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El Pissarro robado por los nazis

En 2005 uno de los descendientes reclamó la obra al museo Thyseen, que alega su legítima propiedad. Pese a que en 1998 más de 40 países firmaron un convenio para restituir el arte robado, los reclamantes encuentran obstáculos judiciales.

Juan David Torres Duarte
11 de julio de 2013 - 10:00 p. m.
‘Rue Saint-Honoré, après-midi, effet de pluie’ fue pintado por Pissarro en 1897 en París.
‘Rue Saint-Honoré, après-midi, effet de pluie’ fue pintado por Pissarro en 1897 en París.

Esta es la historia del camino azaroso de una obra de arte. A principios del siglo XX Camille Pissarro era considerado uno de los padres del movimiento impresionista, a cuyos pintores se acercó, enseñó y criticó. Pocos años antes de su muerte pintó una serie de cuadros de París, retratos de la vida cotidiana. Uno de ellos, quizá el mejor, es Rue Saint-Honoré, après-midi, effet de pluie, que hoy el museo Thyssen-Bornemisza expone como parte de una muestra sobre el pintor. Pero en la época en que fueron pintados existían galeristas que promocionaban a los artistas, y quien deseara acudir a la exposición y comprar una obra, la compraba.

Eso fue lo que sucedió con esta obra. Julius Cassirer, judío, la compró directamente a Pissarro por el tiempo en que fue creada, cerca de 1897. Como parte de su legado, Cassirer la heredó a su hija Lilly. Años después, debido a la expansión nazi, la familia se dividió. Lilly Cassirer permaneció en Múnich, Alemania. Pero en 1939, cuando los nazis encendieron el fuego inicial de la guerra mundial, Cassirer tuvo que exiliarse.

Fue entonces que encontró a Jakob Scheidwimmer, galerista de Múnich vinculado al partido nazi. Los datos arrojarían, años después, que sólo en Francia fueron robadas más de 100.000 obras por ese partido. El arte llegaba a sus manos sin importar su origen y luego lo cambiaban, incluso, por “arte ario”. Lilly Cassirer necesitaba un visado para salir del país hacia Cleveland, EE.UU.; de algún modo fue forzada a vender la obra para acceder a los papeles. La obra hoy está avaluada en cerca de US$20 millones; Cassirer la vendió en US$323. El dinero fue a dar a una cuenta congelada de la que ella no lo podía retirar.

Por años, Lilly Cassirer se preguntó qué habría sido de la obra. Su segundo esposo murió en 1957; ella moriría cinco años después. En ese tiempo, Lilly Cassirer no pareció tener la necesidad de buscar la pintura, pero estaba segura de que la encontraría. Heredó esa duda a su nieto Claude, a quien encontró cuando llegó a Estados Unidos.

Claude Cassirer tendría casi 80 años un día del año 2000 en que recibió una llamada desde Nueva York. Había hablado sobre la obra con un viejo amigo y éste lo recordó cuando vio una noticia que le resultó inusitada: el museo español Thyssen-Bornemisza, que con ayuda del Gobierno había comprado la colección del barón Hans-Heinrich Thyssen-Bornemisza el 21 de junio de 1993, exhibía una serie de obras del pintor francés. Y allí estaba, de nuevo, la calle parisina que Pissarro había pintado y que pertenecía a la familia Cassirer. Entonces comenzó una querella judicial que hoy, trece años después, está vigente.

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“Estaba en shock”, dijo Cassirer al diario Los Ángeles Times sobre el momento en que se enteró de que la obra aún existía. Quizá una de las preguntas más recurrentes después del aturdimiento es, simplemente, ¿cómo, casi cincuenta años después, llegó esa obra a manos de un museo? El Thyssen-Bornemisza la había adquirido en franca lid, luego de pagar cerca de US$327 millones por la colección entera. ¿Era justo reclamarla? Si las directivas del museo se enteraban de la forma insana en que fue adquirida en 1939, ¿la devolverían?

En 1998, 44 países —entre ellos España, Suiza, Francia e Italia— se comprometieron a realizar una lista de obras cuyo origen era sospechoso. Al mismo tiempo se conformó la Comisión Europea para la Restitución del Arte Robado, que buscaría devolver las obras a sus propietarios legítimos. Parece simple, pero hay demasiado en juego, sobre todo la reputación de los museos. “Pese a que el problema del saqueo de bienes culturales por parte de los nazis es notorio, a menudo los reclamantes encuentran notables dificultades para recuperar su propiedad —dijo Anne Webber, codirectora de la comisión, a El País de España en 2004—. Una razón es que muchos países europeos han decidido ignorar el derecho internacional respecto al estatus de este tipo de propiedad, y han permitido a los ladrones (o a aquellos que recibieron la propiedad del ladrón) transmitir un título válido a los compradores según el derecho nacional”.

Luego de que la obra fuera vendida en 1939, habría pasado a manos de un comprador privado en 1943. Dos compradores anónimos más la tuvieron en sus manos entre esa fecha y 1976, cuando el barón Thyssen-Bornemisza la adquirió para su colección de la galería de Joseph Hahn. Sin embargo, los documentos de la corte que asumió la demanda en EE.UU., consultados por Los Ángeles Times, no son contundentes con los datos. El camino de la obra, en resumen, es desconocido. Lilly Cassirer, sin embargo, fue reconocida como la legítima propietaria y en 1958 una corte alemana obligó a ese país a entregarle US$13.000 en compensación.

Quedan muchas preguntas en medio: ¿cómo llegó la obra a Estados Unidos? ¿Sabían los compradores que hacía parte del legado de una familia judía y que fue expoliada por agentes nazis? ¿Por qué, si Lilly Cassirer fue reconocida como la legítima propietaria, no le fue devuelta la pintura?

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El primer obstáculo llegó apenas se interpuso la demanda en 2005. Claude Cassirer buscó primero conciliar con las autoridades españolas, pero éstas se mostraron desafiantes: habían comprado la obra, por lo tanto, era de su propiedad, y argumentaron que la demanda “no tenía bases” porque, dado que Cassirer la interpuso ante una corte de EE.UU., las leyes de ese país no eran las más adecuadas para resolver el caso. Y ésas son las mismas razones que esgrimen siete años después. La corte de Los Ángeles desestimó el alegato del museo y continuó el caso. Cassirer reiteró, mostrando una fotografía en la que su abuela Lilly aparecía junto con el cuadro, que la obra pertenecía a su familia. Los abogados de la contraparte decían que el expolio nazi no supone una violación de las leyes, pues “tanto la propietaria del cuadro como los nazis eran alemanes”, como referencia una nota de El País en 2006.

En septiembre de 2010, Claude Cassirer falleció a los 89 años. Sus hijos persistieron. Dos años después, la Corte Central del Distrito de California consideró que el tribunal anterior se había excedido, pues el caso tocaba las relaciones internacionales y debía pasar por un juzgado federal. Los Cassirer apelaron; el caso, desde entonces, está en instancias federales. “Sea cual sea el desenlace de ese recurso, la Fundación (Thyssen-Bornemisza) considera que es la legítima propietaria del cuadro —dice el museo—, y su oposición a la demanda de la familia Cassirer está también plenamente justificada por motivos de fondo”.

Entonces es tiempo de recordar una de las frases que el jefe nazi Hermann Göering lanzara en los años cuando estaba en Italia: “Hay que utilizar todos los medios posibles para sacar las obras de arte de Florencia... salvarlas de los americanos y los ingleses. En fin, alejarlas todo lo posible”.

Por Juan David Torres Duarte

 

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