El Magazín Cultural

El hijo del burdel

La primera novela erótica que vio la luz en el siglo XIX es al mismo tiempo una de las narraciones más alegres de la literatura erótica universal.

Alberto Medina López
26 de noviembre de 2015 - 11:12 p. m.
Pigault-Lebrun nació en Calais el 8 de abril de 1753 y murió el 24 de julio de 1835.
Pigault-Lebrun nació en Calais el 8 de abril de 1753 y murió el 24 de julio de 1835.

El hijo del burdel circuló primero clandestinamente y después con el nombre de su autor, Charles Pigault-Lebrun.

La primera novela erótica que vio la luz en el siglo XIX es al mismo tiempo una de las narraciones más alegres de la literatura erótica universal. El hijo del burdel circuló primero clandestinamente y después con el nombre de su autor, Charles Pigault-Lebrun.

La historia del escritor es parecida a su obra por el talante aventurero. Muy joven, se enamoró de la hija de un mercader y se la llevó a Brasil, con tan mala suerte que el barco naufragó y la joven murió. Esa osadía y otras más, que lo llevaron dos veces a la cárcel, hicieron de él un andariego como su personaje en El hijo del burdel.

Querubín llegó al mundo de manera traumática. Su padre, un conde, había matado en duelo de honor a su mejor amigo y estaba prófugo. Su madre murió el día que lo trajo al mundo. Y Madame D, la dueña de un burdel, se quedó con el niño, que no tuvo más camino que crecer entre prostitutas.

A los 14 años, cuando ya había visto más de la cuenta para su edad, tenía una imaginación voraz en los asuntos del sexo. “A solas en la cama (…) mi mano me procura goces que me hacen suspirar por otros más reales”.

Esas satisfacciones solitarias encontraron alivio en la madre sustituta, cuando ella decidió gozar de sus juveniles poderes. “Ella se encargó de colocarme y de introducirme en el templo del placer: la naturaleza hizo el resto”.

La fidelidad de Querubín encontró su quiebre con Felicité, la mejor amiga de Madame. Los traidores terminaron en la calle y Querubín se hizo andariego y conquistador. Una baronesa, que lo salvó de ser violado por su esposo, quien creía que era una mujer porque así estaba vestido, quedó lela cuando él le confesó que era hombre. Buscó entre sus piernas la prueba del sexo y “por suerte para mí, la principal pieza del proceso se hallaba en un estado que no dejaba ninguna duda sobre la veracidad de mi informe”. Durante toda la noche, la baronesa no soltó el objeto procesal.

De andanza en andanza, Querubín se reencontró con Felicité y disfrutó el relato de la primera vez que ella perdió el aliento bajo los dedos inquietos de un capuchino. “Me levantó la camisa, se deslizó por mis muslos, y se apoderó de esa preciosa joya que ninguna mano había inspeccionado todavía y que, desde hacía unos meses, se había revestido con un ligero vello que guardaba un gran parecido con la barba del joven monje”. En el epílogo de la historia, Querubín conoce a su padre.

A pesar de la finura de sus textos, Pigault-Lebrun entró al olvido, así el gran Stendhal haya revelado que en caso de naufragio el primer libro que se llevaría sería El hijo del burdel.

* Subdirector de Noticias Caracol y escritor. 

Por Alberto Medina López

 

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