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Lo que el dinero no puede comprar

El profesor de Harvard, Michael Sandel, argumenta en esta obra que la lógica económica ha ocupado esferas de la vida que no debiera ocupar.

Juan David Torres Duarte
30 de enero de 2014 - 05:30 p. m.
Michael Sandel es también autor de ‘El liberalismo y los límites de la justicia’ (2000).
Michael Sandel es también autor de ‘El liberalismo y los límites de la justicia’ (2000).


La economía, ese nuevo dios. Más allá que un simple sistema, la economía se ha convertido en los últimos cincuenta años en una forma de expresión social. Desde el principio de 'Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del mercado', Michael Sandel —profesor, escritor, filósofo— tiene clara esa afirmación: ya no somos una economía de mercado, sino una sociedad de mercado. Ya no valoramos en un sentido moral; valoramos en un sentido económico.

Los utilitaristas no debieran asustarse con esa afirmación: en efecto, ciertos productos de nuestra inmensa oferta sí hacen parte de esa lógica de cambio. Usted compra una bolsa de leche y paga por ella. Sencillo. Pero Sandel va más allá de ese mero intercambio. ¿Hay aspectos de la vida que no pueden ser equiparados a una bolsa de leche o una taza de té en un restaurante exclusivo? Si existen, ¿cómo los valoramos y qué medida moral sostenemos frente a ellos? ¿Por qué la economía, la oferta y la demanda, el mejor postor, han ingresado en planos de la vida que no debieran?

Michael Sandel nació en Minneapolis en 1953 y ha publicado obras como 'El liberalismo y los límites de la justicia' (2000), 'Contra la perfección' (2007) y 'Justicia. ¿Hacemos lo que debemos?' (2011). En sus obras, Sandel ha puesto en duda los presupuestos de la sociedad, de sus sistemas judiciales y de las fronteras de los sistemas que nos rodean. En este nuevo libro, el autor se caracteriza por una extensa investigación —que cuenta con miles de ejemplos verídicos— y por una singular manera de anudar sus argumentos y crear nuevas perspectivas sobre asuntos que parecen ya definidos.

Su objeto es, sobre todo, abrir el debate. Sandel no da premisas definitivas, ni busca cambiar el paradigma económico. Sólo desea, como cualquier buen ensayo, confrontar los puntos de vista económicos y morales sobre tendencias específicas de nuestra sociedad: desde una esfera cotidiana (las filas en los bancos, los parques de diversiones, los regalos de Navidad) hasta una esfera más amplia y colectiva (el medio ambiente, los derechos reproductivos, la educación y la salud).

De ese modo, el esquema de Sandel opera con abundantes ejemplos. Cuenta, entre otras cosas, que existe una empresa en EE.UU. dedicada a escribir discursos para cumpleaños y brindis por US$149. ¿En qué sentido es favorable a la economía, pero no a la moral, a la amistad, a las relaciones personales? ¿Es posible comprar la sinceridad y el afecto? Sandel se hace dichas preguntas porque se ha dado cuenta de que muchas actividades cotidianas que antes estaban por fuera de la lógica económica, ahora están imbuidas en ella y nosotros no nos damos cuenta. Sabia y potente, la economía se ha camuflado en nuestras costumbres. Existen empresas que pagan a indigentes y desocupados por hacer la fila en el Congreso de EE.UU. por US$20 la hora, para que otros más adinerados ocupen los puestos después. ¿Tendría algo de malo? No cualquiera tendría el dinero para pagar a otro por hacer fila en el Congreso, de modo que la entrada a ese lugar —que es público— sería exclusiva de ciertas personas.

Entonces la economía, al entrar en esferas que no debiera, corrompe el valor esencial de dichos objetos. ¿Por qué, por ejemplo, la gente prefiere dar regalos en Navidad a entregar dinero? Porque existe una comprensión distinta del objeto; entregar un regalo no es sólo entregar un objeto, sino una connotación, un símbolo. El dinero corrompería esa esfera esencial, que hace parte de la tradición. En últimas, esa limitación moral de la economía demuestra que no todo puede ser convertido en mercancía. "La razón de que el acto de regalar no siempre sea un abandono irracional de la maximización eficiente de la utilidad es que los regalos no tienen que ver sólo con la utilidad —escribe—. (…) Monetizar todas las formas de regalar entre amigos puede corromper la amistad porque deja que la invadan normas utilitarias".

Sin embargo, en parte, el mundo se ha corrompido. La apreciación de Sandel no es una mera queja moral: corromper significa deformar, perder una esencia original, "valorar falsamente" un objeto. Sandel no se molesta por ello; más bien, busca entenderlo. ¿Por qué sí alquilamos un vientre en India y por qué no vendemos a los niños? Entre esas dos esferas, Sandel encuentra que la economía es un sistema que pone precio a los objetos sin juzgarlos (aunque esa afirmación sea, en cierto porcentaje, una falacia).

La economía actual sostiene que el mejor postor, quien más dinero ofrezca por un objeto, es quien mejor lo valora. No obstante, es muy posible que un historiador del arte aprecie con más tino una obra de Picasso que un mero coleccionista que posee el valor adquisitivo para comprarla. Es también posible —y es uno de los ejemplos de Sandel— que, en un partido de béisbol, uno de los aficionados que está en los puestos más alejados sepa más sobre el juego que un multimillonario sentado en el palco.

Dar más dinero por un objeto, diría la economía, permite maximizar las utilidades entre quienes se benefician de ese intercambio. Esa lógica, en la vida cotidiana, puede tener efectos perversos. Sandel lo explica con sencillez: a niños de ciertos establecimientos académicos se les pagaba US$20 por leer un libro. Las estadísticas finales entregaron resultados desiguales: si bien habían aumentado sus competencias en lectura, pocos de ellos se habían aficionado a leer. Cuando se le dio un valor de cambio a la lectura, un "incentivo", los niños vieron una oportunidad de ganar dinero y no de aumentar su conocimiento. Y lo mismo sucedió con las empresas que pagaban a sus empleados por dejar de fumar o bajar de peso: mientras existían los incentivos, todo iba muy bien; seis meses después de acabados los incentivos, los fumadores volvían al cigarrillo.

¿Por qué debería pagarse a alguien por algo que debería hacer por su propio bienestar? Pese a ciertas ventajas, en general esa lógica en las esferas privadas y colectivas resultaba deformadora. Modificaba conceptos de la vida hasta ahora comunes: leer por amor a la lectura, dejar de fumar para mejorar la salud. El mercado, esa entidad que en ocasiones no emite juicios morales, había entrado a esferas colectivas y privadas transformando sus bases. "El altruismo, la generosidad, la solidaridad y el civismo no son como mercancías que disminuyen con el uso. Son como músculos que se desarrollan y fortalecen con el ejercicio —escribe—. Uno de los defectos de una sociedad dirigida por el mercado es que hace que estas virtudes languidezcan".

Cualquiera podría decir, a primera vista, que la expansión de la economía a esas esferas proviene de la desmedida codicia. Cobrar por tener exclusividad en carreteras y vuelos en avión hablaría de la avaricia de las empresas encargadas de esos servicios. Aprovechan la ocasión, dirían otros. Sin embargo, dice Sandel, la explicación es insuficiente. También nosotros hemos permitido que esas esferas lleguen a dichos límites y que se dejen regir por ellos. La exclusividad, entendida como una forma de acceder a los bienes (un mejor asiento en un vuelo, un puesto adelante en la fila del parque de diversiones), es una valoración falsa de las relaciones económicas: el dinero compra un mejor trato. Y a eso respondemos, ya sin remordimiento: quien tiene dinero, que haga cuanto desee. ¿Por qué razón? ¿Por qué el dinero debiera comprar la solidaridad y el afecto, cuando son actos puros de la condición humana, de su propia esencia?

El problema, por supuesto, no es el dinero. El problema son sus modos de uso: la economía de mercado es una herramienta que bien utilizada provee beneficios. En las últimas décadas, a pesar de la caída en la economía y el duro golpe en 2008, la economía sigue siendo un mecanismo de fe. "La era del triunfalismo del mercado —dice Sandel— ha coincidido con un tiempo en que el discurso público ha quedado en gran parte vaciado de sustancia moral y espiritual". Está comprobado que la burbuja, el exceso de fe en la economía, ha producido un mundo de espejos, de imágenes falsas.

¿Cómo recuperar entonces la discusión pública? ¿Cómo juzgar qué debe ser valorado por la economía y qué no? Sandel lanza luces: cada caso debería ser observado en sus singularidades. No es posible uniformar todas las actividades humanas, como viene sucediendo, con la lógica de producción, oferta y demanda. ¿Quién y cómo deben ser valorados los hechos más esenciales de la vida? La obra de Sandel no da una respuesta: sólo emite la pregunta. Que los lectores respondan.

'Lo que el dinero no puede comprar', Michael Sandel, editorial Debate, 2013, 254 páginas.

Por Juan David Torres Duarte

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