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En el cine es mejor correr riesgos

El Festival de Cine Independiente de Bogotá trajo entre sus cien películas “Lovesong”, una cinta dirigida por la koreana So Yong Kim que muestra los resultados positivos de atreverse a la hora de contar historias.

Camila Builes
19 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
“Lovesong” está en cartelera durante los 10 días de IndieBo. / Cortesía
“Lovesong” está en cartelera durante los 10 días de IndieBo. / Cortesía

A So Yong Kim no le gusta hablar en público. La directora de cine nacida en Busan (Corea del Sur) se fue a Los Ángeles cuando tenía nueve años y en la primera temporada en el colegio estadounidense la condenaron al silencio. No entendía mucho inglés y su personalidad introvertida la mantuvo alejada de grupos de amigos populares; no le gustaban las presentaciones, ni estar mucho tiempo frente a la mirada de la gente. Se mantuvo al margen de todo, detrás. Cuando comenzó a hacer cine, las cosas no cambiaron mucho. Sus películas reflejan un carácter diáfano, silencioso, sobre todo.

Los largometrajes de So Yong Kim (In Between Days, 2006; Chinatown Film Project, 2009; Treeless Mountain, 2009; Correspondencia: Fernando Eimbcke, 2011; For Ellen, 2011; A Sense of Home, 2012, y Lovesong, 2016) se caracterizan por mantener un ambiente melancólico y simple. Los dramas familiares y las relaciones interpersonales son los temas principales de sus cintas. Pone a sus personajes al filo de la nostalgia y la tristeza, sin mucho movimiento. Contenidos hasta el límite. “Yo no me veo haciendo películas de grandes proporciones, porque no creo que sea algo que pueda hacer. Acabo de encontrar algún tipo de honestidad en lo que hago. Tiene que venir de la experiencia personal y trato de relacionar eso con el público”, dijo Yong Kim en una entrevista.

Su última película, Lovesong, sigue atada a esas premisas. El filme, que se presentó en Colombia en el marco del Festival de Cine Independiente de Bogotá (IndieBo), narra la historia de Sarah y Mindy, dos mejores amigas que se encuentran luego de que la primera, interpretada por Riley Keough, siente que no puede continuar con un matrimonio a distancia, además de estar a punto de colapsar por el cuidado de su hija de tres años, Jessie.

La historia se desarrolla en un viaje. Pero no un viaje de grandes proporciones: un recorrido por una feria estatal, simples movimientos dentro del mismo estado que Mindy, interpretada por Jena Malone, convence a Sarah de hacer. El encuentro de las dos amigas propicia enamoramiento. Sin embargo, Mindy decide irse y olvidar a Sarah. Yong Kim añade un elemento temporal a su narración. Luego de tres años se reencuentran en la boda de Mindy. Jessie (hija de So Yong Kim y el cineasta Bradley Rust Gray) y Sarah viajan al matrimonio que se opaca por los sentimientos del pasado.

“Yo estaba luchando con un proyecto llamado Setenta, alrededor de una matriarca mayor. Lo tuve que poner a un lado porque no estaba funcionando. Empecé a pensar en otro personaje: una madre joven que está sola y que vive aislada. Mientras la idea tomaba forma, Jena Malone nos invitó a ver la presentación de su banda The Shoe, en Nueva York. Después del concierto, y en un impulso, le pregunté si estaría interesada en trabajar en este proyecto que había estado escribiendo. Ella dijo que sí. Ese fue el momento de solidificar la película que sería sobre una joven madre que vive en aislamiento y su mejor amiga que viene de visita”.

Las actuaciones son impecables. La naturalidad de las acciones de ambas actrices es destacable. Cada movimiento, cada gesto es preciso y justo con el ritmo de las escenas. Como siempre: menos es más. La historia abordada por Hollywood habría sido un fiasco. Si en vez de dos mujeres que se enamoran, luego de no verse durante años, hubiera sido un hombre y una mujer sería un drama típico. Por esto, el cambio de roles y la integración de historias homosexuales en el cine es un punto a favor. No hay excentricidad en la forma de presentar los sentimientos, uno de los elementos más importantes.

El tiempo en la narración es trascendental. Las dos partes de la historia parecen escritas de manera distinta. “En un sentido, la primera parte de Lovesong era más estilo documental. Algunas escenas fueron escritas para que los personajes no tuvieran diálogo. Jena y Riley estaban muy bien en los momentos de improvisación y crearon una historia conjunta sobre la marcha. La segunda parte de la película fue escrita de manera más formal. Se trataba de un molde más grande, había más dinero de por medio, o sea, era mucho más apretado el horario.

La película siempre cambia en la edición. Por lo general, cortamos todas las escenas de manera metódica, recibiendo cada una para trabajarla por su propia cuenta. Esto lleva meses, y luego hacer nuestro primer conjunto. No puede haber grandes cambios de emociones y secuencias de acciones. Es como si la edición fuera un hacha en este punto. Una vez establecidos los grandes movimientos, entramos en la fase de puesta a punto. Por ejemplo, como parte de la secuencia inicial de la película, tuvimos un momento en que Sarah mira por la ventana y grita. Sin embargo, en la edición hemos querido hacer hincapié en la sensación de pérdida de Sarah después de que su amiga Mindy se va. Así que cambiamos esta escena por una secuencia de cierre. Se combina con una foto de nuestra hija (Jessie) que come un melocotón, que no estaba en el guion.

El tiempo que pasa en la película son tres años, que en la vida real también se dejaron pasar. Fijamos tres años porque le dan una cierta distancia a la relación de los personajes. Pero también se fijaron tres años de diferencia porque pudimos mostrar a nuestra hija mayor para hacer el papel desempeñado por su hermana menor en la primera parte”.

Lovesong es una película lenta pero no aburrida. Clara y, aunque tiene un final abierto, conclusiva. La verdad es que con la mayoría de cine independiente no hay miedo a perder. Aunque puede haber historias predecibles, las formas de narrar siempre son atrevidas y eso lo es todo: el riesgo.

Por Camila Builes

 

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