El Magazín Cultural

Ernesto Sábato en Colombia: Burgos Cantor, García Márquez y la metafísica de la esperanza (I)

En la ciudad de Bogotá la tarde del martes 21 de febrero de 1984, en el auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional de Colombia, Ernesto Sábato concedió una entrevista pública a los escritores Eligio García Márquez (Sucre, 1947- Bogotá, 2001) y Roberto Burgos Cantor (Cartagena, 1948- Bogotá, 2018).

Ómar Vargas
15 de diciembre de 2018 - 10:22 p. m.
Ernesto Sábato, quien fue entrevistado públicamente por Eligio García Márquez y Roberto Burgos Cantos en Colombia, a finales de los años 60.  / Cortesía
Ernesto Sábato, quien fue entrevistado públicamente por Eligio García Márquez y Roberto Burgos Cantos en Colombia, a finales de los años 60. / Cortesía

A la memoria de Walter Ortiz, quien una noche de noviembre de 1981, a la edad de 21 años, tomó un galón de gasolina y se incineró en el parque del barrio San Martín de Bogotá 

 

Primera visita

Los sueños de la comunidad

Lo que inicialmente fue promocionado como una conferencia amenazó con convertirse en un problema debido a la frustración de la gran mayoría de jóvenes estudiantes asistentes, pues inicialmente ellos juzgaron como un acto de injusticia e insólito atropello el hecho de que solo dos privilegiados escritores, entonces más bien desconocidos, pudiesen representarlos. No era fácil entender las razones para esa situación. Ni siquiera la explicación del propio Sábato pareció calmar el ímpetu de una muchachada que llevaba casi ocho horas esperando la iniciación del evento:

"Bueno, muchachos. Yo no voy a dar una conferencia porque no sirvo para conferencias. No he ido nunca a conferencias, muchas veces tampoco a las mías. Voy a dialogar con dos muchachos que conocí hace ya quince años en Colombia, cuando vine como presidente del Festival de Manizales. Estos dos muchachos, que están a mis costados, son Eligio García Márquez y Roberto Burgos. Dos muchachos que yo aprecio grandísimamente por su talento y por su fidelidad a los grandes postulados, no solamente literarios, sino los grandes postulados que defienden la dignidad del hombre. Y les he pedido un gran favor, porque me asustaba venir a una conferencia. Les he pedido que hicieran lo siguiente: que ellos me preguntaran —ellos conocen muy bien mi obra, conocen bien mi pensamiento—, me preguntaran, fueran en cierto modo los portavoces de todos ustedes. Son dos jóvenes. Pueden preguntar por ustedes. No podrían preguntar todos ustedes porque esto sería un caos, pero estoy seguro que van a ser fieles representantes de las ideas, de las inquietudes que tienen ustedes. No sé qué preguntas me van a hacer. (Ernesto Sábato habla de Ernesto Sábato 54-5)".

Para leer la segunda parte de este especial, ingrese por favor acá: Sábato en Colombia: El Espectador y los lunautas (II)

El flujo de un diálogo apasionante no tardó en cautivar a la audiencia y hacer a un lado el enojo. Dentro de los casi dos mil asistentes había algunos estudiantes de matemáticas que, habiendo salido en la mañana de una clase de topología, apenas habían conseguido un lugar en las escaleras y esperaban con ansiedad las palabras de alguien que les resultaba particularmente atractivo y cercano por su pasado en el campo de las ciencias físico-matemáticas. Ellos tampoco entendieron, en principio, por qué Burgos y Eligio García tenían esas prerrogativas. Sin embargo, como lo demostró la conversación, la entonces relación de quince años con el par de escritores que destacó Sábato, y que no haría más que fortalecerse con el paso de los años, no solo resultó ser un particular encuentro de intereses intelectuales y afectos, sino la consolidación de la profunda relación del argentino con Colombia que, justo en ese momento, conseguía una buena cantidad de nuevos e incondicionales aliados. 

Este encuentro y el consecuente proceso multiplicador de comunicación entre el autor y pensador  argentino con sus lectores colombianos además permitió una puesta en escena concreta de la tesis de Sábato sobre la metafísica de la esperanza y puso sobre la mesa aspectos fundamentales del oficio de escritor y de las relaciones entre lectura y escritura. Pero también reprodujo el espíritu apasionado, polémico y contradictorio del argentino y afianzó la proyección de los postulados de una obra cuyas dimensiones escritas y orales, con todas sus fragilidades y todas sus fortalezas, se integran en sus ensayos, ficciones, declaraciones de prensa, entrevistas y espontáneas conversaciones de manera sorprendentemente consistente. 

Dentro de las consideraciones más recurrentes de Sábato con relación al oficio del escritor está la de conferirle una especie de poder terapéutico a la escritura. Según él, de la misma manera en que el sueño cumple una función reparadora en el individuo, tanto física como mental, en el gran y complejo cuerpo de la comunidad tal papel le corresponde al escritor. El escritor sueña por la comunidad  y consigue así contribuir al equilibrio de ese ser colectivo y amorfo. Sábato hacía recurrente referencia a estudios científicos de los que había tenido noticia y según los cuales la privación del sueño tiene serios efectos en la salud física y emocional de las personas. Un sujeto sometido a la interrupción repetida del sueño, afirmaba él, puede ser llevado al borde de la locura. En el apartado “Los sueños de la comunidad” de su novela Abbadón el exterminador, de 1974, reitera la correspondencia entre los sueños y las ficciones:

"Las ficciones tienen mucho de los sueños, que pueden ser crueles, despiadados, homicidas, sádicos, aun en personas normales, que de día están dispuestas a hacer favores. Esos sueños tal vez sean como descargas. Y el escritor sueña por la comunidad. Una especie de sueño colectivo. Una comunidad que impidiera las ficciones correría gravísimos riesgos (Sábato, Obra Completa. Narrativa 651)". 

Así, los límites de sus consideraciones teóricas, bien sean de orden estético, político o filosófico, también se sitúan en la tensión entre lo individual y lo colectivo. Por tanto, en su caso, sufren continuas confrontaciones con los despiadados y problemáticos hechos de la realidad y de los sueños que él, como escritor y hombre, tuvo que vivir y padecer en nombre de la extensa comunidad a la que sin duda aún hoy en día sigue perteneciendo. 

Para leer más sobre Ernesto Sñabato, ingrese acá: El tren de Sabato

El tono aparentemente oscuro, pesimista y fatalista de sus creaciones y de sus opiniones, que se yergue como la salida de un sol nocturno, aparece como un amanecer. Y en lugar de convocar destrucción, renuncia o resignación, invita a la resistencia, a la perseverancia y a la esperanza. Este texto procurará trazar los pormenores de la relación de Sábato con Colombia y muy especialmente de su metafísica de la esperanza a través de la crónica de su presencia física y mediática en el país. El énfasis será el examen de documentos periodísticos, principalmente del diario El Espectador, durante un período de 16 años, de 1968 a 1984, en el cual se registran las dos únicas visitas del argentino al territorio colombiano en octubre de 1969 y en febrero de 1984.

Eligio García Márquez y Roberto Burgos Cantor

Cuando a Gabriel García Márquez le preguntaban por Ernesto Sábato, sobre todo después de 1981, su respuesta, entre evasiva y diplomática, siempre era “eso es asunto de Eligio y Roberto”, remitiendo así la atención a las mismas dos personas que ese día de febrero de 1984 entrevistaron públicamente al argentino. Eligio Gabriel, quien por razones fáciles de comprender prefería ser llamado simplemente Eligio García, veinte años más joven que su célebre hermano, también se dedicó a la literatura y al periodismo. Además del amor y la unión que siempre se tuvieron, el compartir intereses, sensibilidad y ciertas coincidentes trayectorias, hizo que Gabriel José, el hermano mayor, afirmara que Eligio era prácticamente como un hijo que había tenido con su propia madre. Burgos Cantor, por su parte, es uno de los mejores exponentes de la contemporánea narrativa colombiana; autor de varias novelas y de reconocidos volúmenes de cuentos, entre otros trabajos de su copiosa y reconocida producción. Tanto Burgos Cantor como Eligio García incluirían detalles de sus innumerables experiencias con Sábato en algunas de sus obras. En lo que sigue se hará referencia principalmente a Señas particulares: Testimonio de una vocación literaria, de 2001, una especie de tempranas memorias que escribió Burgos Cantor en donde se destaca el papel decisivo que Sábato tuvo en su carrera de escritor. Subraya Burgos en este libro que: 

"Y Sábato, además de sus ficciones, tenía una seductora reflexión sobre la vocación, el pensamiento, la cultura, la política, la ciencia. De esta manera resultaba más cercano y directo que Herbert Marcuse, más amplio también. Trataba con elegancia irreverente los temas de la filosofía y los conectaba con las meditaciones de la época, poniéndolos bajo la luz de una sutil ironía. Pensaba en los asuntos de ciencia con el rigor de un conocedor, mostraba su utilidad o su fracaso, y se despedía con una crítica no exenta de ternura y tal vez de nostalgia. Reclamaba de la política su inevitable sacrificio de la libertad. Reconocía con pasión sus hermandades espirituales y se burlaba con un respeto inteligente de aquello que no lo conmovía. Era, sin duda, un testigo, y para quienes vivíamos este tiempo en la complicidad del deseo de cambiar cuanto existía, qué mejor que este mirón insobornable que no se complacía (Burgos Cantor, Señas particulares. Testimonio de una vocación literaria 18)".

La otra gran referencia es Son así. Reportaje a nueve escritores latinoamericanos, un libro de Eligio García, de 1982, compuesto de entrevistas con los grandes escritores latinoamericanos del siglo XX, desde Borges hasta Cabrera Infante (E. García Márquez, Son así. Reportaje a nueve escritores latinoamericanos). Por supuesto en este volumen hay un apartado dedicado a Sábato, El fantasma de Alejandra, escrito en octubre de 1970, que recoge los aspectos esenciales de la primera visita del argentino a Colombia, justamente un año antes, en octubre de 1969. 

Eligio y Roberto se hicieron amigos de manera casual en Cartagena de Indias, cuando ambos eran adolescentes y, a mediados de los años 60 del siglo pasado, terminaban el bachillerato en el Liceo Bolívar y en el colegio de la Salle, respectivamente. El joven Burgos Cantor estaba teniendo dificultades en sus clases de trigonometría y sus padres, muy atentos a prevenir problemas mayores, consiguieron la ayuda de un vecino ingeniero para que se encargara de darle clases particulares de apoyo. Así fue cómo el joven Burgos llegó a la casa de Cartagena de los García Márquez, pues el ingeniero no era otro que Jaime García Márquez, otro de los hermanos menores del escritor colombiano. Maravillado por la incomparable biblioteca, nada más ni nada menos que la biblioteca personal de Gabriel García Márquez, Roberto escuchó a Jaime hablar no de su ya célebre hermano mayor, sino de Eligio, “un hermano al que le gusta mucho la física y la literatura” y que “está escribiendo un artículo sobre Einstein”. Fue precisamente en esa biblioteca que los dos jóvenes reforzaron su interés por la literatura latinoamericana y su incontenible proyección. Allí, cuenta Burgos Cantor, encontraron el memorable dosier de la revista Casa de las Américas, publicado a finales de 1964, dedicado a la “Nueva novela latinoamericana” (Nueva novela latinoamericana). Si bien se asocia al “boom” de la literatura latinoamericana en la década de los años 60 con otras publicaciones, principalmente con “Mundo Nuevo”, la revista fundada y dirigida por Emir Rodríguez Monegal, en donde publicarían y colaborarían autores como Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y el propio García Márquez, esta edición de la revista cubana es notable por el momento en que se publica, por la cantidad de nombres que reúne y por el enfoque que le da a la proyección de la nueva novela latinoamericana. Sin duda, en los dos entonces jóvenes, el impacto de esta publicación fue determinante. 

Para finales de 1965 tanto Eligio García Márquez como Roberto Burgos Cantor terminaron el bachillerato y, como era tradición en el Caribe colombiano, viajaron a Bogotá para empezar estudios universitarios en la Universidad Nacional de Colombia: Eligio, física teórica; y Roberto, derecho. Mientras progresaban sus estudios, su amistad y su interés por la literatura crecían a la par; compartían lecturas, intercambiaban libros y se leían y criticaban sus primeros textos. Pronto surgió la necesidad de encontrar un camino intermedio entre la literatura y la física. El autor en el que se concentraron fue precisamente Ernesto Sábato, pues cumplía con el perfil de ser un físico-matemático que había abandonado la ciencia para dedicarse por completo a la literatura. Además, a ambos les había impresionado mucho lo que habían  leído de Sobre héroes y tumbas, la segunda novela de Sábato, publicada en 1961. 

Sin nada que perder, a través de la Editorial Losada, la encargada de publicar los trabajos de Sábato, consiguieron en 1966 la dirección postal del escritor argentino y le enviaron un largo cuestionario de más de 90 preguntas divididas en dos secciones: una con enfoque predominantemente científico, que había escrito Eligio García; y otra con carácter más literario, a cargo de Burgos Cantor. El diseño de la parte literaria del cuestionario seguía en mucho el espíritu de uno de los principales textos del dosier de Casa de las Américas: el ensayo del uruguayo Ángel Rama “Diez problemas para el novelista latinoamericano”. En efecto, a propósito de la novela de Sábato, en la introducción a las preguntas, Burgos Cantor destaca aspectos centrales en la novelística de los años 60 como la preocupación por el origen y destino de la literatura latinoamericana; el uso por parte de varios escritores de comunes estrategias narrativas y temáticas y la recreación lingüística de la realidad.

El terror metafísico 

Sábato se había tomado el trabajo de editar el cuestionario, mecanografiar las respuestas y, con recortes de prensa, fotografías personales y “pedazos fotocopiados de sus libros con anotaciones manuscritas de letra minúscula y trazo corrido” (Burgos Cantor 22), enviarles el material a Bogotá.  Eligio García y Burgos Cantor contactaron al periódico El Espectador de Bogotá y le ofrecieron la nota. Así fue como el 12 de mayo de 1968, en el “Magazine Dominical”, el suplemento literario y cultural que circulaba los domingos con el periódico, salió publicado el texto “El terror metafísico” (El terror metafísico 7). 

Bajo el formato de una entrevista exclusiva con Ernesto Sábato, y firmado por Roberto Burgos Cantor, se incluyó solo la “parte literaria” del cuestionario. Sábato, como lo haría en muchos otros momentos y a través de distintos medios, articularía en esta entrevista, entre otros aspectos, su noción de la novela como testimonio de la condición humana; y desarrollaría su tesis de la metafísica de la esperanza como respuesta a la angustia existencial del hombre moderno. En una perspectiva general, Sábato reflexiona sobre su doble condición de escritor y latinoamericano. Ser escritor confiere una condición desgarrada al hombre; y ser latinoamericano acentúa de manera única y especial esa condición. Esta es una de las  tesis que Sábato desarrolla en El escritor y sus fantasmas de 1963, donde amplía y explica la noción de “metafísica de la esperanza” que ya había encontrado una articulación ficcional en Sobre héroes y tumbas y que representaría un tema central en la escritura del argentino. 

Una de las primeras afirmaciones de El escritor y sus fantasmas tiene que ver con el reconocimiento del espíritu contradictorio de Sábato. En efecto, el argentino siempre navegó entre aparentes opuestos: la asertividad y la inseguridad, lo concreto y lo abstracto, la física y las matemáticas, la física teórica y la física experimental, la ciencia y el arte (literatura y pintura), las ficciones y los ensayos, la conciencia social y el individualismo, la racionalidad y la espiritualidad, lo europeo y lo latinoamericano. Además, como bien él mismo lo explica, su vida estuvo signada por tres rupturas públicas y polémicas con el comunismo, la ciencia y el surrealismo. No hay que olvidar, además, que estas rupturas suceden en el traumático período enmarcado por dos guerras mundiales. Así, para muchas personas de cada uno de esos círculos, Sábato era poco menos que un traidor. Por tanto, en él se refleja, tanto en lo público como en su fuero más íntimo, la tensión vital de la existencia y la búsqueda de lo absoluto y de lo eterno que conduce a la angustia suprema, al "terror metafísico". Sus amigos y sus personajes —él mismo—, en medio de estas circunstancias, afrontan la crisis con pesimismo e incluso con tentaciones de suicidio. Pero a pesar de la abrumadora adversidad y del despiadado sin sentido, Sábato proclama la esperanza, que siempre surge en medio de las tinieblas, como opción ineludible. Su doble condición de escritor y de latinoamericano le aseguran armas para albergar tal esperanza. Tal es la esencia de la metafísica de la esperanza. 

Pero siendo esta metafísica una de las nociones esenciales del ideario personal de Sábato, su formulación puede ser rastreada años antes de 1963, cuando se publica El escritor y sus fantasmas. La autora Mariana D. Petrea ubica una enunciación temprana en Hombres y engranajes, el segundo libro de ensayos que el argentino publicó en 1951 (Petrea). En la cuarta y última sección de este trabajo, titulada “Las artes y las letras en crisis”, se puede inferir que para él la manera de lidiar con las crisis es por medio de una síntesis entre lo aparentemente irreconciliable, como entre la racionalidad y la irracionalidad o entre el individualismo y el colectivismo. Es la particular tensión entre lo individual y lo colectivo —como precisamente ya se anuncia en los títulos de sus dos primeros libros de ensayo, Uno y el universo y Hombres y engranajes— lo que parece abrir el camino a la esperanza. Explica Sábato que “No estamos completamente aislados, y esto es bastante, por lo menos para mí. Los fugaces instantes de comunidad que experimentamos alguna vez al lado de otros hombres, los momentos de solidaridad ante el dolor, son como frágiles y transitorios puentes que comunican a los hombres por sobre el abismo sin fondo de la soledad” (Sábato, Obra completa. Ensayos 168). Y más adelante agrega: “Ése es el sentido de la esperanza para mí y lo que, a pesar de mi sombría visión de la realidad, me levanta una y otra vez para luchar” (Sábato, Obra completa. Ensayos 168).

Sábato confirma que la metafísica de la esperanza es un tema concretamente expuesto y desarrollado en “Un dios desconocido”, la cuarta parte de Sobre héroes y tumbas. En efecto, tal metafísica no se da en abstracto, sino a través del drama social y espiritual que se vive precisamente en “una tierra concreta y en un momento de la historia” (El terror metafísico 7). Esta tierra concreta no es otra que América Latina. De acuerdo con Sábato, América Latina representa una esperanza de redención no solo para sí misma y para sus individuos, sino también para la condición humana: “Sí, tengo esperanzas en este continente nuestro, en esta Patria Grande que querían Martí, Bolívar y San Martín” (El terror metafísico 7). Como se verá más adelante, durante su entrevista pública de 1984, Sábato haría más específica y personal su tesis.

Por Ómar Vargas

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