, y terminaba a la medianoche ahogado en alcoholes de mala muerte con sus alumnos de ajedrez”.

Para Jaime Jaramillo, quien está en el nadaísmo desde antes de su fundación por su amigo Gonzalorango, hacer poesía es fácil. Y presentar a su colega y “pariente” más pilao aún. Gastó poca saliva. Presentó a su colega en menos que León hacía un poema (“Esta rosa fue testigo, de ese, que si amor no fue, ningún otro amor sería”). Y nos dejó con Jaramillo Agudelo, el hijo del pragmático don Alfonso quien “obligó” a su vástago a estudiar una profesión (derecho-economía en la Javeriana) que le permitiera comer porque en Colombia, según decía, el que escribe para comer, ni come ni escribe. Don Alfonso le inoculó a su hijo único el virus de la lectura.

Lo cuenta Darío en su “Historia de una pasión”, también editada por Pre-textos, la misma de la antología. Su breve “historia” es un sustantivo libro en busca de lectores. Como dicen las reinas de belleza, revela muchos tips sobre el oficio de palabrotraficante.

En ese libro, casualmente, el hincha sin remedio del Independiente Medellín, cuenta que con su colega Jaime Jaramillo, su vecino de aquella noche pasada por agua, se comprometieron alguna vez a sacar una revista que llamarían “Poesía y cartas”. El tema de la publicación estaba dado en el título. Pues bien, la revista nunca circuló. A menos que después del aguacero obsceno de hace unos días, hayan retomado la vieja idea.

Jaramillo, (28 de julio de 1947), el de Santa Rosa, soltó el rollo del libro que tiene epílogo. Prólogo no, porque Jaime, el de Pueblirrico, (1932), publicista para poder comer, argumenta que la poesía no necesita prologuistas. Lo que no fue óbice para que prologara una antología poética de uno de los asistentes al acto, Verano Brisas, el de cejas mefistófelicas, como los bigotes de Dalí.

En ese prólogo, Jaime, tal vez el único poeta en el mundo del que no despotrican sus colegas, hablando ex cátedra, sentó esta jurisprudencia: “Nada más escaso que la buena poesía. No es para todos. Se necesita tener ángel. El ángel también es escaso”. Pero no hablemos de Brisas porque nos desvela Leo Legris.

Al final, Jaime habló casi que a regañadientes. Pero se fue cogiendo confianza. Entonces nos habló de las veces que estuvo con León en Bogotá cuando preparaba su Libro de relatos para una empresa de empaques. X-504 mejoró su currículo con invitaciones al apartamento que le hizo del cantor de Bolombolo, “país exótico y no nada utópico en absoluto, enjalbegado de trópicos hasta donde no más”.

En esas visitas le tocó un espectáculo único: ver al hermano del musical Otto, padre de Astrid, Boris, Hjalmar y Axel, gateando en busca de algún libro perdido, porque no ponía los libros en los estantes, como mandan los carpinteros, sino apilados en el suelo.

Y soltó una chiva: Enrique Sánchez, dueño del Café Automatico que frecuentaban De Greiff y compañía, se lo encontró en una madrugada en pleno parque Santander, de Bogotá. Cuando Sánchez lo identifico se le arrodillo, supone uno que en señal de admiración por sus poemas.

En reciprocidad por sus ficciones, se empeñó en entregarle las llaves del Automático, del que pretendía hacerlo dueño. Jaramillo finalmente se sacudió del asedio y logró regresar sano, salvo y pobre a su base. Lo que no sabe Jaime es que esas llaves eran falsas.

Me lo dijo en secreto de confesión otro poeta de cuyo nombre sí no me voy acordar: “Enrique fue el humorista más grande que yo conocí dentro de mis posibilidades para aprehender lo cómico. Si hasta Borges se acordaba de él en su ceguera. Uno terminaba con los músculos del abdomen masacrados después de hablar con Enrique diez minutos. Era una ametralladora de chistes malos y buenos. Pero solo quería decirte que las llaves eran las falsas…”.

Repito: Callo su nombre, pero su primer apellido es Escobar, el segundo tiene que ver con la entrada a la casa. Está celebrando sus primeros 70 años. Feliciten al septuagenario. Jaramillo presentó su último libro "en el mismo lugar y con distinta gente".

Con la intervención del diminuto traductor de Geraldino Brasil, terminó la velada. Darío, convertido en Max Enríquez, anuncio que había dejado de llover. La concurrencia tomó el camino de regreso a casita, recitando de León, su pornográfica Rosa de Bolombolo, la de lengua sansebastianizada: “Oh, mármol móvil en la móvil hamaca”.

El tributo de Darío Jaramillo al poeta que imitó en su juventud había terminado. El mínimo quórum se disolvió pacíficamente, informó la policía, mientras el hincha del DIM recitaba por dentro: “Señora la lluvia tejía en su clave una canzonetta que yo se la oía”.
 

Por Óscar Domínguez G.

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