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Elogio de los senos caídos

Antes de que los senos crecieran en los quirófanos y de que la ciencia los alzara, los juntara o los inflara con silicona, algunos poetas de la antigüedad dedicaron versos y epigramas al amor otoñal y hasta realzaron con palabras lo que los cirujanos de la época no sabían levantar.

Alberto Medina López
22 de agosto de 2015 - 03:18 a. m.
 Filodemo de Gadara, 110 a.C. / Tomada de Blogspot
Filodemo de Gadara, 110 a.C. / Tomada de Blogspot

Pablo el Silenciario, cuyo trabajo consistía en mantener el silencio del palacio en la era del emperador Justiniano, dedicó parte de su edad adulta a elogiar la voluptuosidad de las mujeres maduras y a gozar de sus senos caídos. “Tus arrugas, Filina, valen más que la savia de cualquier juventud, y en cuanto a mí, estoy más ávido de tener en mis manos tus manzanas, que cuelgan con las puntas hacia abajo, que los senos bien erguidos de una mujer todavía en joven edad”.

Esos cantos, escritos en los albores del cristianismo, eran una verdadera revolución frente a los paganos griegos y romanos que solo veían belleza y atractivo sexual en las mujeres jóvenes.

Rufino, otro de los grandes escritores de la antigüedad, supo pintar a una mujer con juveniles atributos, “terso cuello de mármol, pechos de esplendoroso fulgor”, para luego sorprender en el mismo escrito con que se trataba de una bella dama con canas: “Si ya entre tu pelo, acá y allá, algunas espinas resaltan, no prestaré yo atención a esas blancas vetas. Aún no ha extinguido el tiempo tu belleza”. Agatías, autor de epigramas y sonetos eróticos, rindió tributo a la belleza de la mujer, sin importar el peso de los años: “La esbelta Melité, al fin de una larga vejez, no había perdido nada de esa gracia que viene de la juventud”.

Pero ni Pablo ni Agatías ni Rufino fueron precursores en materia de elogios a la mujer madura. Filodemo de Gadara, un par de siglos antes, dedicó algunos de sus epigramas a una dama de sesenta años. “Conserva sus largas ondas de cabello negro y en su pecho los senos de mármol yerguen aún sus puntas sin que prenda alguna los aprisione; la piel, que no marchita arruga alguna, destila ambrosía como siempre”.

Lo que sí hay que reconocer, y lo dicen los estudiosos del erotismo literario, es que los poetas de la antigüedad pusieron por primera vez a las matronas en la cumbre de la belleza y celebraron, sin tapujos, sus encantos.

“Tu fin de otoño es superior a la primavera de otra y tu invierno más cálido que su verano”, escribió Pablo el Silenciario en una clara alusión al decaimiento del cuerpo en contraste con el engrandecimiento del amor.

Por Alberto Medina López

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