El Magazín Cultural

El cucuteño que cambia vidas con voces

Cuando Vladimir Rueda tenía cuatro años estudiaba bandola, pero entró a un salón, vio un piano, escuchó sus notas y se enamoró. Ahí comenzó la historia musical de un ingeniero que vive entre los sistemas, las voces y el piano.

REDACCIÓN CULTURA
20 de julio de 2017 - 02:25 p. m.
Vladimir Rueda es docente de música, estudiante de maestría en ingeniería de sistemas y director de coro. / Luis Benavides
Vladimir Rueda es docente de música, estudiante de maestría en ingeniería de sistemas y director de coro. / Luis Benavides

Una bandola. Un triple… Llegó el piano. Familia de músicos, un papá saxofonista que le dio un piano de cola, pero de juguete, cuando tenía cuatro años, con el que nació el amor que quiere transmitir a sus dos hijos. Vladimir Rueda, cucuteño, soñador –como le dicen los más cercanos a él–, director de coro, músico, profesor; papá y esposo, enamorado de la música, entregado al piano y a su canción.

Estudió órgano en Venezuela, ingeniería de sistemas en Cúcuta y viajó a Medellín en 2001 a seguir su vocación: estudiar música como carrera profesional. Cuando salió del colegio le dijo a su papá que quería ser artista, pero él no aceptó, lo llevó a ver los tríos y cuarteros que esperaban en la calle por alguien que los contratara para tocar en fiestas, muchos de ellos alcohólicos, y le dijo: “Haga música, pero estudie una carrera de verdad”.

Le hizo caso: estudió las dos.

Ya siendo ingeniero, en 2001, viajó a Medellín para estudiar música en la Universidad de Antioquia. Bethlemitas, un colegio católico, le dio su primer trabajo en la ciudad como jurado de un Festival de la Canción y director de un coro, lo que le gusta, porque siempre ha estado rodeado de voces. Cantó en bautizos, eucaristías y matrimonios, dirigió grupos, ganó festivales. Se convirtió en el músico que siempre soñó y el ingeniero para el que se preparó.

Sandra Moore, amiga suya y cantante, fue la aliada perfecta para encontrar lo que siempre buscó: sentirse completo, haciendo música que llegue al corazón y subsistir de eso. Comenzaron una aventura llamada Soul Góspel Medellín en abril de 2015 y con sólo dos años de haber creado el coro viajaron a Polonia a su primer festival.

Eran 27 integrantes y necesitaban $170 millones para viajar, hicieron rifas, conciertos, vendieron cosas, pidieron ayuda a la Alcaldía de Medellín y reunieron el dinero en nueve semanas y media. Cantaron Aleluya, He's got the whole world in his hands y This little light of mine; Amancé, Pescador y un mosaico propio de bullerengues. Ganaron.

En el góspel hay que cantar con pasión. “Hay magia cuando lo que canta el coro llega al público y cambia vidas, pero lo que pasa entre nosotros cuando cantamos se llama Dios. Cuando lo que haces te gusta tanto conmueves los corazones de las personas que lo escuchan”.

Tantos alumnos, niños y niñas, han pasado por sus notas que Vladimir Rueda une vidas con la música y cambia vidas con las voces. Las voces que lo rodearon desde pequeño, el piano que lo enamoró a los cuatro años, sumado a la carrera que eligió gracias a su papá.

Ingeniero o músico, “no sé qué seré cuando sea grande”.

Por REDACCIÓN CULTURA

 

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