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La emergencia de un escritor

Andrés Mauricio Muñoz presenta en la Fiesta del Libro de Medellín su libro de cuentos “Un lugar para que rece Adela”.

Ángel Castaño Guzmán
15 de septiembre de 2015 - 02:42 a. m.
Andrés Mauricio Muñoz también es autor de “Desasosiegos menores”, su primer libro.  / Cortesía
Andrés Mauricio Muñoz también es autor de “Desasosiegos menores”, su primer libro. / Cortesía

Andrés Mauricio Muñoz (Popayán, 1975) hace parte de una hornada de escritores que han logrado llamar la atención de la crítica y espera en breve conquistar la del público. Es ganador de varios concursos literarios y es considerado por el cronista Alberto Salcedo Ramos como uno de los más talentosos prosistas de la literatura colombiana actual.

Lo primero que llama la atención de los cuentos de “Un lugar para que rece Adela” es el lenguaje cuidado que sustenta historias cotidianas, salvo el relato “Cuestión de registro”. ¿Qué papel juega el lenguaje en la construcción de sus historias? ¿Las historias condicionan el uso de las palabras?

El lenguaje es para mí casi un fetiche, es decir, trato de ser bastante riguroso en el proceso de construcción de la historia a través de las palabras adecuadas. Me gusta que sean cercanas al lector, que la lectura le resulte una experiencia familiar, amena. Si debo recurrir a palabras que no hacen parte del léxico habitual de un lector, por lo menos deben serle conocidas. El uso del lenguaje es parte de la arquitectura de los cuentos, de la cotidianidad que me interesa abordar en mis historias, como si se tratara de disponer un hábitat en el que el lector se sienta cómodo. Por otro lado veo que excluyes Cuestión de registro de este grupo de la cotidianidad. Sin embargo, creo que es ahí donde más énfasis hago en ella, sólo que llevada a un contexto de parodia, de absurdo si se quiere ver así, de esa impotencia a la que nos somete la lucha contra ciertos ordenamientos sociales. Pero en definitiva creo que tu pregunta da en el punto del tipo de literatura que me gusta abordar, que es alrededor de las llanezas de la vida y los personajes con los que convivimos a diario. Y, claro, la cotidianidad marca el ritmo del lenguaje.

A todos los cuentos los atraviesa, de diferentes maneras, el asunto del despojo. ¿Dicha recurrencia está emparentada con su visión de la vida? ¿Hasta qué grado su vida ha estado marcada por el despojo?

El asunto del despojo fue una decisión literaria, pero una decisión que viene desde antes de concebir este libro, pues se remonta a cuando recién comencé a escribir mi primer libro de cuentos, Desasosiegos menores, momento en el que mi di cuenta de que mis cuentos tenían un marcado interés en problemáticas muy humanas, de esas que hacen mella mientras la vida sigue. En ese entonces pensé en el desasosiego, el desasosiego menor, ese que perturba, que abate, pero que no supone un punto de ruptura en la vida de la gente, pues todos terminamos conviviendo con él para seguir adelante. Personajes con algún tipo de frustración en sus espaldas. En este nuevo libro decidí, para seguir por esa línea, que el tema que articularía todo sería el despojo, ese que es tan sutil como vehemente. Te pueden despojar de una propiedad, pero también de una ilusión, de un amigo, de un momento único e irrepetible. En cada uno de esos casos surge otro concepto que viene a encargarse de mantener vigente nuestra aflicción, el hubiera, que es esa tentación de la memoria para identificar aquellos instantes en los que todavía hubiese sido posible modificar el curso de los acontecimientos. He tenido despojos, claro, como todos.

Dice usted que detrás de “Un lugar para que rece Adela” hay una decisión literaria. ¿Cómo sabe que una idea puede dar material para un libro? ¿Qué debe tener ella para que usted decida escribir un cuentario completo a su alrededor?

En general son ideas que dan vueltas en la cabeza durante algún tiempo. Como una suerte de intuición. La cuestión es decidir cuál es esa idea que prevalecerá. Pero una vez decidido, el asunto no es tan complejo, porque mientras esté apegado a eso que tanto me interesa, que es lo humano, la hondura la da la vida misma. La literatura es la mirada que escruta, no el pozo ni lo que hay allá abajo. Digamos que un día un autor decide escribir sobre la felicidad, o la tristeza, o los sueños que no se cumplen, que es lo que me viene inquietando desde hace algún tiempo; en ese momento el solo ejercicio, la sola decisión, implica pararse frente a diferentes puertas. Las alternativas emergen. Hay felicidades que nos deleitan, por ejemplo, otras que sólo se aceptan, otras que se posponen. En cada una de esas variables hay un cuento, o varios. No se trata de promover la idea de que una colección de cuentos deba sí o sí tener unidad; de ninguna manera, es sólo que a mí me interesa mucho abordar mis proyectos así, con cuentos que existen por sí mismos, pero que también hacen parte de una constelación.

¿Cuál ha sido su relación —como lector y cultor del género— con la tradición cuentística colombiana?

Siempre he estado muy pendiente del género, no sólo en Colombia sino en Latinoamérica. Pero para concentrarme en tu pregunta debo decir que esa tradición, aunque podría ser mucho más vasta, ha producido autores y cuentos que persisten en la memoria. Me acuerdo, por ejemplo, de tremendos cuentos como Que pase el aserrador, de Jesús del Corral, y Espuma y nada más, de Hernando Téllez, obra maestra de la tensión. Me he deleitado leyendo las compilaciones de cuentos de Fanny Buitrago, Marvel Moreno o una mucho más reciente y vigente, Lina María Pérez. Comencé, como suele ser natural, con los de García Márquez y Tomás Carrasquilla. Devoro mucho, casi todo lo que se produce, con mucha atención incluso en el trabajo de escritores de mi generación que rinden culto al género y están ahí, empujando, buscando un espacio.

¿Cuál ha sido su relación con el mundo editorial? ¿Es el cuento un género de nicho de mercado?

Mi relación ha sido complicada, como esas en las que tú no sabes muy bien para dónde es que camina la cosa. Es difícil publicar cuento en Colombia en editoriales comerciales, de esas con bastante músculo. A veces sacan algunos autores, pero sus apuestas son tímidas, en el sentido de apuntarle no al género como tal, sino a la reputación de quien pone la firma. Una estrategia, pensada en la creación de colecciones de cuento y posicionamiento de autores, no la veo. Pero de cualquier manera el panorama es mejor que hace un par de años. Debo reconocer la labor de las universidades, mediante el sostenimiento de premios o colecciones dedicados al género. Mi primer libro, Desasosiegos menores, salió publicado por la UIS, como obra ganadora del Premio Nacional de Libro de Cuentos de ese año (2010). Ahora quien publica Un lugar para que rece Adela es la Universidad de Antioquia, que viene apostando por la literatura nacional desde hace mucho tiempo, con un sello editorial bien consolidado. También hay editoriales independientes que hacen lo suyo. Es un género de nicho, sí, pero yo creo que esto no lo determina el interés de los lectores sino el poco espacio que le reserva el mundo editorial.

Por Ángel Castaño Guzmán

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