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El poder de la música

El público universitario bogotano asistió al estreno de obras de Hasler y Schnittke.

Sara Malagón Llano
24 de mayo de 2014 - 03:53 a. m.
La dirección estuvo a cargo de Carolina Gamboa, directora del coro de los Andes. El de la Javeriana lo dirige regularmente el maestro Alejandro Zuleta. / Cortesía
La dirección estuvo a cargo de Carolina Gamboa, directora del coro de los Andes. El de la Javeriana lo dirige regularmente el maestro Alejandro Zuleta. / Cortesía

Se llama música académica contemporánea a aquella que surgió a partir de la retirada del modernismo musical a mediados del siglo XX. Las obras de este período se van en contra de las técnicas y reglas musicales anteriores, rompiendo radicalmente con la tradición. Las escalas mayores y menores son reemplazadas por la atonalidad o neotonalidad, subvirtiendo las jerarquías y ampliando el espectro sonoro. También surge la música aleatoria, en la que se presupone un papel más activo del intérprete, quien se enfrenta a las instrucciones ahora más abiertas del compositor. Un componente azaroso o aleatorio se cuela en la música y el resultado es que la obra, cada vez que se interpreta, resulta ligeramente distinta, única. Por otra parte, se incorporan nuevas técnicas extendidas de canto o de interpretación instrumental: el habla y el ruido se convierten en música, y en vez de tocar las membranas de los instrumentos de cuerda, los músicos exploran con sus marcos, generando nuevos sonidos que no se consideraban musicales.

Por la incorporación de todas estas nuevas técnicas (que se convirtieron en el manifiesto de los compositores rebeldes, cuestionadores de lo musicalmente bello, correcto y aceptado) es que resulta difícil apreciar la música contemporánea. Sin embargo, estas obras son más cercanas a nosotros en el tiempo que las de Bach o Beethoven, así que resulta extraño que una composición de la década de los setenta nos parezca tan ajena, tan rara, tan de avanzada. Sin duda, el oído no está acostumbrado a la disonancia, pero tampoco está dispuesto a entregarse a ella, y se muestra, por lo menos en Colombia, reticente a verla de otra manera. ¿Entonces qué? ¿Pasarán quinientos años antes de que consideremos el Réquiem de Schnittke un clásico?

De todo esto habló la doctora en música y directora del coro de la Universidad de los Andes, Carolina Gamboa Hoyos, en las charlas preconcierto que antecedieron las presentaciones de los días lunes y miércoles. Pero no sólo explicó las características musicales de las obras. Contó, además, que sólo a partir de una reflexión sobre el contexto en que fueron escritas Salmo por las víctimas de la violencia (1995), del colombiano Johan Hasler, y el Réquiem (1975), del ruso Alfred Schnittke, tanto ella en su rol de directora como los músicos y el gran coro —compuesto por más de cien estudiantes de la U. de los Andes y la U. Javeriana— pudieron entenderlas musicalmente. Y es que la manera como estas obras están compuestas no es gratuita: la disonancia, la combinación de estilos, la exploración con nuevos sonidos y nuevas técnicas son el producto de lo sucedido en el letal siglo pasado. Después de la Primera Guerra Mundial, y aún más después de la Segunda, la música no pudo ser la misma nunca más. Se volvió compleja (y así menos manipulable para fines políticos): su prioridad no es entretener al público, sino, por sobre todas las cosas, hacerlo pensar, confrontarlo, incomodarlo profundamente, provocar un choque.

Por encima, las obras parecen una cosa, pero por debajo tienen una gran profundidad de significados —la verdad del siglo XX es que no hay una sino múltiples verdades—. Los dos compositores prefieren además dejar algo oculto, algo que no es evidente, que no está en la partitura ni en las notas del programa de mano. Ese algo surge en la música misma, en su interpretarse, y cada persona del público lo descubre para sí.

Johan Hasler es uno de los pocos especialistas en el mundo (y el único en Colombia) en el campo de la música especulativa, que se ocupa del estudio de las influencias esotéricas en la teoría musical. El Salmo por las víctimas de la violencia, que toma prestado el texto en latín del Salmo 42, es una obra para gran coro (ya que se canta a 18 voces) y ensamble de percusión (timbales, bombo, campanas tubulares, gong, platillos de choque y platillos suspendidos), y representa una postura poliestilista a nivel musical. La obra está dedicada a las víctimas de la violencia: “En honor a todas las víctimas de la guerra de Bosnia, serbios, croatas, musulmanes, civiles y soldados, y a todas las víctimas de la guerra y la violencia en Colombia y alrededor del mundo, en todos los lugares y horas, he compuesto esta obra. Que Dios nos perdone por nuestra historia hórrida”. Así que, no sólo por sus afinidades musicales sino temáticas, resultó perfecto estrenarla junto al Réquiem, que, como su nombre mismo lo anuncia, pretende darles descanso a las almas después de la muerte. Pero Schnittke no compone un réquiem tradicional: modifica su estructura clásica incorporando un majestuoso “Credo” y elimina el movimiento final, el “Lux aeterna”, para no darle descanso al público, para no darle “ese último viso de esperanza”, afirma Gamboa. En honor a su madre fallecida dos años antes, Schnittke compone un réquiem oscuro, poderoso, desgarrador, dejándose además influenciar por los múltiples estilos en los que tuvo que entrenarse para sobrevivir como compositor de música para cine en los años de la Unión Soviética, y por la música popular: el jazz, el rock experimental, la música de los años 70. Combina así trompeta, trombón, órgano, piano, celesta, guitarra y bajo eléctrico y set de percusión, un ensamble que recuerda a una banda de jazz.

Debemos dejar de lado el prejuicio que tenemos hacia esta música: estas obras nos hablan directamente sobre nuestra propia realidad, nos interpelan. Hay que dejar el miedo, dejar de pensar que se trata de una música “demasiado intelectual”, que es sólo ruido, o que es un mero discurso sin fundamento, una cosa hecha sin el menor trabajo y esfuerzo, para adentrarnos en sus motivos y en su inmenso valor musical y político, contestatario. Fue un placer haber asistido al concierto del miércoles, y tras haber pertenecido a uno de esos coros —que no deberían ser subestimados absolutamente por tratarse de coros universitarios, o al menos así lo demostraron esta semana—, me sorprendí al encontrar un coro tan maduro, cohesionado vocalmente, consistente y potente. Admirable.

 

saramalagonllano@gmail.com

Por Sara Malagón Llano

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