Según cifras de la Unidad de Víctimas, en Colombia se tiene registro de 8.230.860 personas que han sufrido desplazamiento forzado, amenazas, homicidios, desaparición forzada y otras formas de violencia; sin contar aquellas que no han sido reconocidas como tales.
Estas cifras son millones de cuerpos que cuentan millones de historias.
El pasado 8 de noviembre, en el marco del Festival de Danza de Bogotá, el Museo Nacional de Memoria Histórica presentó la charla Cuerpo y conflicto, moderada por Santiago Rivas, en la que se conversó sobre la relación entre el conflicto armado y la danza. “El relato de nosotros mismos está en nuestra piel, en la manera como, corporalmente, nos relacionamos con el mundo”, comenzó afirmando la bailarina y docente Ana Ávila. Su idea le llevó a recordar al historiador Raúl Parra un acontecimiento del que fue testigo: “Estaba en el centro de Bogotá cuando estalló una bomba. Yo sentí que el tiempo se hizo más lento, que las personas empezaron a caminar de otra forma”. Entonces, ¿cómo se habrán moldeado el cuerpo y los sentires de quienes viven en el campo, donde los bombardeos y la guerra fueron pan de cada día?
En un lugar atravesado por el conflicto como los Montes de María, la danza es casi que una paradoja. Ávila ha compartido con sus habitantes y comenta: “Allí, las personas siguen bailando porque, si no, dicen que se mueren. Yo creo que en este lugar la danza sirve para olvidar y recordar”. Los invitados estuvieron de acuerdo en que el conflicto ha permeado, tanto el cuerpo de quienes lo viven, como el relato del mismo. “Detrás de un movimiento corporal hay una historia de vida”, agregó José Luis Tahua, docente en danza.
“¿Donde hay danza? Esta es la pregunta que deberíamos hacernos”, afirmó la maestra y bailarina argentina Cuca Taburelli. La danza vive entre las demás artes, pero también puede hacerlo fuera de ellas. Así como hay danza en el teatro, existe fuera del escenario.