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El perverso inocente

Elogio de la madrastra es una mezcla de pintura y narrativa al servicio de la materia de la que está hecha Lucrecia, una mujer de cuarenta años casada con el viudo Rigoberto, padre de un niño que se transforma en verdugo de los enamorados.

Alberto Medina López
20 de agosto de 2016 - 03:15 a. m.
“Venus con el Amor y la Música”, de Tiziano.
“Venus con el Amor y la Música”, de Tiziano.

En esta obra de Mario Vargas Llosa, Lucrecia es puro cuerpo. “Mi reino es una cama”, decía don Rigoberto. “¿No era Lucrecia un océano sin fondo que él, buzo amante, jamás terminaba de explorar?”. El protagonista hasta soñaba un epitafio: “Aquí yace don Rigoberto, que llegó a amar el epigastro tanto como la vulva o la lengua de su esposa”.

Con ella, la felicidad existe. Después de las abluciones de don Rigoberto, convertidas en rituales de higiene, siempre hay intimidad. “Hay quienes se aburren pronto de su mujer legítima. La rutina del matrimonio mata el deseo, filosofan, qué ilusión puede durar y embravecer las venas de un hombre que se acuesta, a lo largo de meses y años, con la misma mujer. Pero a mí, a pesar del tiempo de casados que llevamos, Lucrecia, mi señora, no me hastía”.

Vargas Llosa mezcla la historia con célebres pinturas que refuerzan el abismo erótico en el que caen los protagonistas. El óleo Venus con el Amor y la Música, de Tiziano, por ejemplo, se vuelve vida. Ella, desnuda, es observada por un hombre vestido, mientras un niño, también desnudo, la abraza por la espalda.

Alfonsito, el hijo de don Rigoberto, es sorprendido por Justiniana, la doncella, cuando fisgonea la desnudez de doña Lucrecia desde el tejado. La criada la entera de lo que está pasando y la madrastra empieza a alejarse de él, hasta que el niño anuncia que se va a matar por la indiferencia. Lucrecia corre para evitarlo, lo abraza y el niño la besa y le toca un seno. “Este niño me está corrompiendo”, piensa ella.

Lucrecia termina haciendo el amor con él y hasta cree que esa relación mejora el placer con don Rigoberto. “Era el niño que los pintores renacentistas añadían a las escenas de alcoba para que, en contraste con esa pureza, resultara más ardoroso el combate amoroso”.

Un día el niño escandalizó a su padre con una tarea. Se trataba del escrito de un tema libre al que había titulado Elogio de la madrastra. El texto sacudió a don Rigoberto porque contaba las andanzas del pequeño con su mujer. ¿De dónde había sacado tanta imaginación? El niño respondió que todo había sucedido.

Lucrecia fue expulsada de la casa y el niño no sintió pesadumbre ni volvió a pensar en el suicidio, como si todo fuese fruto de una orquestada manipulación. ¿Inocencia o perversión? Esa pregunta queda flotando en el aire de la historia más erótica del premio nobel peruano.

* Subdirector de Noticias Caracol.

Por Alberto Medina López

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