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'El jardín de las Weismann' 35 años después

La Universidad del Tolima publica una edición crítica en la que 27 expertos estudian una de las novelas más importantes de la literatura colombiana, obra del escritor tolimense Jorge Eliécer Pardo.

Luz Mary Giraldo *Especial para El Espectador
07 de diciembre de 2013 - 09:00 p. m.
La edición de lujo es en pasta dura y trae ilustraciones del pintor Darío Ortiz.
La edición de lujo es en pasta dura y trae ilustraciones del pintor Darío Ortiz.

Cuando en 1978 Jorge Eliécer Pardo publicó El jardín de las Hartmann, su acogida fue inmediata y positiva. Era la primera novela de un joven escritor que desde el tema de la violencia entrelazaba situaciones de nuestra historia con las de Europa. El autor retomaba una temática aún no exorcizada de nuestra realidad, la de la violencia rural y partidista de medio siglo, y la ponía en concordancia o diálogo con la de las guerras mundiales.

Nada más actual en las letras contemporáneas, ya entrados al siglo XXI, cuando diferentes escritores de ficción, testimonio o ensayo apuntan al exilio, el desplazamiento, la emigración o la inmigración, reflejando al sujeto roto y a la vida extraída del orden habitual. De alguna manera se propone una forma de expurgación y redención que encuentra su lugar en la literatura y allí mismo hace catarsis. Han navegado por estos territorios Edward W. Said, George Steiner, Imre Kertész, Isaacs Bashevis Singer, entre algunos de latitudes lejanas, y entre los de la nuestra, Óscar Collazos, Roberto Burgos Cantor, Luis Fayad, Fernando Iriarte, Marco Scwartz, Juan Gabriel Vásquez, Azriel Bibliowicz, sin desconocer a Alfonso López Michelsen y Pedro Gómez Valderrama.

Es de notar que la novela de Pardo se inscribe en la de las migraciones judías, como las de Bibliowicz, Vásquez y Schwartz. En El jardín de las Hartmann, una familia compuesta por mujeres alemanas que han huido de la violencia de su país, busca arraigo en una región que, aunque agobiada por la violencia, está enmarcada en un paisaje y en unos personajes encantadores. Ensimismadas y alejadas de todos y de todo, construyen una genealogía en la que para superar la muerte se impone el deseo de libertad a expensas del amor y la ternura. En El rumor del astracán, la novela de Bibliowicz, se sugiere la llegada de judíos polacos a Bogotá y la construcción de un entorno con los de su cultura, no para enraizarse, sino para buscar fortuna y regresar. Se trata de representar, contextualizando en la década de los cincuenta, una identidad común que define a un pueblo y la experiencia de viaje cumplido por unos seres en busca de un destino transitorio lejos de su lugar. Y, tanto en El salmo de Kaplan, de Schwartz, como en Los informantes de Vásquez, contextualizadas en la contemporaneidad se recrean experiencias de judíos alemanes o polacos que, al abandonar su territorio en épocas de los campos de concentración, buscan arraigo en otro lugar aunque se sienten impelidos a olvidar su historia, su pasado familiar, su nombre y su identidad. En ellas los personajes ocultan el dolor, de alguna manera lo narcotizan, y su retórica no solo es la del exilio, sino la del olvido, la de perder la memoria para salvarse. Sin embargo, la memoria juega malas pasadas e irónicamente lo olvidado retorna al presente, como pidiendo cuentas.

Alejados de sus raíces, en cada una de ellas y de manera diferente se evidencia la imperiosa necesidad de unos seres de restablecer sus vidas, sobre todo en aquellas novelas en las que los personajes buscan arraigo: hay en ellos la urgencia de unirse entre sí alrededor del significado de lo familiar, de unos valores ligados a la comunidad de cultura, lengua y costumbres, eludiendo los estragos de vivir y sentirse en el exilio.

De una y otra manera la primera mitad del siglo XX europeo y la del nuestro, estuvieron marcadas por temores y expectativas generadas por los catastróficos efectos de violencias arrasadoras. La relación del aquí con el allá revela experiencias y vivencias comunes a diversos pueblos y culturas, así como el miedo a la muerte impuesta, el horror del estigma, la angustia de la persecución, la urgencia de huida o la necesidad de ocultamiento que causan temor y dolor, además de un profundo sentimiento de degradación y caída. Partícipe de estos aspectos, El jardín de las Hartmann teje la complejidad de esta problemática a otros temas universales, como pueden serlo la soledad, el amor, el erotismo y la espera, narrados con una prosa lírica que resulta paradójicamente fresca ante la desgarradora temática, gracias al lenguaje y ritmo poéticos que liman el oscuro ambiente de la pesadumbre y favorecen la luminosidad de la sugerencia matizada por el amor.

Acompañada por una nueva difusión y debate, la segunda edición de la novela varió su título en 1982 por El jardín de las Weismann, conservándose así en las ediciones siguientes, para ser posteriormente adaptada como un seriado de televisión de nombre ‘La estrella de las Baum’, en el que sin traicionar la ficción se destacó la relación con la tradición judía, la persecución y el Holocausto. En la novela, el relato pulsa hilos ubicados entre las cercanías de los años veinte y las décadas de los cuarenta y cincuenta. Una suerte de contrapunto dramático entrelaza el aquí con el allá, al narrar la experiencia de las mujeres alemanas que han inmigrado a Colombia pasando por algún “puerto”, que puede ser Barranquilla, Cartagena o Santa Marta, y luego por una “ciudad fría” (que puede ser Bogotá), antes de llegar a un pueblo propicio para el cultivo de las flores, que pudiera estar en el Tolima. En el ‘aquí’ se respiran los años de la violencia rural y partidista, y en el ‘allá’ se reconocen los efectos de la Primera y la Segunda Guerra Mundial y la persecución a judíos. Una imagen alegórica sostiene y aún a dos situaciones y experiencias de terror: “el chasquido de las botas de Peñaranda”, que se convierte en expectativa e ilusión, y al mismo tiempo, en representación de la pesadilla, de los ruidos que quedaron en el pasado, los que persiguen en la soledad y la oscuridad al convertirse en temores lejanos y recónditos.

Si bien algunos críticos han analizado la novela desde los tópicos de la violencia partidista, y han señalado sus relaciones con el estilo de García Márquez en cuanto a lo insólito y maravilloso de ciertos sucesos y la repetición genealógica de nombres, conviene destacar su formalización lírica y la temática de las migraciones que, elevadas a categorías discursivas y poéticas, establecen un puente entre culturas y sociedades con destinos similares. Si la violencia es punto de encuentro, el amor como posibilidad de redención es perspectiva esperanzadora. El jardín de las Weismann, 35 años después de su primera edición, sigue siendo fresca y está a tono con preocupaciones actuales. 

* Escritora y poeta colombiana, profesora de la Universidad Javeriana. Lea el texto completo en www.elespectador.com

Por Luz Mary Giraldo *Especial para El Espectador

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