El Magazín Cultural

“El señor de la piqueria”

“Ningún músico que se considerara bueno le rehuía a enfrentarse a quien lo retara. Es más, a veces se le buscaba pique a cualquiera con tal de estar produciendo versos y melodías”, aseguró el juglar vallenato en una entrevista.

Félix Carrillo Hinojosa*
11 de febrero de 2017 - 10:36 p. m.
Emiliano Antonio Zuleta Baquero tuvo enfrentamientos memorables en piqueria con Lorenzo Morales y con Antonio Salas.   / Cortesía
Emiliano Antonio Zuleta Baquero tuvo enfrentamientos memorables en piqueria con Lorenzo Morales y con Antonio Salas. / Cortesía

Estoy frente al hombre que le puso música a sus momentos difíciles y pudo sobreponerse al poco valor de lo creado por sus antecesores, para ser considerado por todos como “el señor de la piqueria”, que a través de "La gota fría”, le brindó toda la madurez necesaria a ese encuentro de versos. Se trata de Emiliano Antonio Zuleta Baquero, quien le ganó con su talento a la menudita figura que se paseaba de un lugar a otro, en procura de mostrar su música que como campesino de hacha y machete, supo componer a punta de “conjunto de hojita”, para alimentar el espíritu de guerrero que siempre le acompañó desde su nacimiento el 11 de enero de 1912 en la Jagua del Pilar o Pedregal hasta su fallecimiento el 30 de octubre de 2005, en Valledupar, Cesar.

Ese vientre bendito de Sara María Baquero Salas que fue mamá y papá al tiempo, de quien sería el portento de toda la región de La Jagua del Pilar o del Pedregal, El Plan Sierra Montaña y Villanueva, todos en la Guajira. Él heredó la música de los Salas, especie de familia musical, en donde el acordeón y las décimas nacían silvestre como ocurrió con nuestra música antes de la llegada de ese instrumento proletario y de su padre Cristóbal Zuleta Bermúdez al que poco vio en su infancia y adolescencia.

¿Cómo fue la vida de Emiliano Zuleta en la infancia y adolescencia?

Bueno, siempre estuve con mi mamá. Para dónde iba ella, cogía yo. Si se iba para El Plan o en la Jagua, allí estaba yo haciendo los oficios que todo muchacho tenía que hacer. Vine a conocer a mi padre Cristóbal Zuleta ya grande. Cuando ya me hice más hombrecito, me tocó trabajar la tierra, concertao desde los doce años hasta los quince. Soy un campesino como lo son mis hijos, ellos al igual que yo, nacimos en la Sierra”.

¿Cómo aparece la música en su vida?

En la Jagua o el Plan, siempre se oía el sonido de los acordeones y el canto de los campesinos, que a punta de décimas, nos despertaban y llamaban la atención sobre una música que no tenía valor, que los ricos consideraban “la menos, menos”. Todos saben que me le llevé un acordeón a mi tío Francisco Salas, hermano de mi mamá, para la Sierra y de allí regresé cuando ya sabía tocarlo y le sacaba música a mis nacientes cantos. Fue un robo consentío que todos aprobaron, incluso la vieja Sara María que poco gustaba de esa música porque era para borrachos. Tenía quince años y al año siguiente compuso un canto dedicado a mi tío. Así me abrí con mi primer acordeón, que compré por 12 pesos. Esa fue mi primer herramienta, distinta al machete o al hacha que tanto tiempo me acompañó en mi mundo campesino”.

¿Cómo hizo para recorrer con su música todo el país?

Los músicos de mi generación poco salíamos. Pensar en Barranquilla, donde estaba el epicentro de las grabaciones y de la radio, era una locura, máxime que nosotros éramos campesinos dedicados al cultivo de la tierra. Los que lograron hacerlo, triunfaron y son pioneros de las grabaciones. A mí no me entusiasmó esa idea. Mis cantos surgían naturales y así se abrían camino entre la gente, que los llevaba de pueblo en pueblo. Todo el mundo cantaba “El Zorro”, “Carmen Díaz”, “Mis pocos días”, “Doce Palabras” y “La Pimientica”. Así se extendió mi nombre y todo lo que llegó a decirse de mí.

¿Cómo le grabaron “Qué criterio” y “La gota fría”?

Por acá en la provincia estuvo en el 45 Guillermo Buitrago, quien se aprendió varios cantos míos, entre ellos, “La gota fría”, “Carmen Díaz” y “El Huerfanito”, de Rafael Enrique Daza. Era un hombre pálido, tosía mucho, muy inteligente y de una gran memoria. Así fue cómo se llevó esos cantos y después, trató de hacerlos aparecer como de él. Pero eso se aclaró. Buitrago era más intérprete que compositor. La mayoría de las canciones que grabó tenían sus autores, pero él se apoderó de la mayoría de ellas.

¿Usted siempre estuvo envuelto en piqueria?

La música conocida como vallenata, que antes la llamábamos en la Provincia de Padilla, donde nació, “Música Provinciana” y era sinónimo de enfrentamiento de versos. Ningún músico que se considerara bueno le rehuía a enfrentarse al que lo retara. Es más, a veces se le buscaba pique a cualquiera, con tal de estar produciendo versos y melodías. Muchos como el caso mío, conocimos a nuestro contrincante fue después. Me refiero a Lorenzo Morales, quien me enviaba cantos los cuales respondía de inmediato. Era una contestación tras otra. Esa es la verdadera piqueria, no la de ahora, que es puro versos aprendíos y unos pies forzaos, que no son naturales.

¿Qué piensa de sus contrincantes?

Todos fueron buenos, unos más que otros. Para mí, los músicos que me la pusieron difícil, fueron Lorenzo Morales y mi hermano Antonio Salas. Esos eran de tranco largo. Con ellos la pelea fue de siempre, pero nunca me dejé. Al que le di una paliza, fue al músico Abel Antonio Villa, en 1950, en la Gallera de Villanueva. Era un hombre muy cretino, se creía más que nosotros porque había grabado. Era un regular intérprete y la música que grabó no era de él. Dejó a más de uno sin música como ocurrió con muchos acá, que nos cogían las letras y las melodías y nunca respondieron por eso como el caso de Escalona que fue un buen letrero.

¿Qué piensa de los nuevos valores?

Ellos tienen otra manera de hacer nuestra música y en ese afán la distorsionan. No es porque sean mis hijos pero “Poncho” y Emilianito representan la esencia del vallenato. Jorge Oñate y Alberto Fernández, cantan bien. De los nuevos, es poco lo que le puedo decir.

¿Y de sus amores, qué nos puede decir?

Fueron muchos y al final solo uno, llenó el corazón del viejo Mile: ella fue la musa de mis cantos, la madre de los hermanitos Zuleta Díaz. Ella es Carmen Díaz, quien por ser celosa nos tocó separarnos, pero nunca ha estado lejos de mi corazón. Con ella me casé en 1946 y tuve ocho hijos, tres hembras y cinco varones. Por eso dije: “si me caso en otros tiempos me vuelvo a casá con Carmen”.

*Escritor, periodista, compositor y productor musical.

Por Félix Carrillo Hinojosa*

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar